• Nuestro país es el quinto
más importante en estos hábitats, después de
Nigeria, Australia, Indonesia y Brasil, dijo Juan Núñez
Farfán, del Instituto de Ecología de la UNAM
• El análisis de su variación genética
permitirá establecer qué sitios hay que preservar
con mayor empeño, cuáles se pueden regenerar y los
que son susceptibles de ser aprovechados
Científicos del Laboratorio de Genética
Ecológica y Evolución del Instituto de Ecología
(IE) de la UNAM, encabezados por Juan Núñez Farfán,
estudian el origen de los manglares -ecosistemas característicos
de las costas tropicales y de gran diversidad animal- en nuestro país,
el quinto más importante en estos hábitats, sólo
después de Nigeria, Australia, Indonesia y Brasil.
Ello, porque el análisis de la variación
genética de estos entornos permitirá establecer qué
sitios deben preservarse con mayor empeño, cuáles se
pueden regenerar, y los que son susceptibles de ser aprovechados.
Por ejemplo, “en Sontecomapan, Veracruz, cerca de Catemaco,
existe un manglar bellísimo, pero no es muy diverso, a diferencia
de los existentes en Chiapas, que alcanzan hasta 30 metros de altura”.
Núñez Farfán y su equipo
han encontrado que, efectivamente, existe separación entre
las poblaciones del Golfo de México y del Pacífico,
con base en estudios de fragmentos del ADN de esos árboles,
y de un marcador presente en los cloroplastos de las células.
Ahora se investigará cuál es el origen y si tiene conexión
con las especies de Asia y África.
Juan Núñez explicó que
crecen en las lagunas costeras, es decir, en las zonas de transición
entre los ecosistemas marino y terrestre, donde confluyen el agua
de mar con el agua dulce de arroyos y ríos.
En esos sitios se desarrollan especies que
generalmente tienen las raíces sumergidas en agua, con la capacidad
fisiológica de excretar la sal a través de glándulas,
y que poseen adaptaciones para respirar distintas a las de plantas
que viven en el medio terrestre.
Pocas especies tienen la capacidad de “enfrentarse”
a la sal; las que tienen esta característica se llaman halófitas.
En el mundo hay sólo unas 50 especies de árboles de
manglar; en México existen sólo cuatro, refirió.
Aunque el ambiente salobre es un hábitat
difícil para las plantas, existe una gran diversidad de animales
en estos sitios. Los manglares son una “guardería”
acuática; ahí se alojan larvas y peces de muchas especies
marinas y de agua dulce, de vertebrados e invertebrados, además
de aves y otros vegetales, como orquídeas, musgos y helechos.
Según el censo de 2007, estos ecosistemas
ocupan cerca de 800 mil hectáreas en nuestro territorio, pero
esa área es una parte muy pequeña de la que existía
antes. “Tenemos documentada la pérdida para ciertas zonas,
pero no hay registros correctos del pasado. Lo cierto es que hay mucha
presión sobre ellas”.
El estado de preservación es bueno
en algunos sitios, y muy malo en otros. Hay unos, como Alvarado, Veracruz,
que habían sido destruidos por completo y recientemente se
han recuperado. Otros, como Marismas Nacionales, en Nayarit, afectados
por desarrollos turísticos, agricultura y construcción
de presas.
Se trata, señaló el investigador,
de ecosistemas sujetos a perturbación natural por huracanes.
Además, son usados por la gente que vive en los alrededores
para la construcción de casas, artes de pesca, o para leña.
“Pero la destrucción más
grande no viene del uso que hace la gente, sino de las salineras y
desarrollos turísticos, como ocurre en Puerto Morelos o Playa
del Carmen, en Quinta Roo. En muchos lugares es destruido de manera
inmisericorde”.
Recientemente se han catalogado como “amenazadas”
las especies de mangle, pero no porque estén en peligro de
extinción, sino porque al proteger esos árboles, se
preserva el ecosistema completo.
No obstante, hay constantes violaciones a
la Ley de Protección Ambiental, y los hoteleros prefieren pagar
multas, que no se destinan a la restauración del medio, sino
para “arreglar la carretera para quienes quebrantaron la norma.
Es importante atraer recursos y generar fuentes de empleo, pero la
situación actual atenta contra la preservación de nuestra
riqueza natural”.
El experto reconoció la labor de la
Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad,
que ha realizado un inventario completo de los manglares de todo el
territorio. Además, se han determinado 80 sitios bien preservados
para su protección, o aquellos muy dañados, para su
rehabilitación.
“Necesitamos apoyo para hacer investigación
y restauración. La buena noticia es que hoy contamos con mejores
herramientas para hacer la evaluación pertinente; ahora tenemos
marcadores genéticos, cómputo, fotografías aéreas,
imágenes de satélite, que permiten evaluar la pérdida
o recuperación que también existe, como se ha documentado,
por ejemplo, en Baja California”.
En este caso, Núñez Farfán
y su equipo usan la genética; los cloroplastos contienen ADN
y se heredan por vía materna, de forma que es posible trazar
linajes de “mamás” en estos manglares, hacer inferencias
y determinar tamaños poblacionales en el pasado, porque mientras
más diverso es el número de haplotipos maternos, más
grandes son esas poblaciones.
Además, los genes acumulan mutaciones
y con su detección es posible conocer el origen de las poblaciones.
Una vez que se hayan estudiado muestras de puntos estratégicos
en el territorio nacional, se harán análisis comparativos
con otros sitios del continente, como Brasil y Ecuador, así
como con África y Asia.
“Queremos ofrecer los resultados a
la sociedad y las autoridades, porque tienen una aplicación
inmediata en la protección de estos entornos, cuya diversidad
genética debería ser usada como criterio para dar prioridad
de conservación a ciertas zonas. Con la preservación
del producto de la evolución de esta especie, se cuida también
su destino. Necesitamos, por ello, buscar un equilibrio entre el desarrollo
de las comunidades y su mantenimiento, para el disfrute de las generaciones
actuales y del futuro”, finalizó Juan Núñez.
-o0o-