Los cuentos de antaño finalizaban con un “y
vivieron felices para siempre”, pero en la vida real, ¿tienen
las personas la capacidad necesaria para mantener una relación
que incluya intimidad, pasión y compromiso de largo plazo?,
pregunta Rolando Díaz Loving, investigador de la Facultad
de Psicología (FP) de la UNAM.
La idea de que debe ser así en pocos sitios queda
tan bien plasmada como en las últimas líneas del poema
más célebre de Francisco de Quevedo: Alma a quien
todo un Dios prisión ha sido,/ venas que humor a tanto fuego
han dado,/ medulas que han gloriosamente ardido:/ su cuerpo dejarán,
no su cuidado;/ serán ceniza, mas tendrá sentido;/
polvo serán, mas polvo enamorado.
Estos versos apuntan a un concepto clave para entender
cómo concebimos que debiera ser la “relación
perfecta”, pues describen un ideal —conformado a lo
largo de los siglos— que la literatura ha bautizado como “amor
eterno”, añade, en ocasión del Día del
Amor y la Amistad.
“Se nos ha dicho que la longevidad es distintivo
de la calidad de una pareja, pero lo cierto es que encuentros tan
encendidos como se describen en novelas y películas no pueden
seguir con el mismo ímpetu indefinidamente, así que
para generar vínculos duraderos hemos aprendido a dosificar
la pasión y el romance. Es así como la gente llega
a los 80 años y aún desea tomarse de la mano, o anhela
reencontrarse tras haber resuelto otras cuestiones de la vida”.
En La llama doble, Octavio Paz advertía
que “si el amor es tiempo, no puede ser eterno, está
condenado a transformarse en otro sentimiento”. A esta aseveración,
Díaz Loving agrega que para dar aliento a ese lazo tan cambiante,
lo que usualmente hacemos es añadir elementos como intimidad,
conocimiento del otro y voluntad de brindar apoyo, y solemos prender
y apagar lo romántico como si dispusiéramos de un
interruptor eléctrico, y con esto esperamos que el fantasma
de la separación quede conjurado.
“Para dar congruencia a nuestras historias construimos
muchos tipos de amores, como el romántico o el de compromiso,
e intentamos explicar parte de lo que somos a partir de ello; no
obstante, lo que la vida cotidiana nos muestra, con frecuencia de
manera empecinada, es que la mayoría de las relaciones distan,
y por mucho, de lo que dicen los cuentos”.
Es tan corto el amor y es tan largo el olvido
Si un personaje literario tenía noción de
lo breve que resulta el apasionamiento es el Don Juan, de Zorrilla,
quien aseguraba —casi con certeza de relojero— que el
ciclo del amor dura 60 minutos y cinco días, pues se necesitan
“uno para enamorarlas, otro para conseguirlas, otro para abandonarlas,
dos para sustituirlas y una hora para olvidarlas”.
Para Díaz Loving, es evidente que este proceso tiene
periodos cronológicamente cuantificables —al fin y
al cabo somos seres sujetos al tiempo—, “aunque a diferencia
del Tenorio, el lapso del ‘flechazo’ es rápido
e intenso, el del desenamoramiento lento y más sosegado,
y detrás de esto hay razones biológicas”.
Cada ser vivo tiene una pulsión sustantiva y fundamental,
la de transmitir sus cromosomas; para ello, al igual que muchos
organismos, nuestra especie vincula los actos específicos
de este proceso con estímulos placenteros, y para ello, se
vale de neurotransmisores que mueven al individuo a repetir ciertas
conductas, buscar oportunidades para el sexo y así perpetuar
genes.
“No obstante, tener hijos no basta, pues a diferencia
de otros animales, el hombre por sí mismo es deficiente para
defenderse; carece de colmillos afilados o garras para repeler ataques,
y por ello, para sobrevivir, precisa de sus semejantes. De esta
manera se hace evidente otro aspecto clave para los humanos: la
necesidad de protegerse. Este aspecto, junto con el ímpetu
de reproducción, explica por qué las parejas, incluso
a veces contra todos los pronósticos, se mantienen juntas”,
expuso.
Neruda hizo famosa la frase “es tan corto el amor,
y es tan largo el olvido”, y parece que la experiencia lo
confirma, pero, en términos biológicos, ¿cuánto
dura el enamoramiento? “A decir de los psicólogos evolutivos,
de tres a cuatro meses, al menos para los primeros hombres. En este
lapso, neurotransmisores como la dopamina, endorfinas y oxitocina
mantenían a los sujetos en euforia el tiempo necesario como
para que los encuentros sexuales posibilitaran un embarazo. A esto
seguía un periodo de apego de dos o tres años, ahora
favorecido por la serotonina, que promovía estados de ánimo
más reposados en los que el varón brindaba compañía
y protección a su mujer e hijos”, expuso Díaz
Loving.
Sin embargo, añadió el profesor, la existencia
humana no se rige por guiones o esquemas, y el día a día,
nos demuestra que hay personas que permanecen juntas por mucho tiempo,
mientras que otras lo hacen por apenas días, pues además
de las tendencias dictadas por la naturaleza prevalece una inmensidad
de factores culturales que determinan nuestro comportamiento y,
de esta manera, crean un inmenso abanico de matices para las relaciones.
¿Monógamos por naturaleza?
