• Se trata de una fiesta que
se modifica con el paso de los años al asimilar elementos
extranjeros, indicó el sociólogo Héctor Rosales,
del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la
UNAM
“El Día de Muertos en México,
como toda práctica cultural, está siempre en transformación”,
señaló Héctor Rosales Ayala, investigador del
Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIM) de la
UNAM, quien añadió que no debe generar sorpresa el hecho
de que esta fiesta retome elementos del Halloween, “porque a
esta altura de la historia no podemos decir que tradición alguna
nos resulta extraña; lo decía Terencio, ‘nada
humano me es ajeno’”.
Los cambios apreciados en esta celebración
responden a una metamorfosis que tiene lugar tanto en el espacio como
en el tiempo, porque así como hay elementos que vienen de más
allá de las fronteras, hay otros que surgen con el paso de
los años. “Es evidente que el ritual en la década
de los 20, 40 ó 60 era muy diferente al actual”, señaló
el sociólogo.
Por ejemplo, en los 80, la protesta social
se abrió espacio y las causas y personajes populares fueron
usados para expresar el sentir del pueblo, costumbre que ha llegado
a nuestros días. “En la ofrenda que se hizo en la escuela
de mi hijo, alguien dibujó el emblema de la Compañía
de Luz y Fuerza del Centro con la leyenda: ‘Murió...
murió... murió…’”.
Génesis de una fiesta nacional
Mucho se ha dicho que nadie celebra a la muerte como los mexicanos,
pero al poner en la mesa de disección festejos propios de lugares
como Guatemala, Nicaragua e incluso Brasil, se observan muchas semejanzas,
aunque no por ello se borran ciertas peculiaridades, determinadas
por las características de la cultura y ambiente de cada país.
“La celebración en México es singular, pero no
única, porque todo pueblo tiene un vínculo con sus antepasados
y rituales muy particulares para recordar a quienes se han ido. En
nuestro caso, la fiesta de los difuntos es una de las festividades
que retomamos de mil maneras distintas, quizá como una manera
de decirnos quiénes somos”.
El profesor explicó que la conjunción de elementos que
dieron pie a la fiesta que hoy celebramos es resultado de un largo
proceso que experimentó algunas de sus fases más significativas
en los años 20, década en la que José Vasconcelos
inició un gran proyecto cultural de transformación,
tras el periodo de inestabilidad que trajo consigo 1910 y sus revueltas.
“Las ideas e iniciativas del autor de La raza cósmica
—que buscaba rescatar elementos originarios para generar una
nueva conciencia nacional— fueron secundadas por muchos intelectuales
y artistas. Incluso a nivel de Estado sus propuestas fueron núcleo
de las políticas culturales vigentes en el país hasta
los años 80”.
En medio siglo, más y más
elementos se sumaron hasta que esta fecha se convirtió en la
fiesta popular mexicana más importante, y éstos fueron:
el conocimiento etnográfico de las maneras de montar una ofrenda
en las diversas regiones indígenas; la divulgación del
conocimiento generado por especialistas en Mesoamérica; la
revaloración de las artesanías y el arte popular; el
redescubrimiento de José Guadalupe Posada; el papel del cine
comercial y documental; la televisión educativa, y la comercialización
de algunas celebraciones, especialmente las que tienen lugar en Pátzcuaro
(Michoacán) y San Andrés Mixquic (Distrito Federal).
Una fiesta, muchas maneras de celebrar
“Lo que observamos hoy es una variedad muy grande de cómo
se celebra esta fiesta. En cada situación es importante identificar
tanto a actores como escenarios y prácticas. ¿Quién
celebra? ¿Dónde? ¿Cómo?”, apuntó.
“En la guerra y en la pachanga todo se vale”, por ello,
el doctor en Estudios Latinoamericanos señaló que el
sentido profundo del 2 de noviembre no está muy divulgado;
sin embargo, esto no afecta la forma específica en que cada
grupo social (ya de por sí sumamente desigual y diferenciado)
conmemora el día.
Cada quien lo hace como “se acostumbra”, como se ha hecho
desde siempre, como se enseña en la familia. Por ejemplo, en
las escuelas primarias se valora positivamente la celebración
y se montan ofrendas “pensadas” en cuanto a su elaboración
y sentido. Las instituciones de cultura, por su parte, tienden a organizarla
con objetos populares, lo que produce, ocasionalmente, verdaderas
obras de arte.
“Y entre estos grupos no hay que olvidar a los citadinos, que
simplemente hacen puente y se olvidan de los muertos para
vacacionar”, señaló el escritor, nacido en San
Juan Ixtacala, “pueblo del Estado de México, donde crecí
con el tañer de las campanas de la iglesia por música
de fondo y con el panteón cercano como escenario para las travesuras
infantiles”, compartió.
Aunque haya quienes digan lo contrario, “esta
festividad está vigente, si se toma en cuenta la diversidad
cultural de la nación. No es infrecuente que se diga que hay
muchos Méxicos, y que cada uno depende de su diversidad regional
y étnica”, añadió.
“En lo que a esta fiesta se refiere, existe un contraste muy
marcado entre lo urbano y lo rural, y esto define sus características.
Además, hay que resaltar la acción de uno de los poderes
fácticos que más sutilmente nos dominan, el monopolio
de la radio y TV, y la de de las plazas comerciales, porque éstos
se apropian de lo popular y lo transforman a imagen y semejanza de
la sociedad de consumo”.
Por ello, a todos aquellos que anuncian que estamos ante la agonía
de una tradición, se les podría contestar, junto con
Zorilla, “los muertos que vos matáis gozan de buena salud”,
porque esta celebración cada vez es más variada y rica;
sin embargo, advirtió Rosales, “el destino final es el
mismo que el de todas las expresiones culturales: cambiar, adaptarse
y desaparecer”.
-o0o-