Boletín UNAM-DGCS-012
Ciudad Universitaria.
13:00 hrs. 6 de enero de 2012

 


María Elena Ruiz Gallut

           

TLÁLOC ESTÁ VIVO Y CAMINA POR TEOTIHUACÁN

 

• Integrantes del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM montaron una exposición interactiva que, a través de tecnología y vestigios arqueológicos, da vida al dios de la lluvia y lo hace caminar al lado de los visitantes

Tláloc es omnipresente; está en el cielo, tierra e inframundo; habita en la niebla, el agua y el fuego, y su imagen aparece lo mismo en el arte prehispánico que en los emblemas de nuestras entidades de gobierno. “Así de vigente resulta, y así de amplio es el abanico de sus manifestaciones”, expuso María Elena Ruiz Gallut, del Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE) de la UNAM.

Para revelar qué oculta este dios detrás de su manto de lluvia, un grupo de universitarios instaló, en pleno Teotihuacán, Los rostros de Tláloc en Mesoamérica, una exposición en la que la realidad virtual y los vestigios milenarios traen a la vida a la única entidad mítica que logró lo que ninguna otra, ser venerada, por más de un milenio, lo mismo en las selvas mayas, donde habita el jaguar, que en tierras aztecas, refugio del águila.

“Esto nos da una idea de lo vasto de su influencia y de lo relevante de este personaje, que en mucho definió cómo somos. Con tal idea en mente, quisimos diseñar una exposición que nos acercara a esta deidad y el resultado es algo digno de verse, pues, sin caer en exageraciones, nunca antes se había montado algo parecido en una zona arqueológica. Con la ayuda de la tecnología logramos que esta deidad, literalmente, se nos aparezca, nos hable y nos guíe en un viaje a través del tiempo y del espacio”, expuso.

Ruiz Gallut se dice enemiga de las muestras tradicionales, esas con piezas encerradas en vitrinas insípidas y largos cedularios que no convocan a nadie, excepto a niños que se acercan a copiar el texto, pero no por interés, sino para hacerse de evidencia y demostrar en su escuela que sí fueron al museo, “y a decir verdad, esto no es aprender”, señaló la especialista en arte prehispánico.

Convencidos de que siempre hay una manera distinta de hacer las cosas, ella y su grupo se abocaron a diseñar una exposición que rompiera con las ortodoxias y lugares comunes, y para ello se aferraron a una idea, “Tláloc está vivo y camina por Teotihuacán”; tomaron esta frase en su sentido más literal y, tras interpretarla, la llevaron hasta sus últimas consecuencias.

“Imaginaba algo con agua, cuevas, relámpagos y sonido, pero creía que esto estaba destinado a quedarse en mi cabeza, todo sonaba muy complicado; sin embargo, uno de mis compañeros me hizo ver que con realidad virtual podíamos lograr eso y más. Le hablé de cascadas que caían a mitad de la sala, o de deidades que charlaban con la gente y él, tras llevarse estas propuestas y vaciarlas en su computadora, las concretó… Es más, en algún momento me retó: ‘A ver qué más se te ocurre y veamos si se puede hacer’”.

El resultado del experimento es una presentación interactiva que, además de brindar al visitante experiencias muy diferentes a las que tendría en algún otro museo, demuestra que Tláloc, más que pertenecer a un pasado muerto y petrificado, es un ente que, por ser la deidad del suelo, la vegetación y la fertilidad, nos remite a todo aquello que está vivo, explicó.

El seminario donde nació todo

Hace cuatro años, Ruiz Gallut reunió en el IIE a un grupo de personas de formaciones distintas, pero con un mismo interés: entender mejor a Tláloc. De este encuentro de historiadores del arte, arqueólogos, astrónomos, académicos de la UNAM y personal del INAH, surgió el seminario Tras las Huellas de Teotihuacán: el Emblema de Tláloc en Mesoamérica.

“Se trata de un proyecto que, en poco tiempo, ha generado tal cantidad de conocimiento, que marca un antes y un después acerca de lo que se sabe de este dios. Aún hay mucho que se nos escapa, pero son justo estas incógnitas las que marcan los caminos que siguen nuestras investigaciones”.

Si algo han corroborado los integrantes de este seminario, es que los dominios de Tláloc son tan extensos que no sólo comprenden toda Mesoamérica, sino que abarcan milenios. Esta deidad ya estaba presente aquí antes del nacimiento de Cristo y era una presencia dominante al momento en que los católicos pisaron por primera vez tierra indígena.

“Si tomáramos un mapa para determinar las dimensiones de este señorío, veríamos que se trata de un territorio muy extenso. Ollas, estatuillas y demás piezas dedicadas a la deidad de la lluvia pueden encontrarse de norte a sur de México; por ello, la gente del seminario se ha dedicado a peinar las bodegas arqueológicas del INAH. Hasta el momento llevamos más del 90 por ciento de los almacenes revisados, lo que se traduce en más de mil 500 pieza catalogadas”.

“Hablamos de objetos que, aunque a resguardo, se ignoraba su existencia. Cada uno fue fotografiado y en su momento pensamos, ¿por qué no montar una exposición con estas imágenes? Originalmente lo haríamos en el IIE o algún sitio parecido, aunque esto sonaba un tanto limitado. Comenzamos a pensar en grande y así se gestó la idea de hacer algo diferente. Concretar algo como Los rostros de Tláloc en Mesoamérica no fue fácil, se necesitó mucha infraestructura, como la que prestó el INAH, o recursos, como los que dio el gobierno del Estado de México, pero si de algo estamos orgullosos es de que la idea nació en la UNAM”.

