• El integrante
del IIE de la UNAM, que será investido como investigador
emérito por esta casa de estudios, se dedica desde 1968 a
estudiar la historia fílmica del país, y señala
que su labor está muy lejos de concluir, pues aún
le restan muchos libros por escribir y temas por analizar
“Mi gusto por el cine se remonta a
mi infancia, es un lazo casi edípico, pues entre las primeras
imágenes que recuerdo está la de mi madre y su cámara
de ocho milímetros, con la cual nos filmaba y la que le servía
para proyectarnos películas reducidas para ese formato, a veces
de Walt Disney, otras del Gato Félix”, recuerda Aurelio
de los Reyes, a pocos días de ser investido por la UNAM como
investigador emérito.
Hoy, el integrante del Instituto de Investigaciones
Estéticas (IIE) es uno de los especialistas más importantes
de la historia fílmica de México pero, dice, sus inicios
son mucho más simples, muy parecidos a los de cualquier cinéfilo
que gusta de ver en pantalla recreaciones salidas directamente de
las novelas de piratas de Emilio Salgari, o historias que tienen por
escenario a Siria o Persia.
“Si tuviera que relatar cómo
inició este trayecto de ya más de cuatro décadas
de estudiar el cine nacional, me remontaría a la casa donde
crecí, en Aguascalientes, o a las salas de Fresnillo, ciudad
a la que después nos mudamos. En esos espacios solía
ver películas como La serpiente del Nilo, en la que
me encontré por primera vez con Cleopatra y Marco Antonio,
quienes me llevaron a los tiempos del antiguo Egipto, o aquellas protagonizadas
por María Montez, como Alí Babá y los 40
ladrones, un verdadero viaje al Medio Oriente”.
Como cualquier adolescente, pensar en dedicarse
a una sola cosa, y de por vida, no le era fácil; quería
ser todo lo que se puede en el campo de las humanidades: psicólogo,
antropólogo, historiador, literato, aunque sabía que
en algún punto debía decantarse por una profesión.
“Ya como estudiante en Prepa 4 pensaba
que psicología o antropología eran una opción
para mí, pues me gustaba mucho leer y escribir, pero como ha
pasado en repetidas ocasiones, tomé una decisión y el
cine tuvo la culpa, pues ésta vino tras ver las cintas Livia
(Senso, 1954) y El gatopardo, ambas de Luchino Visconti”.
“Esos largometrajes me marcaron, porque
siempre quise hacer cine; antes que historiador pretendía ser
director, pues en México no se hacían —no se han
hecho ni se hacen— películas que retraten una época
con esa calidad. Si quería filmar algo así, debía
empezar por aprender historia”.
Donde historia y cine coinciden
En 1965, con apenas 23 años cumplidos,
entró a la Facultad de Filosofía y Letras, en la que
se acrecentó su gusto por lo fílmico y la literatura.
“Era un lugar para aprender y verlo todo. Había un movimiento
importante de cineclubes y mucha disposición para dialogar
y proponer”, recuerda.
De aquellos días, las clases que recuerda
con más viveza son las que tomó con Josefina Vázquez
y Vera, entonces una joven profesora recién llegada de la Unión
Americana, con una manera inédita de entender y enseñar
la historia.
“Mientras los demás maestros
impartían una visión conservadora, con ella todo era
más vivencial. Para entender qué pasaba en los Estados
Unidos del siglo XVIII leímos La letra escarlata,
de Nathaniel Hawthorne. Era una manera de apuntalar lo aprendido y
verlo bajo nuevas luces, desde otros horizontes”.
Hacia el final de la carrera, De Los Reyes
decidió especializarse en historia del arte, al tiempo que
gustaba de comentar películas con la profesora Vázquez.
“Le hablaba mucho de La jauría
humana, una cinta de 1966 de Arthur Penn, protagonizada por Marlon
Brando y Robert Redford, sobre todo porque me parecía una excelente
analogía del momento social que atravesaba EU. Ya cerca de
titularme, ella me preguntó, ‘¿y sobre qué
hará su tesis?’, mi plan era escribir sobre unas iglesias
franciscanas del siglo XVI en el estado de Hidalgo. Se lo comenté
y ella inmediatamente me replicó: ‘Si le gusta tanto
el cine como la historia, ¿por qué no hace historia
del cine?”.
