Mediante la química orgánica, investigadores
universitarios han podido identificar las sustancias que hace
más de mil años permitieron a los arquitectos
construir con barro edificios que permanecen hasta nuestros
días, a pesar de lluvias y huracanes.
En el sitio arqueológico La Joya de San Martín
Garabato, en el municipio de Medellín de Bravo, a 15
kilómetros al sur del puerto de Veracruz, hay arquitectura
monumental construida entre los periodos Protoclásico
y Clásico (entre los años 400 y 1000 después
de Cristo).
Dado el deplorable estado en que se encontraba la estructura,
debido a la extracción de tierra para fabricar ladrillo,
en 2004 se iniciaron las excavaciones, y a partir de 2009 un
grupo interdisciplinario realizó los estudios sobre materiales
estructurales originales, la preservación y mantenimiento
de la pirámide.
Para los investigadores es importante identificar las
sustancias que han mantenido a la pirámide en mejores
condiciones de lo que se esperaría, dado el tipo de material
empleado. Ello no sólo para conocer el avance tecnológico
que permitió que se desarrollara una tradición
arquitectónica que usó el barro como material
de construcción en el trópico húmedo, sino
también para emplearlo en la conservación de restos
arqueológicos y en nuevas edificaciones.
Annick Daneels, del Instituto de Investigaciones Antropológicas
(IIA) de la UNAM, responsable del proyecto, quiso saber cuáles
elementos permitieron que por siglos el barro resistiera a la
lluvia y al viento.
En el proyecto DGAPA-PAPIIT/UNAMIN300812 (2012-2014)
“Patrimonio arquitectónico en tierra: estudio y
gestión”, también participaron Yuko Kita,
del Programa de Becas Posdoctorales en la UNAM, IIA, y Alfonso
Romo de Vivar, responsable del Laboratorio de Productos Naturales,
del Instituto de Química (IQ).
Para su análisis, se tomaron muestras de la
estructura, como rellenos, adobes, pisos y aplanados, de las
que se extrajeron y separaron las sustancias que los técnicos
académicos de los laboratorios del IQ sometieron a varios
experimentos, por ejemplo, espectroscopia infrarroja, resonancia
magnética nuclear y espectrometría de masas.
Los análisis de las sustancias en las muestras
estructurales se compararon con los de capas de chapopote sobre
piezas de cerámica prehispánica del mismo periodo
y sitio arqueológico. “En los resultados de ambos,
encontramos hidrocarburos, ésteres aromáticos,
y algunos que pensamos provienen de la descomposición
del triglicérido de aceite secante”, dijo Romo
de Vivar.
El académico agregó que los hidrocarburos
y algunos ésteres podrían provenir de derivados
del petróleo, como el bitumen, conocido en México
por la palabra, de probable origen nahua, chapopote. El aceite
secante actuaría como disolvente de aquél.
Yuko Kita, doctora en conservación de patrimonio
cultural, indicó que el chapopote se disuelve bien en
los aceites secantes. “De éstos, el más
conocido es el de linaza, que se usa para las pinturas al óleo
mezclado con pigmentos, y también para barnizar muebles
de madera. Esa semilla de linaza no es endémica de México,
pero la chía sí, de la que también se obtiene
un aceite secante que habría sido utilizado como disolvente
del chapopote.
“Disuelto este último, se habría
utilizado como estabilizante del barro. Quizá de esta
manera se empleó en la construcción prehispánica”,
señaló la investigadora.
Material poco adecuado para la construcción
“En 2009 un equipo de arqueólogos, arquitectos,
químicos e ingenieros, empezó a trabajar en la
parte inorgánica de los materiales de la construcción
prehispánica para saber qué tipo de arcilla contenía
y encontraron una muy expansiva (esméctica) que no es
un material muy favorable para usarlo en construcción”,
relató Yuko Kita.
Annick Daneels consideró que alguna sustancia
debió ser utilizada para estabilizar esta arcilla expansiva
y conservar en buen estado las edificaciones, y buscó
la colaboración de los químicos de la UNAM para
determinarla.
