• Se halló mercurio,
vanadio, aluminio, plomo o cadmio, todos en cantidades mínimas.
No obstante, su simple presencia es motivo de preocupación,
porque es lo que respiramos todos los días, dijo Rocío
García Martínez, del CCA de la UNAM
• Esos metales se originan debido al diésel o
las gasolinas, al registrarse un proceso de corrosión
de los catalizadores de los autos
Un equipo del Laboratorio de Química
Atmosférica del Centro de Ciencias de la Atmósfera (CCA)
de la UNAM, detectó metales pesados en hojas de la especie Ligustrum
vulgare, árbol mejor conocido como aligustre o trueno, en
el Bosque de Tlalpan, en el Distrito Federal.
El grupo, que encabeza Rocío García
Martínez, halló mercurio y vanadio, así como aluminio,
plomo o cadmio, en cantidades mínimas, de partes por millón.
No obstante, su simple presencia “es cuestión de preocupación,
porque es lo que respiramos todos los días”.
Esos elementos se originan en el momento que,
debido al diésel o las gasolinas, se registra un proceso de corrosión
de los catalizadores de los autos, que los libera. Por ello, recomendó
que la gente que tiene más exposición, como la que trabaja
al aire libre, cuente con exámenes periódicos de sangre
y orina para su detección.
Este trabajo tiene sus antecedentes en otro,
realizado por la universitaria en Juriquilla, Querétaro, donde
hizo una estancia posdoctoral. La idea, en ese caso, era detectar material
radiactivo, como uranio o radón, como indicadores del magnetismo
que existió en esa zona. Se estudió la lluvia y los árboles,
en cuyas hojas se presenta la deposición o depositación
de los contaminantes.
Luego, se decidió hacer el estudio en
el DF, en específico en el Bosque de Tlalpan, ubicado entre avenidas
de intenso tránsito vehicular. Ahí, se determinó
qué especies se podrían usar como “trazadores”,
de acuerdo con el tipo y tamaño de hoja. A este procedimiento
se le conoce como biomonitoreo atmosférico.
Para que la hoja sirva como un trazador, se
hacen evaluaciones: cuál es la especie más abundante,
la edad y el tipo de aquélla que permita observar la deposición
o la concentración del metal.
Se eligió el trueno o Ligustrum
vulgare, un árbol muy abundante en el bosque y con las características
requeridas. Gracias a eso se detectaron nueve metales de interés
por su grado de toxicidad, entre ellos, aluminio, cadmio, cromo, vanadio,
níquel, plomo y mercurio.
Respecto a este último, abundó
García, hay pocos estudios. “El dos-dimetil mercurio es
el más tóxico de los metales, se volatiliza y, en efecto,
lo hemos encontrado”.
Empero, no se puede decir si las cantidades
son “altas” o “bajas”, porque no hay una norma
establecida; pero existen, y se pueden acumular y alojarse en el organismo,
eso es lo importante, refirió.
La científica explicó que existen
variaciones o periodos estacionales en el registro. En tiempos de lluvia,
en secas “frías” y secas “calientes”.
Por ejemplo, en secas calientes, después de febrero y hasta el
inicio de las lluvias hay menores concentraciones, debido a los patrones
de viento, y con las precipitaciones, por el “lavado” de
hojas, pueden disminuir.
Por ello, las muestras se tomaron tres veces
al año, de hojas verdes y lisas (no porosas), que no sean amarillas
ni pequeñas. Además, se obtienen de los mismos árboles
y a tres alturas diferentes: baja, intermedia y alta. Para su análisis
se emplea la técnica de Espectrofotometría de Absorción
Atómica con horno de grafito.
De ese modo, se muestrearon alrededor de 30
árboles. “Fue una selección que tomó en cuenta
las coordenadas geográficas, en un radio de 50 kilómetros.
Obtuvimos alrededor de 150 muestras, en cada una de las cuales se determinaron
los nueve metales”.
Aunque el análisis apenas inicia y para
validarlo como un método indicador de contaminación atmosférica
contundente hacen falta datos de cinco a 10 años, la experta
y su equipo se han topado con resultados favorables, que señalan
que sí es una técnica que puede ser una herramienta útil.
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