• Una estatuilla de Rodrigo Animas,
estudiante de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, fue seleccionada
como objeto conmemorativo del centenario natal de El Mimo de México
• Después de considerar diversas piezas, incluso algunas
de reconocidos escultores mexicanos, la familia del comediante seleccionó
la hecha por este joven de 27 años
Al enterarse de que estaba por cumplirse un
siglo del nacimiento de Cantinflas, Rodrigo Animas, estudiante en la
Facultad de Arquitectura de la UNAM, quiso conmemorar el hecho “con
algo que sé hacer y me apasiona”: una escultura. Tras meses
de ardua labor hizo llegar una pieza de bronce a la familia del comediante,
sin otro afán que el de rendir un homenaje, y para su sorpresa
un día recibió una noticia que lo dejó perplejo:
“Tu estatuilla será el objeto con el que se conmemoraran
los 100 años de Mario Moreno”.
Como si fueran pequeños oscares, decenas
de reproducciones de la obra de Rodrigo se entregaron en una ceremonia
que tuvo lugar en Bellas Artes, además de otro tanto que se hizo
llegar a parientes y amigos del mimo.
“Participar de esta manera en los festejos
y conocer a la familia Moreno fue algo que nunca pensé me pasaría
al animarme a representar a este personaje en metal. No esperaba nada,
lo hice porque me gustan sus películas, y porque amo la escultura…
Ahora que veo hacia atrás y evalúo lo logrado, sé
que valió la pena”.
Una esencia que no se puede apresar con palabras
“Entonces usted dice… y yo…
y él, y pues así, oígame, ¡pues
está clarísimo!, ¿a poco no?, ¿o asté
qué piensa?”… Todo artista que haya intentado
captar la esencia de Cantinflas sea en lienzo, papel o arcilla, ha repetido
estas palabras, como si fueran un monólogo interior, asegura
Rodrigo Animas, “especialmente porque al tratarse de un personaje
tan familiar, se antoja fácil creer que todos tenemos una idea
en común sobre él, pero no es así, a cada quien
transmite algo único, tan peculiar, que resulta imposible traducirlo
en palabras, o en una obra, ¿pero qué se podría
esperar del maestro de las evasivas?”.
Hoy, el joven estudia el noveno semestre de
la carrera de Arquitectura, pero es enfático al decir, “mucho
antes de eso ya hacía figuras en todo tipo de material: barro,
yeso, piedra. De adolescente ni siquiera pasaba por mi cabeza que algún
día me inscribiría en la UNAM, pero ya venía a
CU a estudiar escultura lapidaria en el Instituto de Geología…
Quería tener bases sólidas para formarme como artista
y aquí las encontré”.
A sus 27 años, después de haber
creado cientos de piezas de todo tamaño, probado distintas técnicas
y experimentado con múltiples estrategias figurativas, Rodrigo
recibió uno de los reconocimientos más inesperados que,
opina, un joven como él podría ostentar: “Hice una
estatuilla de Cantinflas y fue seleccionada como el objeto con el que
se conmemorarían los 100 años del nacimiento del cómico,
un mérito que se ve raro al anotarlo en tu currículum,
pero uno del que me siento sumamente orgulloso”.
Lo inesperado, explica el joven, se debe a
que no hubo concurso de por medio, ni convocatorias, ni la promesa de
un premio, “simplemente me llamaron para decir que mi trabajo
sería usado como emblema en los festejos por el centenario de
Cantinflas; que se consideraron otras piezas y la mía fue elegida”.
¿Suerte?, no lo fue, pues en la obra
invirtió mucho trabajo; ¿talento?, no lo explica del todo
—argumenta—, pues junto a él contendieron artistas
de mucho renombre y aún mayor trayectoria.
“Ignoro qué comentar al respecto,
porque es una experiencia tan única y emotiva que resulta esquiva
a las palabras, claro, a menos que citemos a Mario Moreno, al decir:
‘Hay momentos en la vida que son verdaderamente momentáneos’”.
Talento en evolución
Desde niño, Rodrigo era capaz de reproducir
los personajes de las caricaturas que más le gustaban. Sólo
necesitaba algo de tiempo entre la tarea y la hora de dormir, y unas
barritas de plastilina multicolor, para dar vida a una figura de los
Thundercats, a Benito Bodoque o a Supermán.
“Ver a un personaje y copiarlo era sumamente
divertido, a veces mucho más que jugar con el modelo terminado;
por eso, al recibir la propuesta de crear una estatuilla de El Mimo
de México, acepté emocionado el reto”, expuso.
“Esto fue un tiro en la oscuridad, no
había nada seguro, e imaginar que la pieza terminaría
como un objeto conmemorativo, ¡ni pensarlo! Un día un amigo
me dijo, ‘ya vienen los 100 años del nacimiento de Cantinflas,
¿por qué no haces una de tus obras’, y me animé…
Primero dibujé bocetos y probé distintas posturas; luego
construí el molde y experimenté con el bronce y sus colores.
Seis meses después tenía una pieza de 30 centímetros
y seis kilos que alguien hizo llegar a la familia del cómico”.
