• No poder regular la ira puede
traducirse en ciertas conductas inadecuadas como agresión
física y verbal, hostigamiento psicológico o exclusión
social, destacó Benilde García, académica de
la FP de la UNAM
Algunas prácticas de crianza en las
que no se incluye enseñar a los hijos a controlar enojo o ira,
dan lugar a que en el futuro las personas sean incapaces de gestionar
correctamente sus emociones, lo que finalmente se traduce en ciertas
conductas como agresión física y verbal, hostigamiento
psicológico o exclusión social; en las víctimas
se generan sentimientos de inferioridad, disminución y desmotivación.
Es importante considerar esta situación,
porque las manifestaciones actuales de violencia tienen un sustrato
emocional importante, destacó Benilde García Cabrero,
profesora de la Facultad de Psicología (FP) de la UNAM.
No se puede decir que el enojo y la ira sean
malos, que se deban evitar o reprimir per se, y mucho menos,
a edades tempranas. Esto depende de las circunstancias, con qué
magnitud se presentan, y las consecuencias, tanto para quienes los
experimentan, como para los demás, apuntó.
De hecho, abundó, en los niños
la ira es una emoción básica, normal y adaptativa porque
les sirve, por ejemplo, para llamar la atención de los padres
y externar necesidades. Se manifiesta como berrinche, tensión
o llanto, e indica que hay una necesidad no satisfecha, que existe
una frustración que la produce.
Si esta situación se potencia en interacción
con las prácticas de crianza de los padres, puede generar falta
de control, que en años posteriores puede ser origen de enfermedades
psicosomáticas, además de involucrar a la persona en
situaciones donde enfrentaría problemas más serios como
infracciones, alertó.
La especialista en psicología educativa
aseveró que los esfuerzos de control, que constituyen uno de
los mecanismos básicos para poder manejar las emociones, son
mediados por la manera en que los adultos han enseñado a los
menores a gestionarlas.
Para hacer frente a cualquier situación,
particularmente en caso de una frustrante, es necesario encontrar
los mecanismos que permitan administrar los recursos emocionales de
manera adecuada y adaptativa. La forma como los progenitores modelan
y apoyan al infante es central en el proceso de afrontamiento; si
se hace de manera correcta, aprenderá a distraerse, calmarse
o involucrarse en una actividad alternativa como una forma de regulación,
recalcó.
Los modelos parentales de control también
incluyen la regulación de la simpatía y la empatía.
Ser empáticos permite que desarrollen conductas pro-sociales,
de ayuda y cuidado hacia los demás.
En situaciones de acoso escolar, los agresores
consideran que ciertas características de las víctimas
(discapacidad, por ejemplo) les dan derecho a agredirlas. Otros son
defensores proactivos, e incluso entran en el conflicto para defender
a quien es hostigado o violentado. “En este caso existe enojo,
pero podemos hablar de uno positivo, generado por la indignación
causada por estar ante una situación injusta”, mencionó.
Algunos otros alumnos que presencian acoso
quieren ayudar, pero no lo hacen por miedo a ser la próxima
víctima, o bien porque sienten que no tienen recursos suficientes
para enfrentar al agresor. Unos más experimentan desconexión
moral y optan por decir “a mí no me afecta, y mientras
no me toque, no me meto”, y hay quienes piensan “él
se lo buscó”.
Por ello, “debemos ayudar a los infantes
y adolescentes agresores a saber cómo manejar el enojo, a darse
cuenta de por qué incurren en ese sentimiento, qué lo
detona, en qué situaciones, cómo lo descargan, qué
sienten antes, durante y después, qué manifestaciones
fisiológicas presentan y cómo, a través de estrategias
asertivas del manejo, pueden aprender no sólo a controlarse,
sino a sentir empatía por el otro”, abundó.
Esto tiene mucho que ver con el control sobre
los pensamientos y la relajación, es decir, la respiración
y la tensión muscular. Además, se debe entender que
las reacciones de los padres les proporcionarán claves para
saber cuándo usarlas, cómo, y por cuánto tiempo.
“Si empezamos a hacerlo, y a mejorar
las prácticas de crianza en niños de primaria, podríamos
evitar muchos problemas de violencia en años posteriores”,
concluyó.
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