Los crustáceos representan un grupo importante de
invertebrados por los diversos papeles que desempeñan en
los ecosistemas marinos; algunos son bioindicadores de contaminación,
forman parte de las redes tróficas y se utilizan como fuente
de alimentación. En el caso de las langostas marinas, junto
con otras especies comestibles, también tienen trascendencia
económica.
Patricia Briones Fourzán, investigadora de la Unidad
Académica en Puerto Morelos, del Instituto de Ciencias del
Mar y Limnología (ICMyL) de la UNAM, indicó que el
grupo de las langostas marinas constituyen un recurso pesquero de
gran relevancia a nivel mundial, además de su importancia
ecológica en los ecosistemas que habitan.
La especialista en biología, ecología y comportamiento
de langostas espinosas (familia Palinuridae), explicó
que éstas forman parte de las comunidades arrecifales coralinas
y de la mayoría de las redes tróficas mediante las
cuales se transfiere la energía en estos ecosistemas.
Son consideradas como animales modelo para probar diferentes
hipótesis biológicas, ecológicas y pesqueras
que podrían tener implicaciones para variadas especies marinas,
no sólo para las propias langostas.
También tienen depredadores y en estudios de campo
y laboratorio se ha encontrado que presentan diversos mecanismos
de defensa que aumentan sus probabilidades de sobrevivir a los ataques,
ejemplificó. “Algunas especies son muy gregarias y
se defienden en grupo; utilizan, en conjunto, sus largas antenas
espinosas para ahuyentar a quienes las atacan. En las especies menos
gregarias, los individuos más bien escapan o intentan pasar
desapercibidos”.
El conocimiento derivado de estas investigaciones podría
aplicarse a otras, lo que permitiría determinar por qué,
dentro de un grupo animal determinado, unas son más vulnerables
que otras.
El comportamiento gregario permite a las langostas aprovechar
mejor los recursos disponibles en su hábitat e incrementar
su supervivencia. “Como no pueden construir sus refugios,
deben buscar resguardo en cualquier tipo de estructura que les brinde
protección, como grietas en fondos duros o huecos en los
arrecifes”.
Los pescadores, conocedores empíricos de esa situación,
han diseñado refugios artificiales (“casitas”)
que colocan en lugares donde saben que hay langostas; con ello no
sólo favorecen que se congreguen, sino que aumentan la biomasa,
“porque debido a la defensa grupal, se incrementa la supervivencia
de los individuos más pequeños, que comparte refugios
con animales más grandes”.
En este momento la universitaria se enfoca en determinar
algunos factores que podrían afectar de manera importante
la abundancia local de la especie, tales como la distancia a la
costa de las zonas oceánicas en las que realiza su metamorfosis
de larva a poslarva, proceso complejo en este crustáceo,
porque sus poblaciones dependen de la llegada de estos nuevos reclutas.
“Hemos encontrado en mar abierto –con el apoyo
del buque oceanográfico Justo Sierra de la UNAM–
zonas potenciales de metamorfosis a distancias de entre 20 y 50
kilómetros de la costa. Dado que las poslarvas no se alimentan,
pero deben nadar hacia los hábitats costeros para continuar
su ciclo de vida, esto puede explicar, en parte, la variación
significativa en distintos indicadores, tanto físicos como
bioquímicos, del estado nutricional de las poslarvas que
llegan a la costa y, por tanto, de su potencial de supervivencia”,
añadió.
La langosta es uno de los mariscos con mayor valor unitario
en el orbe, su explotación brinda empleo a miles de personas
y su comercialización genera millones de dólares.
“Es muy apreciada, sobre todo en restaurantes y hoteles”.
Sin embargo, en la última década, su captura ha disminuido
en el mundo, particularmente en el Caribe. “Consideramos que
se debe a una combinación de factores naturales y antropogénicos,
como la sobrepesca, la degradación de los hábitats
costeros y el cambio climático, entre otros”.
El manejo de recursos pesqueros necesita apoyarse en información
científica formal relacionada con la ecología, la
dinámica poblacional, las enfermedades, e incluso con el
comportamiento de las langostas, lo que afecta la respuesta de las
poblaciones a la presión de pesca.
“Como investigadores, nuestra función es generar
conocimiento sobre los procesos que causan esas variaciones en la
abundancia de las poblaciones locales, para que quienes administran
este recurso pesquero puedan desarrollar estrategias de manejo más
sólidas”.
Una alternativa sería la acuacultura, pero un aspecto
importante es que hasta el momento no hay cultivos comerciales de
langostas espinosas a partir del huevo, como sucede con algunos
camarones, peces y moluscos. Ello se debe a la complejidad de su
ciclo de vida, pues la fase larvaria, que dura entre seis y 10 meses
y está constituida por entre nueve y 12 estadios, se desarrolla
en aguas oceánicas, cuyas características son difíciles
de reproducir en estanques.
No obstante, con el uso de sistemas a pequeña escala
se ha logrado completar esa fase en laboratorio, en unas cuantas
especies. Se espera que con los avances tecnológicos se logren
mayores tasas de supervivencia de larvas y poslarvas, así
el cultivo a nivel comercial a partir del huevo estaría más
cercano, pues una vez que pasan esa fase resulta relativamente fácil
llevarlas a talla comercial”, concluyó.
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