En México, el maltrato infantil es socialmente
permitido y coloca a más de 39 millones de niños
y adolescentes (35 por ciento de la población del
país con menos de 18 años) en situación
de vulnerabilidad.
Los hogares, donde se les debería proveer
seguridad emocional, alimentaria, jurídica y económica,
constituyen el escenario principal de la violencia referida,
señaló Silvia Solís San Vicente, de
la Escuela Nacional de Trabajo Social (ENTS) de la UNAM.
Para erradicar estas prácticas, que vulneran
los derechos de los menores, se requiere una política
familiar integral de Estado que fomente la convivencia basada
en la comunicación y el respeto; promueva la formación
de personas capaces de ejercer sus derechos y cumplir sus
responsabilidades, e impulse las relaciones sanas entre
individuos, núcleos familiares y la comunidad, con
la finalidad de coadyuvar en la formación de ciudadanía,
recomendó la experta.
De acuerdo con datos de UNICEF México, representación
del Fondo de las Naciones Unidas para Ayuda a la Infancia
en el país, seis de cada 10 niños y adolescentes
han vivido directamente alguna forma de violencia en su
casa o en la escuela.
Esto alude a un problema cultural, causado por
la falta de madurez de la población. Por esta causa,
las personas no asumen sus responsabilidades con el bienestar
de los menores ni cuentan con elementos para crear un ambiente
de comunicación, libertad y respeto, desde la casa
hasta la vida social. “La mayoría vive al día
y acumula tensiones, que se expresan en los más indefensos”.
Los pequeños están desprotegidos
ante el abuso. Al depender por completo de los adultos que
los rodean, se espera que éstos los guíen
y eduquen con amor, cariño, sensibilidad, atención
y dedicación. Esto se complica por las condiciones
económicas del país, que exigen a ambos padres
aportar al sustento del hogar, lo que obliga a delegar el
cuidado y educación en parientes o cuidadoras, indicó.
“Si sus padres se ausentan, el niño
pierde el sentido de autoridad. En la mayoría de
los casos, las personas a cargo no tienen el cariño,
atención, dedicación y sensibilidad para atenderlos
adecuadamente”, dijo Solís.
El descuido de padre y madre repercute en la formación
del pequeño, quien se desarrollará sin el
sentido de los límites para integrarse a la escuela
y la comunidad como un individuo tímido o extremadamente
violento, expuso.
Tipos de maltrato
Solís San Vicente definió al abuso
como la utilización de la fuerza y el sometimiento
de la voluntad de una persona a otra. En el caso de los
menores, la coerción y violencia son absolutos, porque
están indefensos.
El maltrato físico constituye su expresión
más común y está vinculado con el emocional.
En México, se han establecido prácticas que
pretenden instruirlos mediante golpes, gritos e insultos,
al no disponer de mecanismos de comunicación o la
capacidad para expresarse con amor y cariño.
Por estas costumbres, en nuestro territorio no
se mide el maltrato físico. Los hospitales no cuentan
con un registro de los casos de menores que ingresan. En
Estados Unidos, esta información es nacional y existe
todo un sistema a nivel federal para garantizar el bienestar
de los infantes, refirió.
Además, los adultos trasladan sus frustraciones
y problemas personales a los niños. Al presenciar
escenas de violencia intrafamiliar, crecen en un ambiente
de inseguridad, en detrimento de su integridad emocional
y formación personal, acotó.
También padecen abuso verbal, al denigrarlos
con apodos o asegurarles que “son tontos”, “no
sirven para nada”, o que por culpa suya, los padres
tienen que trabajar, entre otras injurias.
“Les dejan cicatrices emocionales, que repercuten
en el desarrollo de la personalidad, que se gesta en los
dos primeros años de vida. A partir de esta edad,
los padres son responsables de respetarla, cultivarla y
motivarla”.
De lo contrario, en otras etapas de la vida serán
introvertidos o violentos. Son los infantes inseguros que
sufren el maltrato de sus compañeros en la escuela
y presentan un rendimiento escolar mínimo y, en el
polo opuesto, los que abusan de los demás, al considerar
a la violencia como algo normal.
Abuso sexual
El abuso sexual constituye la expresión
más violenta del maltrato infantil. Además
de la penetración, alude a los tocamientos que, obligado
por un adulto, realiza el pequeño, sin conciencia
del ejercicio de su sexualidad.
Al ser objeto de esta agresión, guardan
silencio, pero expresan el temor por el agresor con distintas
manifestaciones: no controlan sus esfínteres, se
aíslan del núcleo familiar, se rehúsan
a ser tocados o asistir a la escuela y a relacionarse con
otros niños, entre otros signos. “Los padres
deben estar atentos a estas señales, y observar con
detenimiento el comportamiento”, advirtió.
La experta señaló que, generalmente,
los pederastas provienen del mismo núcleo familiar:
tíos, primos y, en algunos casos, los mismos padres.
Seguridad emocional
La académica explicó que se incurre
en negligencia al no otorgar a los infantes seguridad alimentaria,
social, económica, emocional, educativa y formativa.
En el hogar, se les deben proporcionar recursos,
valores y principios para su desarrollo integral, que serán
reforzados en la escuela. En consecuencia, la sociedad se
verá beneficiada.
Un niño seguro de sí mismo, será
un joven autosuficiente y, por ende, un adulto íntegro
con metas claras en la vida, con elementos para ejercer
una ciudadanía responsable.
Se requieren programas educativos para fomentar
en niños y jóvenes la importancia de organizar
un proyecto de vida con metas claras, que inculquen la relevancia
del ejercicio de la paternidad responsable y la importancia
de conocer y ejercer sus derechos, además de asumir
responsabilidades, concluyó.