• Anemia hemolítica
y leucemia, enfermedades cuya frecuencia resulta importante
para los habitantes de la zona
• La exposición a sustancias químicas
podría alterar el mecanismo de expresión de
genes
En una serie de estudios practicados en habitantes
de la zona agrícola industrial de San Martín Texmelucan,
Puebla, investigadores universitarios han detectado graves enfermedades
causadas por contaminantes arrojados al río Atoyac por las
industrias asentadas en la región desde hace más de
20 años.
“El origen fue en los corredores industriales
y en una planta petroquímica, fuente de trabajo para algunas
personas de la región, que antes se dedicaban a la agricultura”,
detalló Regina Montero, del Departamento de Medicina Genómica
y Toxicología Ambiental, del Instituto de Investigaciones Biomédicas
(IIBm) de la UNAM.
Antes de la llegada de esas empresas, a principios
de los años 90, el cuerpo de agua ya estaba dañado,
principalmente por las descargas municipales; sin embargo, desde hace
algunos años la contaminación de la región se
ha diversificado con descargas industriales.
Pero las sustancias químicas no sólo
afectan al ambiente, también podrían ser origen de enfermedades
entre los habitantes de las poblaciones conurbadas a Texmelucan, como
anemia hemolítica e insuficiencia renal.
Con la instalación de las textiles
empezó el derrame en las aguas de un colorante que se utiliza
en el teñido de la mezclilla, llamado índigo, así
como de hipoclorito de sodio, sustancia con la que la blanquean.
“Antes de nuestro estudio, investigadores
del Instituto de Ingeniería (II) determinaron que en el río
había concentraciones muy altas de cloroformo, de diclorometano
y tolueno”, señaló.
El origen de cada sustancia es diferente.
Una viene de la industria petroquímica y de la pintura, en
la que emplean solventes. El diclorometano se utiliza también
como solvente, desengrasante, para extraer otros compuestos, en la
industria del plástico, y en general, tiene un amplio uso.
Sin embargo, las empresas de la zona han
declarado que no utilizan cloroformo. Entonces ¿por qué
está presente en el río?, cuestionó la investigadora.
“Porque el hipoclorito de sodio usado para blanquear las telas
al ser arrojado a las aguas del río reacciona químicamente
y forma cloroformo”, respondió.
Esto fue lo que determinó el Instituto
de Ingeniería, pero la gente empezó a observar que a
partir de la llegada de la petroquímica sus niños, en
general los menores de 18 años, empezaron a enfermar de anemia
hemolítica, de leucemia y de insuficiencia renal. La observación
empírica de la población es que no existían estos
padecimientos antes de los años 90.
“No hay datos oficiales que indiquen
si las afecciones estaban antes de la llegada de la industria a la
región, ni se han hecho estudios formales de epidemiología”,
apuntó.
Toxicología genética
En el 2004, una ONG, el Centro fray Julián
Garcés, formado por abogados, sociólogos y fundamentalmente
sacerdotes, pidió a la investigadora documentar la situación
del río.
“Una forma de hacerlo era registrar
los compuestos que se usan en las industrias, para lo que era necesario
entrevistar a los trabajadores. Se nos informó que no había
disposición de las empresas, por lo que tuvimos que entrevistarlos
en sus casas. Con sus respuestas elaboramos una lista”, explicó.
El equipo de investigadores hizo un estudio
en el que emplearon biomarcadores de genotoxicidad para ver si había
un efecto. “Esto significa que la gente que está expuesta
a los contaminantes podría experimentar daños en las
células, en su ADN”.
Los biomarcadores son útiles para
prevenir el cáncer. Empezaron a usarse en ambiente ocupacional
porque los trabajadores estaban muy expuestos a compuestos cancerígenos
que se usan en la industria. Bajo reglamentaciones internacionales
se utiliza extensamente en la Unión Europea y se ha trasladado
su análisis del ámbito ocupacional al ambiente externo.
