Boletín UNAM-DGCS-230
Ciudad Universitaria.
06:00 hrs. 15 de abril de 2013


El Tacubo

           


EL TACUBO, UN MITO URBANO EN LUCHA CONTRA EL BULLYING

 

• Una vez fuera del encordado, el enmascarado visita los colegios de Iztapalapa para hablar con alumnos de primaria y secundaria sobre los peligros de la violencia escolar
• Propuso esta actividad como una manera de cumplir con los requisitos de titulación que establece la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y, por la misma, se hizo acreedor al Premio al Servicio Social Dr. Gustavo Baz Prada, que concede esta casa de estudios

Antes que dar a conocer su nombre verdadero, prefiere revelar los motes con que lo humillaban a sus 13 años. “Flaco”, “debilucho”, “alfeñique” y “chaparro”, eran apenas algunos adjetivos usados por los bravucones del colegio para denostarlo, y eso si bien le iba, porque con frecuencia las agresiones pasaban de lo verbal a lo físico. Hoy, aquel adolescente es un luchador profesional que sobre el ring enfrenta a todo tipo de adversarios, y fuera de él, al bullying escolar.

En las primarias y secundarias de Iztapalapa, el nombre del Tacubo se ha vuelto familiar, y no sólo por sus proezas deportivas, sino porque los niños saben que así se llama el enmascarado que va a los salones de clase a hablar de este fenómeno, sin discursos distantes como los que suelen dar las autoridades, sino como alguien que alguna vez sufrió maltrato y, por ello, les habla francamente y sin trabas.

“¿Ya fue a tu escuela?”, “estuvo en la mía la semana pasada”, “visitó la secu 152, donde están los meros rudos”, relatan alumnos de la zona, y esto ha despertado la curiosidad de cientos de padres de familia que, con insistencia, se han dado a la tarea de buscar al luchador, pues también desean que vaya a donde están sus hijos.

“La gente se ha enterado así de mi labor fuera del encordado, por el ‘boca en boca’, pero necesitamos mayor apoyo, más difusión y, de ser posible, patrocinios, porque hablamos de una problemática extendida que, por si fuera poco, se ha agravado por la violencia en el país. Por un lado, los casos de abuso aumentan; por el otro, el número de escuelas que nos piden una visita parece no tener fin”, explica el integrante del bando de los técnicos.

¿Cómo surgió esta iniciativa? Como parte de mi servicio social de carrera. Me tardé en presentarlo porque lo pensé mucho; desde el inicio la intención era aportar algo que impactara socialmente, desde mi trinchera deportiva, pero que al mismo tiempo, incluyera lo que aprendí en la UNAM, porque también soy licenciado en Ciencias de la Comunicación.

La construcción de un personaje

El Tacubo sabe que hay años emblemáticos en la vida de cada individuo, y para él fue 1992. “Acababa de salir el primer disco de Café Tacvba y yo comenzaba a entrenar lucha libre; ¿quién lo diría?, dos de mis más grandes pasiones coincidían en espacio y tiempo, y ambas terminarían por explicar lo que soy”.

De aquellos días, recuerda tres tipos de batallas; la primera, la canción de ese nombre interpretada por el grupo que rápidamente se convertiría en su favorito; la segunda, la que libraba en el gimnasio con la finalidad de convertirse en combatiente profesional, y la tercera y más difícil, la que se le presentaba a diario en la escuela, ante las agresiones de sus compañeros de clase.

“Esta última fue la más dura, pero por una parte, me ayudó mucho el deporte; me sirvió para sobrellevar los maltratos y enfocarme en otros asuntos. Por otro lado estaba la música, soy de la banda que pasó las buenas y las malas escuchando las rolas de los tacvbos, que las repetía hasta aprendérselas de memoria. Mi personaje es un homenaje a estas actividades que para mí fueron una tabla de salvación en los momentos más rudos”.

Hoy, con su 1.75 de estatura y 73 kilogramos de peso, pocos verían en él al niño delgado de hace 20 años; sin embargo, al examinarlo de cerca, los rasgos del pasado aparecen. Su máscara en blanco y negro, con una cresta roja en la parte superior de la cabeza, emula al pasamontañas usado por el cantante Rubén Albarrán —quien con el tiempo llegaría a ser su amigo— en la época en que adoptó la personalidad del Gallo Gas, y la elocuencia con que habla del bullying y sus estragos, sólo puede venir de alguien que lo padeció.

Alguna vez, el mismo Albarrán le dijo “cada vez que vences a un contrincante, te vences a ti mismo”, palabras que recuerda de vez en vez, y que lo han llevado a diversas reflexiones.

“No puedo dejar de ser quien soy, ni negar mi historia. Adopté esta personalidad un 5 de mayo de 2005, y aunque del 92 a la fecha ha pasado mucho tiempo, lo único que puedo decir es que ésta, mi lucha, no se modifica”.

Bullying, el enemigo a vencer

En su Estudio Internacional sobre Enseñanza y Aprendizaje, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) refiere que México ocupa el primer lugar entre los países miembro con mayor violencia física, verbal, psicológica y social entre alumnos de educación básica.

Éste es un escenario que, desde siempre, ha preocupado al Tacubo; por ello, se acercó al Centro de Integración Juvenil (CIJ) de Iztapalapa Oriente con una propuesta: visitar, en su faceta de luchador, diferentes escuelas y ofrecer dinámicas encaminadas a, como él dice, “generar una convivencia chida en el salón de clases”.