“El uso del mucílago o ‘baba’
de nopal para fabricar adobe es muy conocido, pero aunque en
la región crece nopal no es tan abundante como en el
altiplano central”, externó Yuko Kita. “En
otras regiones del trópico húmedo, como Guatemala
y El Salvador, también hay estructuras prehispánicas
de tierra cruda, y allá usan el extracto de malva (Sida
rhombifolia) para la preservación e intervención
de estas estructuras. Actualmente, se emplea el extracto de
un árbol, la guácima (Guazuma ulmifolia)
para fabricar adobe”.
Como las dos especies crecen en la región de
La Joya, Annick Daneels estimó que utilizaron el extracto
de una de ellas como aglutinante para la estructura de barro.
Se machacan los tallos y hojas de la malva y se remojan en agua,
y al siguiente día se obtiene un líquido fluido
con burbujas. El extracto de guácima se extrae de la
corteza, al remojarla en agua por un día. El resultado
es un líquido viscoso, un poco parecido a la baba del
nopal, explicó Yuko Kita.
Sin embargo, al analizar los materiales originales
de construcción hallaron una cantidad considerable de
hidrocarburos.
“Como teníamos la idea de los mucílagos
vegetales, al principio pensamos que hubo alguna impureza en
los disolventes o contaminación moderna. Pero al trabajar
con los disolventes del grado analítico, aún salía
gran cantidad de hidrocarburos en las muestras, por eso confirmamos
que éstos provienen de los materiales originales”,
apuntó Yuko Kita.
Al confirmar su presencia, se preguntaron de dónde
provenían. “Se sabe que en la antigua Mesopotamia
se empleaba bitumen para pegar los adobes o impermeabilizar
la estructura de tierra, y hoy en Estados Unidos se usa para
estabilizar la estructura de tierra cruda disuelta en disolventes
industriales o en forma de emulsión en agua. Los olmecas
también utilizaban bitumen caliente para impermeabilizar
sus construcciones. El caso de La Joya es distinto porque suponemos
que disolvieron el bitumen en aceite secante, como el de chía,
para poder mezclarlo con la tierra”, expuso.
Aceite de chía, como disolvente
Romo de Vivar está convencido de que la chía,
planta de origen mexicano, es la fuente del aceite secante usado
como solvente del chapopote. “El triglicérido puede
provenir de ese aceite. Las señales en los espectros
de resonancia magnética nuclear del triglicérido
identificado en los materiales estructurales corresponden a
los de aceites secantes”.
Por su parte, Yuko Kita añadió que “el
único aceite secante prehispánico que se conoce
es el de chía, y se tienen evidencias en México
de su uso intenso, en lugar del de linaza en la pintura al óleo
hasta el siglo XVIII. Pero estamos en proceso de identificar
su origen y aún no podemos confirmar que fue el de chía,
aunque es probable que sí”.
El chapopote disuelto en este último se mezclaba
con el lodo para realizar una arquitectura monumental. “Esto
hacía a la arcilla menos expansiva al evitar que entrara
agua”, abundó.
Pruebas en el sitio
Desde diciembre de 2012, los investigadores empezaron
a construir cinco muros de prueba en el sitio. En uno utilizaron
agua sin estabilizante; en otro, el extracto de malva; en el
tercero, mezclaron la tierra con extracto de guácima,
y en el cuarto, usaron chapopote disuelto en aceite secante
de linaza; en el último, probaron un producto comercial
de emulsión de asfalto base agua.
“El aplanado sin estabilizante en seguida se
agrietó. Los aplanados que contienen chapopote y la emulsión
asfáltica no presentaron grietas profundas al fraguar.
Tampoco en los casos de malva y guácima, aunque quizá
no aguanten la época de lluvias. Vamos a monitorearlos
para evaluar su resistencia a la intemperie”, detalló.
Como el empleo del chapopote disuelto en aceite secante
en la construcción con barro no se había reportado
en la literatura latinoamericana, los investigadores consideran
que este hallazgo abriría nuevas rutas en los estudios
sobre la arquitectura prehispánica de tierra cruda, y
también sobre el origen de la materia prima, su producción
y comercio en las antiguas culturas mesoamericanas.
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