• Integrantes del Instituto de
Investigaciones Estéticas de la UNAM montaron una exposición
interactiva que, a través de tecnología y vestigios
arqueológicos, da vida al dios de la lluvia y lo hace caminar
al lado de los visitantes
Tláloc es omnipresente; está
en el cielo, tierra e inframundo; habita en la niebla, el agua y el
fuego, y su imagen aparece lo mismo en el arte prehispánico
que en los emblemas de nuestras entidades de gobierno. “Así
de vigente resulta, y así de amplio es el abanico de sus manifestaciones”,
expuso María Elena Ruiz Gallut, del Instituto de Investigaciones
Estéticas (IIE) de la UNAM.
Para revelar qué oculta este dios
detrás de su manto de lluvia, un grupo de universitarios instaló,
en pleno Teotihuacán, Los rostros de Tláloc en Mesoamérica,
una exposición en la que la realidad virtual y los vestigios
milenarios traen a la vida a la única entidad mítica
que logró lo que ninguna otra, ser venerada, por más
de un milenio, lo mismo en las selvas mayas, donde habita el jaguar,
que en tierras aztecas, refugio del águila.
“Esto nos da una idea de lo vasto de
su influencia y de lo relevante de este personaje, que en mucho definió
cómo somos. Con tal idea en mente, quisimos diseñar
una exposición que nos acercara a esta deidad y el resultado
es algo digno de verse, pues, sin caer en exageraciones, nunca antes
se había montado algo parecido en una zona arqueológica.
Con la ayuda de la tecnología logramos que esta deidad, literalmente,
se nos aparezca, nos hable y nos guíe en un viaje a través
del tiempo y del espacio”, expuso.
Ruiz Gallut se dice enemiga de las muestras tradicionales, esas con
piezas encerradas en vitrinas insípidas y largos cedularios
que no convocan a nadie, excepto a niños que se acercan a copiar
el texto, pero no por interés, sino para hacerse de evidencia
y demostrar en su escuela que sí fueron al museo, “y
a decir verdad, esto no es aprender”, señaló la
especialista en arte prehispánico.
Convencidos de que siempre hay una manera
distinta de hacer las cosas, ella y su grupo se abocaron a diseñar
una exposición que rompiera con las ortodoxias y lugares comunes,
y para ello se aferraron a una idea, “Tláloc está
vivo y camina por Teotihuacán”; tomaron esta frase en
su sentido más literal y, tras interpretarla, la llevaron hasta
sus últimas consecuencias.
“Imaginaba algo con agua, cuevas, relámpagos
y sonido, pero creía que esto estaba destinado a quedarse en
mi cabeza, todo sonaba muy complicado; sin embargo, uno de mis compañeros
me hizo ver que con realidad virtual podíamos lograr eso y
más. Le hablé de cascadas que caían a mitad de
la sala, o de deidades que charlaban con la gente y él, tras
llevarse estas propuestas y vaciarlas en su computadora, las concretó…
Es más, en algún momento me retó: ‘A ver
qué más se te ocurre y veamos si se puede hacer’”.
El resultado del experimento es una presentación
interactiva que, además de brindar al visitante experiencias
muy diferentes a las que tendría en algún otro museo,
demuestra que Tláloc, más que pertenecer a un pasado
muerto y petrificado, es un ente que, por ser la deidad del suelo,
la vegetación y la fertilidad, nos remite a todo aquello que
está vivo, explicó.
El seminario donde nació todo
Hace cuatro años, Ruiz Gallut reunió
en el IIE a un grupo de personas de formaciones distintas, pero con
un mismo interés: entender mejor a Tláloc. De este encuentro
de historiadores del arte, arqueólogos, astrónomos,
académicos de la UNAM y personal del INAH, surgió el
seminario Tras las Huellas de Teotihuacán: el Emblema de Tláloc
en Mesoamérica.
“Se trata de un proyecto que, en poco
tiempo, ha generado tal cantidad de conocimiento, que marca un antes
y un después acerca de lo que se sabe de este dios. Aún
hay mucho que se nos escapa, pero son justo estas incógnitas
las que marcan los caminos que siguen nuestras investigaciones”.
Si algo han corroborado los integrantes de
este seminario, es que los dominios de Tláloc son tan extensos
que no sólo comprenden toda Mesoamérica, sino que abarcan
milenios. Esta deidad ya estaba presente aquí antes del nacimiento
de Cristo y era una presencia dominante al momento en que los católicos
pisaron por primera vez tierra indígena.
“Si tomáramos un mapa para determinar
las dimensiones de este señorío, veríamos que
se trata de un territorio muy extenso. Ollas, estatuillas y demás
piezas dedicadas a la deidad de la lluvia pueden encontrarse de norte
a sur de México; por ello, la gente del seminario se ha dedicado
a peinar las bodegas arqueológicas del INAH. Hasta el momento
llevamos más del 90 por ciento de los almacenes revisados,
lo que se traduce en más de mil 500 pieza catalogadas”.
“Hablamos de objetos que, aunque a
resguardo, se ignoraba su existencia. Cada uno fue fotografiado y
en su momento pensamos, ¿por qué no montar una exposición
con estas imágenes? Originalmente lo haríamos en el
IIE o algún sitio parecido, aunque esto sonaba un tanto limitado.
Comenzamos a pensar en grande y así se gestó la idea
de hacer algo diferente. Concretar algo como Los rostros de Tláloc
en Mesoamérica no fue fácil, se necesitó
mucha infraestructura, como la que prestó el INAH, o recursos,
como los que dio el gobierno del Estado de México, pero si
de algo estamos orgullosos es de que la idea nació en la UNAM”.