Aquél era el último empujón que necesitaba un
joven que decidió en qué matricularse tras ver los filmes
de Visconti. “Acepté la sugerencia y cambié de
planes. Es así como, desde hace 44 años, me dedico a
esta área de la investigación”.
Nace un investigador
A De los Reyes siempre le intrigaron películas
como Café Colón, La Cucaracha o Juana Gallo,
que se suponía narraban episodios de la Revolución mexicana,
pero que en realidad giraban en torno a la figura de María
Félix. ¿Era eso un retrato de dicho movimiento social?,
¿así eran las soldaderas?, preguntaba, y como no había
nadie que le respondiera, él mismo se dedicó a investigar.
“Era 1968 y prácticamente no
se había escrito nada sobre el cine mexicano. Existían
algunas publicaciones de Emilio García Riera o de José
María Sánchez García, pero el hueco sobre el
tema era enorme, así que hice lo único que me quedaba
si deseaba saber más: ir directamente a las fuentes”.
Por aquellos días cayó en manos
del académico un libro de Stanley Ross titulado ¿Ha
muerto la Revolución mexicana?, y la respuesta que daba
este teórico a la incógnita es que ésta había
concluido en 1940.
“Así me di una idea sobre a
qué abocarme. Me propuse estudiar el cine de 1910 a 1940 para
ver la imagen de la Revolución desde su inicio hasta su conclusión,
según la propuesta de Ross. Noté que el lapso de 1910
a 1915 se caracterizaba por documentar el movimiento armado, mientras
que de 1916 en adelante comenzaron a soslayarse los hechos y a apoyarse
en argumentos literarios. Para explicar el porqué de eso me
remití a la fase inicial, y al ahondar en el periodo que va
de 1896 a 1900 encontré tanta información que eso cubrió
mi tesis de licenciatura, que después se convertiría
en mi primer libro, Los orígenes del cine en México”.
Amigos del académico, como el escritor
Álvaro Matute, han llegado a describirlo como alguien a quien
le causa “horror dejar sin llenar el hueco mínimo. Su
acercamiento a las fuentes es modelo de acuciosidad y obsesión”,
lo que explica la impresionante cantidad de información recolectada,
la cual forma parte de una obra colosal y aún no terminada.
“Por aquellos días, García
Riera informó sus planes de redactar la historia del cine sonoro
en México, así que yo decidí escribir el testimonio
del mudo, y literalmente fiché todos los periódicos
y revistas de 1896 a 1932. Los resultados de este trabajo ya han sido
publicados en varios volúmenes: el primero abarca de 1896 a
1920, el segundo va de 1920 a 1924, y está en prensa un tercero,
que comprende de 1924 a 1928; aún tengo pendiente el que llegará
hasta 1932”.
Además de este magno proyecto, De
los Reyes ha publicado muchos libros más, no sólo sobre
cine, sino sobre su otra pasión, la iconografía. “A
más de cuatro décadas como investigador, veo aún
lejos la posibilidad de que mi labor concluya. Siempre hay algo que
hacer y también trabajos no concluidos”.
El profesor no se engaña y se describe
a sí mismo como alguien que trabaja compulsivamente, cualidad
que le ha permitido ser no sólo director de 80 tesis y autor
de 18 libros y una centena de artículos, sino uno de los pocos
académicos que han ganado una Diosa de Plata (1962) y un Ariel
(1992), pues también se desempeña como cineasta.
“Filmar me proporciona gran satisfacción,
pues siempre quise estar detrás de una cámara, pero
lo cerrado del campo me impidió crecer en ese aspecto. No obstante,
la posibilidad de hacer documentales me permite combinar esta faceta
con mi labor académica”.
“La investidura es una excelente oportunidad
para mirar hacia atrás y hacer el recuento de lo logrado. He
de confesar que esta distinción me emociona, aunque me produce
sentimientos encontrados, pues para mí el emeritazgo debería
llegar al final de una carrera y a mí, como investigador, me
faltan aún muchos libros por escribir. Además, no me
gusta ver al pasado, sino al futuro, ni tampoco recrearme en lo que
he hecho, sino en lo que debo hacer”.
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