En vida, el actor fue amigo de incontables
artistas, y debido a esta relación muchos escultores de renombre,
como Víctor Gutiérrez o Gabriel Ponzanelli, intentaron
inmortalizarlo, cada uno con su particular estilo, de ahí la
sorpresa de Rodrigo al saber que su trabajo había competido contra
el de firmas célebres, y había ganado.
“Hablamos de dos creadores que son de
lo mejor que tiene el país y a quienes admiro mucho; de ahí
mi sorpresa al enterarme que el sobrino de Cantinflas, Eduardo Moreno,
quería charlar conmigo. Al principio no supe qué pensar,
así que fue él quien lo dijo todo. Me tendió la
mano, la estrechó con fuerza y comentó: ‘Estás
muy chavito; sin embargo, de entre todas, tu escultura es la
que más me ha gustado, la más fiel a como realmente era
mi tío”.
Una elección muy material
En la película El bombero atómico,
un parroquiano pregunta a Cantinflas por un objeto de metal, y éste
responde: “Es fabriqué en la Francé, puro aceré,
nada de hojalatié; qu’est-ce que c’est ça?,
les Champs-Élysées”… Y al enumerar cualidades
de esta manera, y pese a su francés dislálico, Mario Moreno
hizo una exposición parecida a la que realizaría un escultor
al hablar de su obra más reciente, pues quienes se dedican a
esto saben que la calidad de una figura depende del material empleado
y la destreza en la técnica, “por eso decidí trabajar
en bronce”, añadió Rodrigo.
“No elegí acero parisino, como
sugería el mimo en esa cinta, pero sí tuve que hacer una
elección. Decantarse por la resina, los yesos o la roca es algo
que pasó por mi cabeza, cada uno tiene lo suyo, pero me incliné
por el bronce porque me permitía hacer mucho más, como
obtener diferentes colores al agregar óxidos: yodo para el rojo,
metales para el negro…”.
Además, Rodrigo tuvo que optar por algo
que, considera, le llevó aún más tiempo, ¿hacer
un busto o ir por un camino diferente? “Mis propuestas usualmente
intentan ser muy apegadas a la realidad… A uno, como escultor,
le gusta que le digan que sus piezas son idénticas al modelo,
pero me pareció que ahora podía explorar alternativas.
Si comencé de niño con personajes de caricaturas, me dije,
¿por qué no volver a mis raíces? Haría un
Cantinflas caricaturizado”.
¿El resultado? Una figura que representa
al peladito del barrio, cigarro en mano, mostacho en la comisura de
los labios, de gran cabeza y minúsculo sombrero, y recargado
en un poste de luz, con gabardina al hombro y pantalones caídos,
sostenidos apenas por un mecate.
“Pudo haber estado disfrazado de padre,
profesor, policía o barrendero, pero debajo de ese atuendo subyace
el Cantinflas que representé en mi escultura y el que todos recordamos:
el pícaro, el vago de la colonia, aquél que inició
carrera como comparsa de Manuel Medel para luego ser estrella por méritos
propios”.
En el largometraje Soy prófugo,
al cómico le ofrecen un trago: “¿Prefiere un coñac
o un scotch?”, a lo que responde, “mejor un tequiloch,
con su limonoch”. ¡Ése es Cantinflas!, asegura
Rodrigo, para luego explicar que incluso en Hollywood, donde filmó
La vuelta al mundo en 80 días, supo mantener su esencia
netamente mexicana, pese a interpretar al ayudante de un lord inglés.
“Eso fue lo que quise capturar en mi
escultura, a un personaje que sólo pudo haber nacido en nuestra
nación, en una ciudad hace mucho tiempo ida, pero que sobrevive
en nuestro imaginario y en las cintas pertenecientes a una época
fílmica que, todos concuerdan, fue de oro”.
Más que un personaje, un espejo
Desde pequeño, antes de la escultura,
incluso antes de la escuela, a Rodrigo le decían que se parecía
a Cantinflas, “creo por mi manera de hablar e incluso por la forma
de moverme”.
De ahí, dice, creció con un cariño
especial por el personaje, al que veía en películas, en
caricaturas y, más tarde, en sus cuadernos pues, dice, le gustaba
dibujarlo.
“Por ello, quien me conoce no se extraña
de que haya realizado esta escultura, para la cual hice mi investigación,
y en la que además puse mucho de mí mismo”.
El joven se declara un entusiasta del baile,
aunque a veces confiesa sentirse como Mario Moreno al momento de filmar
la célebre escena de danza de El bolero de Raquel.
“Por ello, quien observe la estatuilla,
verá a un personaje recargado en un poste, con todos aquellos
elementos que lo caracterizan, como su sombrero, el pañuelo anudado
al cuello o la bufanda raída al hombro, pero si se fijan bien,
en vez de tener los pies plantados en la tierra, el muñeco levanta
ligeramente el zapato, como si ejecutara un pequeño paso de danzón.
Eso es porque quise agregar algo muy mío a la obra y ponerme
a mí en pleno baile. Por ello, pediría que reparen en
ese gesto, que es casi imperceptible; sin embargo, como decía
Cantinflas, ‘ahí está el detalle’”.
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