¿Por qué Teotihuacán?
En la Puerta 1 de la zona arqueológica
de Teotihuacán, en la fachada del Ex Museo de Sitio, un gigantesco
Tláloc se asoma desde el friso para dejar caer, desde sus manos,
dos cascadas que no se detienen hasta salpicar contra el piso.
“Esto nos da una idea del tipo de exposición
que tenemos enfrente. Una más lúdica y sensorial. La
idea era llenar todo de agua, desde la entrada hasta las salas. Al
principio nos dijeron que era imposible, que no podíamos emular
una catarata dentro del recinto ya que, por norma, no puede haber
líquidos cerca de donde hay piezas arqueológicas. No
contaron con que usaríamos recursos virtuales”.
Quien inicia el recorrido, lo primero que
observa es un torrente de agua en el cual, gradualmente, se forma
un rostro acuoso. “Soy Tláloc, el señor de la
lluvia”, nos revela, para luego dejar en claro que, de ahí
en adelante, el visitante se adentrará en los terrenos de la
divinidad.
Crear a un ente vivo que recorra cada una
de las salas fue una de las metas, “pero el objetivo no se hubiera
cumplido del todo si no hubiéramos traído la exhibición
a este lugar, pues aunque faltan algunos elementos conclusivos, todos
los trabajos desarrollados en el seminario nos conducen a una misma
noción: Teotihuacán es la ciudad de Tláloc, así
que hemos traído al dios de vuelta a casa”.
Una experiencia sensorial
La muestra Los rostros de Tláloc
parece estar inspirada en aquellos versos de Octavio Paz que rezan
“óyeme como quien oye llover,/ sin oírme, oyendo
lo que digo”, porque, como expone Ruiz Gallut, si hay una constante,
quizá imperceptible, pero siempre como telón de fondo,
es el sonido del agua al caer, el retumbar de los truenos y el eco
de tormentas que se aproximan.
“Así, sin darse cuenta, el paseante
se impregna de todo lo que tiene que ver con este dios. Aquí
no necesitamos largos y aburridos cedularios, todo es experiencia
sensorial, imágenes que aparecen ante nosotros, ruidos que
llegan a nuestros oídos y que más que dar una definición
sugieren qué significó la deidad para los pueblos indígenas”.
No obstante, aquel que desee información
más académica, con mapas, números y fechas, podrá
descargarla en su celular vía bluetooth, y quien desee ver
de cerca alguna pieza y manipularla podrá usar alguna de las
representaciones virtuales en 3D que se desarrollaron para esta ocasión.
“La tecnología nos permite tomar,
por ejemplo, una vasija, y rotarla, inclinarla y muchas otras cosas
que no podríamos con el objeto original. Además tenemos
pantallas multitouch con un mapa de Mesoamérica que
nos muestra las representaciones que se hicieron de este dios en cada
región e incluso una sala donde el visitante se transforma
en Tláloc y puede fotografiarse así, como el señor
de la lluvia encarnado, y subir la imagen a Facebook, pues la deidad
ha ampliado sus dominios a las redes sociales”.
Un dios más vivo que nunca
De todo el panteón mesoamericano,
Tláloc es la deidad más reconocible; con tan sólo
ver sus anteojeras, bigotera o colmillos sabemos inmediatamente de
quién se trata; sin embargo, el tiempo ha hecho que olvidemos
muchas de sus características y nos quedemos con apenas un
puñado de sus atributos, explicó Ruiz Gallut.
“Por ejemplo, es dios del agua, pero
pocos saben que también lo es del fuego, ya que él,
al arrojar el rayo, enciende la yesca en llamas. Además, aunque
habita en el octavo de los 13 estratos celestes, también vive
en el inframundo y se oculta en las cuevas; de hecho, uno de los múltiples
significados de su nombre, además de ‘el que genera’,
es ‘sendero largo bajo la tierra’”.
Es esta traducción la que da una mejor
idea de qué tan arraigado está Tláloc a Teotihuacán.
Incluso podría decirse que está, literalmente, en sus
basamentos, pues en la ciudad sagrada hay al menos dos caminos subterráneos
que, de alguna manera, son una representación del dios mismo:
uno cruza la Ciudadela, otro pasa justo debajo de la Pirámide
del Sol.
Los antiguos aseguraban que Tláloc
solía morar en grutas como aquéllas, razón por
la que los prehispánicos creían que el jaguar era una
de las formas que adoptaba esta deidad para merodear por la Tierra.
Se decía que este animal era un mensajero del inframundo por
su costumbre de habitar en lo más profundo de las cuevas; de
hecho, el nombre náhuatl de este felino es tepeyóllotl,
el corazón de la montaña.
“Supervivencias de un mundo mágico”,
así llamaba la etnóloga italo-mexicana Laurette Séjourné
a aquellas manifestaciones populares que recrean una visión
ancestral, a veces sin que quienes las realizan tengan conciencia
de ello, y esto pasa en la montaña de Guerrero, donde el culto
a Tláloc está vivo.
“En el pueblo de Zitlala se realizan
ceremonias de petición de lluvia en la que hombres disfrazados
de jaguares pelean entre sí con látigos, para asegurar
el retorno de las aguas, lo que no puede ser visto más que
como una de las tantas maneras que tiene esta deidad de abrirse paso
y manifestarse en nuestros días. Sea en la sierra de Guerrero
o en un museo de Teotihuacán las evidencias son muchas: Tláloc
camina entre nosotros”.
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