Se nos ha repetido que lo correcto es tener a una persona
a nuestro lado y serle fiel, y casi nadie lo cuestiona, pero esta
idea nace, por una parte, con el surgimiento de tres religiones:
el cristianismo, el judaísmo y el islam —cuyo énfasis
está en controlar la conducta de los individuos—, y
por la otra, con la aparición del concepto de propiedad privada
y, por ende, con la necesidad de heredar bienes a quien lleva nuestra
sangre, señaló Díaz Loving.
Señalaba Federico Engels que “la monogamia
nació de la concentración de las riquezas en las mismas
manos, las de un hombre, y del deseo de transmitir esas riquezas
por herencia a los hijos de éste, excluyendo a los de cualquier
otro. Para eso era necesaria la fidelidad de la mujer, pero no la
del varón; tanto es así, que la monogamia de la primera
no ha sido el menor óbice para la poligamia descarada e hipócrita
del segundo”.
Esta laxitud de la norma para una de las partes, y la severidad
de juicio hacia la otra es algo que se observa a diario, señala
el psicólogo de la UNAM. “En México, mientras
puedan financiarla, ellos pueden tener un ‘hogar oficial y
una ‘casa chica’, pero ellas, si deciden estar con alguien
que no sea su esposo son estigmatizadas, pues su actitud rompe con
las buenas costumbres e incluso con la ‘naturaleza’
femenina, que llama a la obediencia y a la abnegación, ¿pero
es ésa su ‘naturaleza’?”.
Si un instinto prevalece en nosotros —sin importar
género— es el de la biodiversidad, señaló
Díaz Loving, “y encuestas alrededor del mundo lo demuestran.
Al preguntar ‘¿cuántas parejas sexuales te gustaría
tener a lo largo de la vida?’, en promedio ellos responden
que 20, mientras que ellas, cinco. Ambos ven a la monogamia como
algo poco apetecible, simplemente hay cuestiones biológicas
y culturales que se entremezclan para crear patrones de conducta
que nos llevan a estar con un solo individuo”.
Sociedad en cambio
El INEGI maneja un indicador llamado índice de desarrollo
de género que mide cuánto han avanzado las mujeres
a nivel educativo, social, económico y político. En
las entidades en las que este marcador es alto, el porcentaje de
divorcios también es elevado, mientras que el de violencia
contra ellas, decrece, señaló Díaz Loving.
“En los estados conservadores, donde los matrimonios
duran de por vida, se registran más agresiones; así
es el modelo tradicional. ¿Pero qué sucede si una
mujer adquiere mayor educación y desarrollo? Lo más
probable es que se muestre reacia a entrar en una relación
en la que no hay equidad ni equilibrio, y comienzan a resquebrajarse
ciertos esquemas sociales”.
La pregunta que subyace a éste y otros fenómenos
—apunta el investigador— es ¿cómo hacer
en una época que exige cada vez más igualdad para
reconciliar las tendencias biológicas de estar con una persona
y nuestra voluntad de permanecer con ella por siempre? La clave
es ver si el otro posee las características necesarias para
entablar el tipo de relación deseada.
“Ante el frío desdén que caracteriza
a los matrimonios de hoy, es necesario reinventar el amor”,
señalaba el poeta Arthur Rimbaud, “y para eso se precisa
honestidad de ambas partes”, agrega Díaz Loving.
“Hoy vemos un cambio en las normas de esta creencia,
pero se dan de forma lenta y castigada. Lo ideal sería que,
en vez de caer en el caos, determináramos —desde el
principio— si el sujeto que nos interesa tiene inclinaciones
afines a las nuestras. Así, quien desee estar con muchas
parejas, coincidirá con alguien similar, y el que quiera
sólo una, la formará con un compañero que busque
lo mismo. Desde el principio deberíamos plantear, sin miedo,
‘éstas son mis necesidades y gustos, ¿cuáles
son los tuyos?’, para, a partir de ahí, ver si damos
un primer paso, libremente y sin engaños”.
Más allá de la biología
En La insoportable levedad del ser, Milan Kundera
hace admitir a Tomás, uno de los protagonistas, haber estado
con dos centenares de mujeres, confesión seguida de un “tengo
relaciones desde hace 25 años, dividan 200 por 25 y les saldrán
ocho mujeres por año, no creo que sea tanto”.
Díaz Loving señala que, “en términos
evolutivos, diríamos que este personaje es un organismo exitoso
por el número de oportunidades que ha tenido para transmitir
sus cromosomas, pues se trata de una necesidad inserta en nuestro
proceso biológico, pero ver el panorama apenas en estos términos
sería un reduccionismo”.
Entonces, ¿cómo hacemos los humanos para
cambiar tales urgencias por un relato diferente que explique nuestras
pulsiones? La respuesta, añade el académico, es que
nuestra historia es distinta a la de otros seres debido a la capacidad
humana de crear lenguaje, reflexionar y, a partir de ello, generar
cultura y, por ende, normas y patrones de conducta.
Si en cada vínculo de pareja hay una serie de instintos
repetitivos, inevitables y, además, explicables por la ciencia,
la pregunta que surge es ¿en realidad existe el amor?
En definitiva sí, concluye Díaz Loving, “la
biología sólo nos da parámetros de comportamiento,
es decir, nos dice qué es y no factible; pero el amor va
más allá, porque al mismo tiempo que es una posibilidad
natural humana, es una elaboración cultural de cómo
entendemos esas necesidades para, a partir de ahí, elaborar
algo diferente con ellas”.
—o0o—