• Con ayuda de fórmulas
matemáticas, se establece el sexo de los restos óseos
• México ha avanzado en antropología forense
debido a estas investigaciones, señaló Lilia Escorcia
Hernández, del IIA de la UNAM
En un trabajo que se hizo en la población
de Caltimacán, Tasquillo, en Hidalgo, integrantes del Laboratorio
de Antropología Forense del Instituto de Investigaciones Antropológicas
(IIA) de la UNAM, analizaron el uso de las funciones discriminantes
y su utilidad en antropología física, para conocer el
dimorfismo sexual en la identificación forense de nuestra población.
“El objetivo del trabajo, denominado
Dimorfismo sexual de los esqueletos contemporáneos de Caltimacán,
Tasquillo, a partir de un análisis estadístico, fue
obtener una o varias fórmulas matemáticas que permitieran
hacer la discriminación entre masculino y femenino en esqueletos
contemporáneos de esa entidad federativa, a partir de datos
conocidos”, señaló Lilia Escorcia Hernández.
Las funciones discriminantes constituyen
un procedimiento estadístico que, a partir de fórmulas
matemáticas, permiten identificar características para
diferenciar dos o más grupos; en este caso, masculino-femenino.
“Con esta tarea se puede distinguir
entre los miembros de un grupo, con la condición de que el
sujeto u objeto analizado pertenezca a ese conjunto, del que se obtuvo
una fórmula matemática que se aplica si no se conoce
el origen de un elemento”, explicó.
Si se encuentran restos de un esqueleto con
mala conservación, por ejemplo, el fragmento de un fémur,
se toma la medida de una parte y se aplican las matemáticas
con los datos que se obtuvieron del trabajo de investigación,
y que sirven como referencia, puntualizó.
Los huesos largos son muy adecuados para
identificar el sexo de la persona por medio de este procedimiento,
y el fémur es el que más se ha utilizado. La pelvis
también, pues algunas partes se conservan bien, además
del dimorfismo fuertemente marcado, que la hace diferente entre ambos
sexos.
Los cráneos se distinguen por ciertas
características. Por ejemplo, la región supra orbital
en los varones es muy marcada, en tanto que en ellas, es muy grácil.
En la mandíbula, la forma del mentón tiende a ser muy
cuadrada en sujetos masculinos”, indicó.
La prominencia de los pómulos es un
rasgo para conocer el origen biológico, es decir, para identificar
el grupo étnico de los restos. “Actualmente, hay un mestizaje
amplio y cada vez es más complicado hacerlo, pero en general
hay una dominancia genética que se expresa fenotípicamente,
y a través de esas formas del cráneo y región
facial, se puede identificar”.
“Con dimorfismo hablamos de dos formas,
en este caso biológicas, pero hay dos categorías más,
sexo y género. Sexo se emplea como una categoría biológica,
es decir, macho-hembra, masculino-femenino”, explicó
la universitaria.
En tanto, género es una categoría
social que tiene que ver con la identidad y con otros procesos culturales.
Ejemplo de ello es la transexualidad, en la que una persona puede
habitar un cuerpo masculino, pero identificarse con el femenino, y
viceversa.
En antropología física si
hablamos de restos óseos se utiliza el término sexo,
pero con personas vivas se usa género para referir una categoría
de carácter cultural e identitario. Y dimorfismo se estila
precisamente para diferenciar especies si se trata de dos formas,
indicó.
En este trabajo se empleó un análisis
estadístico y exploratorio, a través de la osteología,
de la osteometría. Los resultados se cargaron en un programa
de computadora para automatizarlos y utilizarlos de manera más
sencilla.
El investigador toma algunas medidas de los
huesos solicitadas por la aplicación, y ésta arroja
el cálculo y el resultado: masculino o femenino, así
como el porcentaje de certeza. Es importante que estas funciones discriminantes
se usen en grupos biológicos cercanos al que se usó
como referente”.
“Si pretendo retomar los resultados
de esta indagación -que se obtuvieron en el centro del país-
en una población del norte, los resultados pueden ser imprecisos
porque grupos biológicos son diferentes morfológicamente”,
aclaró.
El estudio se hizo con restos óseos
de Tasquillo, Hidalgo, y para ver el comportamiento del trabajo se
realizó una prueba con restos de una población cercana,
Zimapán, en el municipio contiguo. “Como son áreas
biológicamente muy cercanas, tuvimos buenos resultados”.
Se analizaron 209 esqueletos de individuos
adultos, 103 masculinos y 106 femeninos, entre 22 y 95 años,
que no tuvieran alteraciones morfológicas. Si había
una condición patológica, se excluía el hueso
para no alterar el procedimiento. “Se descartaba sólo
la parte modificada por procesos degenerativos o patológicos”,
señaló Escorcia Hernández.
En antropología física, especialmente
en la osteología -análisis de las poblaciones pretéritas
a partir de huesos y su estructura-, las pruebas de dimorfismo sexual
se han hecho desde los años 30, y en muchas naciones es una
técnica que ha tenido buenos resultados.
“El país en el que más
se ha desarrollado es Estados Unidos, donde tienen grandes e importantes
colecciones óseas de referencia. En México, aunque sólo
se han hecho pocos trabajos, hemos avanzado mucho”, concluyó.
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