Cielo y vida interaccionan todo el tiempo. La atmósfera
no ha sido sólo un medio de transporte para la biosfera,
ni los organismos un jinete pasivo, expuso Amparo Martínez
Arroyo, directora del Centro de Ciencias de la Atmósfera
(CCA) de la UNAM. “Hay una interacción profunda entre
todos los compartimentos del sistema Tierra”, añadió.
“Los seres vivos, sobre todo los humanos, son capaces
de cambiar la atmósfera tanto a nivel local (como pasa
con la contaminación del Valle de México), regional
(dispersión de contaminantes y elementos biológicos
o bioaerosoles) y global (disminución de la capa de ozono)”.
Al respecto, señaló que en el ciclo del
carbono, vital para la supervivencia de los seres vivos, influyen
diversos factores: nubes, aerosoles y actividad biológica
(incluida la antropogénica).
Según el Proyecto Global del Carbono, en 2008,
la atmósfera capturaba 46 por ciento; la tierra, 29, y
el océano, 25. Para 2010, pasó a 50, 26 y 24 por
ciento, respectivamente.
Con la atmósfera interactúan también
gases y aerosoles producidos por los organismos. De la biota marina,
algunas microalgas generan dimetil sulfuro (DMS), gas que influye
en la formación de nubes y, a través de ello, en
el clima, indicó.
En el océano, sobre todo en mares polares y tropicales,
a partir de una sal (dimetil sulfo propionato), el fitoplancton,
al ser comido por bacterias o zooplancton, libera DMS a la atmósfera,
que vía reacciones fotoquímicas, se convierte en
núcleos de condensación biogénicos.
Descubierto en 1987, ese proceso de producción
de nubes por fitoplancton se propuso como un sistema anticalentamiento.
Se pensaba: si se podían formar más nubes, se impediría
la entrada de más radiación solar y se frenaría
este fenómeno.
Sin embargo, añadió, la biología
no funciona mecánicamente, es un sistema que se retroalimenta.
El fitoplancton necesita radiación y luz visible para producir.
Al no haber nubes, se incrementa la emisión de DMS, y al
aumentar la formación de núcleos de condensación
merma el número de estos organismos. Si disminuye el DMS
en el océano, la temperatura sube, y si hay más,
baja.
Hay también evidencias, según un reporte
de la Academia de Ciencias de Estados Unidos, de que en la parte
más alta de la troposfera ciertos microorganismos actúan
como núcleos de congelación a través de una
proteína.
Los bioaerosoles, explica Martínez Arroyo, pueden
ser organismos completos (bacterias, virus, esporas, polen, algas)
que llegan a formar hasta el 50 por ciento de los aerosoles (partículas
orgánicas e inorgánicas suspendidas en el aire).
A este fenómeno, en que casi por accidente y por corrientes
convectivas quedan atrapadas y sostenidas partículas en
la atmósfera, se le llama aerolización.
Se han encontrado bacterias vivas, de la familia de las
pseudomonas syringae, dentro del granizo. Actúan
como núcleo de congelación de gotitas: forma cristales
que se convierten en hielo. Tienen esa capacidad, debido a una
proteína en la parte externa que provoca el congelamiento
del agua.
Se descubrió que actúan a temperaturas
más bajas que otros aerosoles, sobre todo inorgánicos.
Forman núcleos de congelamiento a temperaturas entre -30
y -40 grados centígrados. En cambio, las pseudomonas, entre
los -2 y -5 grados centígrados, inician la condensación
que permitirá la precipitación, es decir, que se
forme y caiga nieve.
Nubes, huracanes, corrientes de viento llevan bacterias,
virus, esporas de hongo, algas y pólenes de un sitio a
otro. Muchos son patógenos. Algunas plagas que afectan
la agricultura en América, y en México en particular,
aparecen después del paso de huracanes.
No sólo son transportadas por vientos y nubes;
las bacterias tienen una actividad en la atmósfera que
impacta en el clima y propician que “haya o no nieve, se
formen o no nubes”.
Las pseudomonas syringae no sólo actúan
sobre el clima del planeta. Al caer las bacterias con las heladas
e interactuar con la flora, la proteína que contienen daña
la superficie de la planta y propicia la congelación.
Al hablar de la historia de cómo se conformaron
la atmósfera, hidrosfera, litosfera y biosfera, y de la
interacción del ser humano con ellas, dijo que hay autores
que hablan de “una antroposfera”, pese a que somos
una porción pequeña de la masa del planeta.
El geoquímico ruso Vladimir Vernadsky y el paleontólogo
francés Theilard de Chardin, en lugares distintos, coincidieron
en postular tres fases en el desarrollo de la Tierra, en que cada
una transformaba a la anterior.
Ésas serían, primero, la geoesfera (no
mencionan a la hidrosfera); en segundo, la biosfera (con la formación
del oxígeno), y la última, la noosfera (así
llamaron a la esfera de la inteligencia).
“Ambos pensaban que la siguiente etapa que iba
a influir sobre la Tierra era la del pensamiento. Sin embargo,
no hemos visto que la inteligencia humana domine respecto al ambiente
y no sé si nuestras generaciones tendrán tiempo
de presenciarlo. Si seguimos así, tal vez ni siquiera haya
otras generaciones que puedan intentarlo”, concluyó.
—o0o—