• En el país no existe
regulación, por lo que no hay mercado interno para su consumo;
por ello, la exportación es la única vía para
producirlos en la nación, señaló Edit Antal
Fodroczy, del CISAN de la UNAM
El uso de biocombustibles líquidos
en México debe ser evaluado en función de la disponibilidad
de fuentes alternativas de energía para el futuro. Es indispensable
planear a largo plazo, pues es una opción que sólo se
explota a pequeña escala, consideró Edit Antal Fodroczy,
del Centro de Investigaciones sobre América del Norte (CISAN)
de la UNAM.
En el país no hay regulación
al respecto, por lo que no existe mercado interno para su consumo;
por ello, la exportación es la única vía para
producirlos. Tan sólo el uno por ciento de los requerimientos
del país se satisface con bioenergéticos, refirió.
La estrategia nacional propone, para el año
2012, que el 26 por ciento de la demanda se atienda con fuentes renovables,
y en el análisis de la viabilidad de estas alternativas, se
ha determinado que en el campo de la energía eólica,
México podría ejercer liderazgo en América del
Norte y, en la solar, podría cooperar con Estados Unidos para
su explotación.
Las experiencias observadas en otras naciones
demuestran que la obtención no detonaría la reactivación
del campo mexicano, pues no existe la infraestructura de desarrollo
rural indispensable para proporcionar recursos a los pequeños
productores. Por ello, el beneficio social está en duda, estableció.
Panorama
Actualmente, la producción de biocarburantes es un fenómeno
global. La demanda es creada por los países industrializados,
lo que genera un mercado mundial, y está orientada a la reducción
de emisiones de gases de efecto invernadero. En Europa, Argentina
y Estados Unidos, existen normas que exigen mezclarlos con otros energéticos
en proporciones que van del cinco al 10 por ciento.
Para atender esta necesidad, se recurre a las naciones en vías
de desarrollo. Por ejemplo, Brasil es uno de los grandes protagonistas
en este ámbito. “Es un bio-pacto entre Sur y Norte”,
explicó.
Se calcula que entre uno y dos por ciento
de la tierra cultivable en el orbe se utiliza para producir etanol
y biodiesel, equivalentes a 14 millones de hectáreas. Para
el año 2030, la cifra podría elevarse a 4 por ciento,
y para 2050, hasta el 20 por ciento.
Cada territorio debe evaluar si es conveniente
o no la producción de biocombustibles. En este ejercicio, debe
considerarse que son una respuesta a la escasez de recursos petroleros
y no al cambio climático.
Económicamente, su producción
no es rentable, porque requiere de grandes subsidios. En cierto sentido,
prolongan la era del petróleo, pues se agregan a la gasolina
y al diesel, y benefician a la industria automotriz, al no ser necesario
un rediseño de la tecnología que utilizan los vehículos.
“Es una fuente de transición,
parcial y limitada. Sólo compensa los déficits de carburantes
fósiles y se calcula que durará, máximo, 30 años”,
aseveró.
A favor de su generación, se argumenta
que contribuye a la protección ambiental, al reducir la emisión
de gases de efecto invernadero, pero al calcular la energía
que se invierte para producirlos, la balanza resulta negativa.
Los insumos para su fabricación provienen
de procesos intensivos de cultivo, que requieren fertilizantes, maquinaria
y refinado. “Recientemente, la Unión Europea aseguró
que los que se producen en el mundo no son amigables con el medio
ambiente”, acotó.
Antal Fodroczy expuso que el mayor conflicto
radica en la competencia por los insumos con el sector agroalimentario.
Es el más crítico de los argumentos en contra de la
generación de biodiesel y etanol, aunque es un factor marginal
en la tendencia alcista del costo de los alimentos, apuntó.
De los recursos empleados, se invierte una
parte ínfima en investigación y desarrollo; además,
los subsidios se dirigen a los de primera generación, en detrimento
del desarrollo de opciones más novedosas, concluyó.
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