Hasta el momento ha recorrido más de 50 planteles y ya rebasó, por mucho, las 480 horas reglamentarias que exige el servicio social de carrera. “Más que un requisito académico, con esta actividad quise llevar algo de mí a la bandita joven que vive cosas parecidas a las que me acontecieron, y así generar un cambio”.

Compartir sus vivencias con estudiantes lo ha convertido no sólo en una figura modélica, sino en una suerte de confidente espontáneo para los pequeños.

“Una de las experiencias más conmovedoras la viví en una primaria de El Salado, en Iztapalapa, muy cerca de Ciudad Neza. Al terminar la dinámica que presenté, un niño me pidió hablar con él, pero en privado. Me confesó ser agresor y disfrutar al golpear a sus compañeros, pero sabía que eso estaba mal y deseaba parar. Luego, me describió la violencia a la que era sometido en casa y lloró conmigo; le prometí seguir en contacto. Al terminar, la directora del plantel se me acercó y dijo: ‘Ése es uno de los más problemáticos, ¿qué le dijo?’; sólo le respondí: ‘Lo siento, profesora, eso quedará como un secreto entre él y yo’”.

De aquella experiencia, el Tacubo llegó a dos conclusiones; “que no hay chico malo, pues cada uno canaliza sus energías a partir de lo que vive, y que es preciso hablar con todos, tanto con los golpeados como con los golpeadores. Debemos entender que todos somos parte del problema y, también, parte de la solución”.

Reconocimiento universitario

Por su labor en las escuelas, el Tacubo obtuvo el Premio al Servicio Social Dr. Gustavo Baz Prada, de la UNAM. “¿Sabes lo que es subir al estrado, donde está el rector, así, encapuchado? El personal de seguridad no me dejaba siquiera acercarme, les parecía extraño. No obstante, tras explicar la razón de mi atuendo, pude hacerlo e incluso tomarme la foto con el doctor Narro; fue directito al Face”.

Anécdotas como ésta, en torno a su máscara, dice tener muchas. “Al llegar a una escuela y ver la cresta galliforme, hay pequeños que me gritan ‘¡ése mi Chicken Little!’, ‘¡ése mi Pollito Pío-Pío!’, y cosas por el estilo, que me divierten mucho, pues forman parte del día a día de quien debe ocultar su rostro para hacer bien su trabajo”.

Y es que —añade— vivir dos vidas no es fácil, y menos mantenerlas separadas. “Por un lado, está el profesionista que trabaja y paga sus impuestos; por otro, el personaje que sube al cuadrilátero y va a las escuelas, y nunca dejo que estos aspectos se mezclen. Soy de los pocos luchadores que defienden celosamente su identidad; respeto mucho mi máscara y por eso fui a la entrega del Baz Prada con ella, ¿cómo no hacerlo si a través de ella veo a los ojos de un niño?

Un mito urbano

El anonimato con que vive el Tacubo ha hecho de él una especie de mito urbano. Playeras con su efigie se venden en el mercado de El Chopo (“y te juro que no son mis locales ni obtengo regalías de ello”, bromea), en puestos callejeros y en los expendios de mercancía pirata que se oferta al finalizar un concierto de rock.

“Mucha gente cree que soy un personaje ficticio y al encontrarse conmigo me preguntan ‘¿te cae que eres real?’, ¡y claro que lo soy! Sin embargo, esto me pasa con frecuencia. En una ocasión, asistí así, encapuchado, a la tocada de los 20 años de Café Tacvba, y quien me vio puede constatar que yo era quien más saltaba en las primeras filas. Al salir, vi que una señora vendía ropa con mi máscara estampada. ‘¿Qué onda, jefa? Le firmo camisetas y usted regáleme una’, le dije… No creyó que fuera yo y sólo recibí desaires”.

Estos episodios, en vez de frustrarlo, lo hacen constatar que vivir en el imaginario colectivo de la chilanga banda es su mayor fortaleza, pues a partir de la fantasía de los demás se recrea, su fama trasciende al hombre de carne y hueso y así, para muchos, ya es, más que un luchador de los encordados, uno de lo social.

“Aunque suene trillado, el Tacubo somos todos, la gente es la que me construye y, al final, represento muchas de sus aspiraciones; de ahí que funcione como figura contra el bullying, y que los alumnos que han asistido a mis dinámicas pasen la voz a sus conocidos, lo que importa es transmitir el mensaje”, expone.

“A veces creo que estar presente a través de lo que cuenta la gente acrecienta esta condición de leyenda urbana; imagínate, si alguien te dijera ‘hay un luchador que visita las escuelas para hablar con los niños de sus problemas’, honestamente, ¿le creerías? A mí me parecería que eso suena a mito, pero si ello sirve para fortalecer mi labor y a hacer de este mundo un lugar aunque sea un poquito mejor, yo no tengo ningún problema”.

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Fotos

El luchador ha visitado más de 50 colegios de Iztapalapa. (Foto cortesía Edgar Olguín)


Para el universitario, la clave es ir hasta los salones de clase para crear conciencia entre niños y adolescentes de los pelgros del bullying. (Foto cortesía Edgar Olguín)