En un terreno ocupacional, la medicina del
trabajo implementó medidas de seguridad con el uso de señalamientos
de sitios donde se manejan sustancias peligrosas o tóxicas,
con el etiquetado de los compuestos para prevenir accidentes, con
cursos de capacitación y concientización, además
de proveer a los obreros el adecuado equipo de protección para
evitar la exposición por cualquier vía: dérmica,
respiratoria o ingerida.
“El empleado debe usar anteojos o mascarillas,
audífonos, guantes, gorros, un traje que los cubra para minimizar
su riesgo a la exposición. Sin embargo, durante las entrevistas,
sólo los trabajadores de Pemex informaron que sí utilizaban
un equipo de protección, que consiste principalmente de guantes,
botas y casco. Ocasionalmente, si van a limpiar ciertas áreas
emplean overol completo y mascarilla”, acotó.
En otras empresas, particularmente las textiles,
no nos reportaron el uso de dispositivos de seguridad para el trabajador.
El problema que surge en el momento que estos
compuestos abandonan el ambiente ocupacional y llegan al general -donde
hay mujeres, jóvenes, niños y ancianos- es que no hay
señalamientos ni entrenamiento para su uso, ni siquiera información
de su presencia en el aire, el suelo o el agua.
La exposición ocurre sin equipo de
protección, y no sólo durante el horario de trabajo,
sino de tiempo completo. Los animales y las plantas son las víctimas
adicionales.
Los que viven cerca del río, los más
afectados
“Se podría pensar que si el
problema está en el agua, entonces con alejarnos del río
evitamos la exposición. Sin embargo, este último es
un organismo vivo en comunicación con todo lo que le rodea:
hay evaporación al aire, filtración al subsuelo y a
los mantos freáticos. En su curso, puede llegar a lagos y al
mar. Muchos contaminantes siguen el mismo ciclo del líquido”.
Si calienta el Sol, el agua se evapora, pero
también los compuestos que son más volátiles,
como el tolueno, el benceno, el clorometileno, el cloroformo. Ya en
el aire, se distribuyen con el viento; si no hay, la distribución
es homogénea hacia todo lo que lo rodea, pero si hay, serán
llevados hacia donde éste se dirija, y pueden depositarse a
grandes distancias como partículas, o caer con la lluvia.
Los investigadores decidimos hacer el estudio
de genotoxicidad en poblaciones cercanas al cuerpo de agua para establecer
cómo es la exposición en sus habitantes.
Tomaron muestras de sangre a un grupo de
las comunidades más alejadas del río (población
A) y a otro que residía cerca (población B). También
incluyeron a uno de estudiantes de la UNAM en el D.F. (población
C). “Éste fue nuestro grupo control”.
Se hicieron cultivos de células sanguíneas,
y se encontró una frecuencia elevada de micronúcleos,
que son rompimientos cromosómicos.
“Al romperse un cromosoma se pierde
material genético. Si es un gen necesario para la sobrevivencia
de la célula, ésta muere, pero si no lo es, sigue viva
pero con una mutación, que puede ser el inicio de un proceso
cancerígeno”.
Se observó que la frecuencia más
baja de este tipo de daño fue en la población C. La
B presentaba una frecuencia tres veces mayor que la C, y la A, ligeramente
menos daño que la B.
Según los resultados, la gente que
vive en la zona tiene más daño de micronúcleos,
pero el más fino, los rompimientos de cromosomas, que establecen
un ciclo que se relaciona mucho más con el proceso de cáncer,
se origina cerca de donde descargan las industrias.
Los habitantes de esta región están
expuestos crónicamente, de cuerpo entero, a estos contaminantes,
lo que incrementa su riesgo de enfermar, en principio de cáncer,
pero recientemente se ha comprendido que la exposición a tóxicos
puede dañar no sólo al ADN, sino a todo el mecanismo
de expresión de genes.
“Si la exposición a sustancias
químicas altera a este último, entonces el riesgo de
enfermedad, no sólo de cáncer, es infinitamente mayor,
por lo que es necesario monitorear a estas poblaciones permanentemente,
para establecer cuáles son las afecciones que deben ser atendidas
en sitios que surgen en el país a raíz de la intensa
industrialización de las zonas rurales”, finalizó
la académica.
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