¿Por qué Teotihuacán?

En la Puerta 1 de la zona arqueológica de Teotihuacán, en la fachada del Ex Museo de Sitio, un gigantesco Tláloc se asoma desde el friso para dejar caer, desde sus manos, dos cascadas que no se detienen hasta salpicar contra el piso.

“Esto nos da una idea del tipo de exposición que tenemos enfrente. Una más lúdica y sensorial. La idea era llenar todo de agua, desde la entrada hasta las salas. Al principio nos dijeron que era imposible, que no podíamos emular una catarata dentro del recinto ya que, por norma, no puede haber líquidos cerca de donde hay piezas arqueológicas. No contaron con que usaríamos recursos virtuales”.

Quien inicia el recorrido, lo primero que observa es un torrente de agua en el cual, gradualmente, se forma un rostro acuoso. “Soy Tláloc, el señor de la lluvia”, nos revela, para luego dejar en claro que, de ahí en adelante, el visitante se adentrará en los terrenos de la divinidad.

Crear a un ente vivo que recorra cada una de las salas fue una de las metas, “pero el objetivo no se hubiera cumplido del todo si no hubiéramos traído la exhibición a este lugar, pues aunque faltan algunos elementos conclusivos, todos los trabajos desarrollados en el seminario nos conducen a una misma noción: Teotihuacán es la ciudad de Tláloc, así que hemos traído al dios de vuelta a casa”.

Una experiencia sensorial

La muestra Los rostros de Tláloc parece estar inspirada en aquellos versos de Octavio Paz que rezan “óyeme como quien oye llover,/ sin oírme, oyendo lo que digo”, porque, como expone Ruiz Gallut, si hay una constante, quizá imperceptible, pero siempre como telón de fondo, es el sonido del agua al caer, el retumbar de los truenos y el eco de tormentas que se aproximan.

“Así, sin darse cuenta, el paseante se impregna de todo lo que tiene que ver con este dios. Aquí no necesitamos largos y aburridos cedularios, todo es experiencia sensorial, imágenes que aparecen ante nosotros, ruidos que llegan a nuestros oídos y que más que dar una definición sugieren qué significó la deidad para los pueblos indígenas”.

No obstante, aquel que desee información más académica, con mapas, números y fechas, podrá descargarla en su celular vía bluetooth, y quien desee ver de cerca alguna pieza y manipularla podrá usar alguna de las representaciones virtuales en 3D que se desarrollaron para esta ocasión.

“La tecnología nos permite tomar, por ejemplo, una vasija, y rotarla, inclinarla y muchas otras cosas que no podríamos con el objeto original. Además tenemos pantallas multitouch con un mapa de Mesoamérica que nos muestra las representaciones que se hicieron de este dios en cada región e incluso una sala donde el visitante se transforma en Tláloc y puede fotografiarse así, como el señor de la lluvia encarnado, y subir la imagen a Facebook, pues la deidad ha ampliado sus dominios a las redes sociales”.

Un dios más vivo que nunca

De todo el panteón mesoamericano, Tláloc es la deidad más reconocible; con tan sólo ver sus anteojeras, bigotera o colmillos sabemos inmediatamente de quién se trata; sin embargo, el tiempo ha hecho que olvidemos muchas de sus características y nos quedemos con apenas un puñado de sus atributos, explicó Ruiz Gallut.

“Por ejemplo, es dios del agua, pero pocos saben que también lo es del fuego, ya que él, al arrojar el rayo, enciende la yesca en llamas. Además, aunque habita en el octavo de los 13 estratos celestes, también vive en el inframundo y se oculta en las cuevas; de hecho, uno de los múltiples significados de su nombre, además de ‘el que genera’, es ‘sendero largo bajo la tierra’”.

Es esta traducción la que da una mejor idea de qué tan arraigado está Tláloc a Teotihuacán. Incluso podría decirse que está, literalmente, en sus basamentos, pues en la ciudad sagrada hay al menos dos caminos subterráneos que, de alguna manera, son una representación del dios mismo: uno cruza la Ciudadela, otro pasa justo debajo de la Pirámide del Sol.

Los antiguos aseguraban que Tláloc solía morar en grutas como aquéllas, razón por la que los prehispánicos creían que el jaguar era una de las formas que adoptaba esta deidad para merodear por la Tierra. Se decía que este animal era un mensajero del inframundo por su costumbre de habitar en lo más profundo de las cuevas; de hecho, el nombre náhuatl de este felino es tepeyóllotl, el corazón de la montaña.

“Supervivencias de un mundo mágico”, así llamaba la etnóloga italo-mexicana Laurette Séjourné a aquellas manifestaciones populares que recrean una visión ancestral, a veces sin que quienes las realizan tengan conciencia de ello, y esto pasa en la montaña de Guerrero, donde el culto a Tláloc está vivo.

“En el pueblo de Zitlala se realizan ceremonias de petición de lluvia en la que hombres disfrazados de jaguares pelean entre sí con látigos, para asegurar el retorno de las aguas, lo que no puede ser visto más que como una de las tantas maneras que tiene esta deidad de abrirse paso y manifestarse en nuestros días. Sea en la sierra de Guerrero o en un museo de Teotihuacán las evidencias son muchas: Tláloc camina entre nosotros”.

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Fotos


María Elena Ruiz Gallut, del Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE) de la UNAM


La realidad virtual hace posible que los visitantes se transformen en Tláloc.