Para algunos el colibrí es símbolo de suerte;
encontrarse con uno es indicio de buen augurio; también es
utilizado como amuleto (chupamirto) para atraer el amor. De este
diminuto pájaro, el periodista Agustín Escobar Ledesma
escribe: “El colibrí o chupaflor es un ave que con
su silencio canta al amor; es de hermoso plumaje, de coloración
metálica con matices diversos y cambiantes, y revolotea entre
las flores del campo y las ciudades”.
Al igual que los insectos y los murciélagos, estas
pequeñas y frágiles aves realizan una importante función
ecológica en la conservación de los ecosistemas, por
ser una especie polinizadora. Aunque no se encuentra amenazada,
pierde su hábitat, principalmente en las grandes ciudades,
por la masiva urbanización, que implica un elevado uso del
suelo y, en consecuencia, la destrucción de la vegetación.
María del Coro Arizmendi Arriaga, coordinadora del
posgrado en Ciencias Biológicas, junto con sus colaboradores,
desarrolla el proyecto de creación de jardines para estos
polinizadores; el objetivo es recrear su hábitat natural,
que sean fuente de éstos para los cultivos colindantes, incrementar
su población y estudiar su comportamiento biológico.
Los colibríes se alimentan del néctar que
producen las flores, y en ese proceso se convierten en polinizadores
de una diversidad de plantas. Sin embargo, el hombre se ha encargado
de deteriorar su ecosistema, y el de otras especies, con la edificación
de grandes urbes, donde este tipo de avecillas no tiene mucho espacio
para sobrevivir, dijo la académica.
La primera de estas pequeñas reservas o “parches
de vegetación”, como la denomina Arizmendi Arriaga,
es única en el país, y fue instalada en la Facultad
de Estudios Superiores (FES) Iztacala; en breve, se pretende situar
una más en ese mismo campus, informó.
Ahí, el tesista Héctor Salgado hará
observaciones dos veces por mes, para determinar qué tipo
de colibríes llegan y cómo colonizan el sitio.
Al respecto, aclaró que este proyecto surgió
en Estados Unidos y Canadá, como parte de la Campaña
Norteamericana para la Conservación de los Polinizadores
(NAPPC, por sus siglas en inglés), puesta en marcha para
proteger a las abejas, en específico, y en el que participó
la universitaria.
Existen dos formas de restituir su ecosistema: los bebederos
artificiales, en los que se coloca agua con azúcar, “recurso
importante para los colibríes, que representan la reproducción
de unas dos mil 500 flores, aunque esta elección en ocasiones
resulta contraproducente, porque las aves abandonan su función
ecológica al no visitar las flores. La otra iniciativa es
la generación de jardines artificiales que cuenten con las
flores de las que se alimentan”.
En las ciudades de Norteamérica se adoptó
la colocación de bebederos en espacios públicos, como
una pequeña contribución para estas aves en su obtención
de energía, y que a su vez, les ayuda a buscar alimento con
grasa y proteína (insectos). “Por su pequeño
tamaño, tienen un metabolismo muy rápido, son las
que aletean con mayor velocidad, y en ello, tienen un gasto calórico
que deben suplir constantemente”.
Hace falta más que una botella con líquido
dulce, es necesario brindarles un espacio con una gran concentración
de plantas, que además de alimento, les ofrezca refugio y
sitios para anidar. Para que un jardín sea agradable, se
puede plantar variedad de flores, en especial las de color rojo,
colgantes, largas y tubulares –que son las que polinizan–,
como salvia y aretillos del género fuchsia, por ejemplo.
Por lo común, los colibríes que observamos
en la ciudad son nativas y aquí se reproducen, como el Amazilia
beryllina (chuparrosa), Cynanthus latirostris (colibrí
pico ancho), y Cynanthus sordidus (colibrí oscuro).
Hay algunas como Selasphorus rufus (zumbador Rufo) y Archilochus
colubris (colibrí de garganta roja), que son migratorias
y pasan el invierno en esta urbe.
Anillamiento de colibríes
La participación de la ornitóloga universitaria
no se limita a la creación de jardines artificiales para
estas especies, sino también en otro importante proyecto
destinado a su estudio poblacional en la Reserva del Pedregal de
San Ángel, en Ciudad Universitaria.
Se trata de la primera estación de anillamiento,
que se inscribe en la iniciativa para la Conservación de
Aves de América del Norte e involucra a instituciones gubernamentales,
de la sociedad civil y universidades de Canadá, Estados Unidos
y México.
En la Reserva del Pedregal “contamos con trampas
para anillar a los colibríes que se refugian, procedimiento
que realizamos dos veces por mes y que nos ha permitido determinar
la presencia de por lo menos nueve especies, entre ellas Amazilia
beryllina, Cynanthus latirostris y Cynanthus sordidus.
Pero además la gran mayoría de especies endémicas
de Estados Unidos y Canadá, que arriban en septiembre y se
van en marzo”.
A un año de iniciado el proyecto, añadió,
“llevamos anillados un promedio de 150 animales, con los que
podemos iniciar un estudio demográfico y determinar tipo
de alimentación y plantas que polinizan, entre otras”.
Asimismo, comentó que colabora en la elaboración
de una guía de identificación de colibríes
de México y Norteamérica, que contendrá dibujos,
mapas y una descripción –en español e inglés–
de estas aves; será editada por Conabio como parte del proyecto
de generación de ciencia ciudadana, para involucrar a la
población en su conocimiento.
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