• La profesora de inglés en la Facultad de Derecho hará
un cruce doble estilo croll en cualquier momento, en el lapso
comprendido entre el 20 y el 26 de agosto
• Para la deportista, recorrer de ida y vuelta el trecho que
separa a Inglaterra de Francia, además de un logro personal,
es la posibilidad de apoyar a niños con distonía de
torsión
Ha
cruzado a nado, en dos ocasiones, el Canal de la Mancha; puede dar brazada
tras brazada, de forma ininterrumpida, durante más de 24 horas;
ha soportado lo frío del Atlántico en las noches y los
embates de sus olas durante el día, y pese a todo, “aún
me da miedo el agua”, confiesa Raquel Márquez Colín.
“Al
mar lo respeto mucho, y cada vez que entro en él, le pido que
me trate bien, que me cuide, que sea bueno conmigo”, añade
la también profesora de inglés en la Facultad de Derecho,
antes de volar a Europa para atravesar, por tercera vez y de ida y vuelta
(cualquier día entre el 20 y el 26 de agosto), ese brazo oceánico
que separa a Francia de Gran Bretaña.
Para
esta empresa se ha preparado arduamente durante dos años. Diario
va a la alberca y su contacto con el agua es tal, que ha dejado de medir
sus días en horas; ahora lo hace en kilómetros surcados.
Además, su tiempo lo divide en básicamente tres actividades:
nadar, dar clases de idiomas en CU y prepararse mentalmente para soportar
cualquier imprevisto que se le pueda presentar en el canal.
“Hay quienes creen que esto último no es importante, pero
en realidad lo es más de lo que cualquiera pueda imaginarse.
Yo ya me hice a la idea de que estaré en el agua 30 horas y que
nadaré, estilo croll, más de 100 kilómetros. Tu
cuerpo puede estar listo y apto, ¿pero y si tú no lo estás?
¿Has pensado en eso? A final de cuentas, pese a todos los que
te puedan acompañar, en el mar estás tú sola, sin
nadie más que contigo misma”.
Una
mujer normal
La
idea de cruzar el Canal de La Mancha llegó a Raquel desde el
lugar más inesperado, la televisión. Una mañana
de 2005, mientras desayunaba, encendió el aparato, puso el noticiario
y lo dejó sintonizado, sin ponerle atención, casi como
música de fondo.
“De
pronto algo me atrajo; en la pantalla había una mujer que estaba
a unos días de irse a Europa para recorrer ese trecho que divide
a Inglaterra a Francia, y pensé, ¡bah!, ¡una deportista
más, de esas que no hacen otra cosa que entrenar, dormir y despertarse
para volver a entrenar”.
Sin
embargo, el escepticismo de Raquel se transformó en sorpresa
al momento en que la entrevistada narró su día a día:
ir a la alberca, trabajar, hacer de comer… “Lo que ella
describía no era muy diferente a mi vida. Me di cuenta de que
no veía a una Ana Gabriela Guevara, a un superhumano, sino una
mujer como yo, con una vida normal, responsabilidades y una renta por
pagar. Ahí dije, ¡yo quiero hacer lo que ella!”.
Raquel
comunicó su decisión a sus amigos quienes, si se portaban
amables, le devolvían una sonrisa condescendiente, y si no, la
cuestionaban sin miramientos, “¿¡qué vas a
hacer qué!?... ¿A poco sólo por qué lo viste
en televisión?”.
“Sé
que plantear las cosas de esta manera es una invitación a la
incredulidad, a recibir una ceja arqueada por respuesta, pero sabía
que era capaz de surcar esa distancia; quizá no inmediatamente,
pero sí con preparación. Así, dos años después,
en 2007, hice mi primer cruce por el Canal de la Mancha... Comencé
en el puerto de Dover, Inglaterra, y terminé en el de Caláis,
Francia”.
Raquel sabía nadar de espaldas, se sentía cómoda
así, con la mirada dirigida al cielo, “como para cumplir
un capricho que siempre he tenido, ver la Luna llena a mitad del océano”;
por ello escogió esa técnica y, como señala, “hay
decisiones que tienen recompensas inesperadas”, pues al terminar
su recorrido, aquel 1 de agosto de 2007, se convirtió en la segunda
mujer en el mundo en cruzar el canal de dorso, sólo antecedida
por la estadounidense Tina Neil, que lo había hecho dos años
antes.
“Para
quien vio los cronómetros se trató de un recorrido de
16 horas con seis minutos; para quien midió distancias, fueron
50 kilómetros; pero para mí, fue constatar, brazada a
brazada, que puedes llegar muy lejos, más allá de lo que
los demás te conceden, justo al puerto al que te prometiste arribar”.
Sus
patrocinadores, la gente
A
últimas fechas, Raquel porta, a manera de uniforme, una chamarra
color rosa mexicano con una bandera nacional cosida en el hombro derecho
y el logo MG Sastrería bordado en la solapa. “Son mis patrocinadores”,
bromea, para luego explicar que, en realidad, la prenda se la regaló
la dueña de ese negocio tras enterarse que estaba por volar a
Europa para cruzar el canal.
“Mucho
del apoyo que recibo es así, espontáneo, porque detrás
de mí no hay ninguna gran marca, ninguna transnacional”,
explicó la profesora, quien se dice agradecida de los gestos
que le brindan las personas por donde quiera que vaya.
“Yo
no hablo mucho de esta faceta mía, pero la gente se entera por
su cuenta. ¿Cómo no lo haría si entreno en una
alberca pública? Me ha pasado que los individuos que entran a
la piscina conmigo por las mañanas se van a trabajar, regresan
y me ven todavía ahí. ‘¿Qué la pasa?’,
preguntan, ‘es que va a cruzar el Canal de La Mancha’. Así,
muchos se han interesado en mí y también en lo que necesito…
Hace poco se acercó una desconocida a preguntarme ‘¿tienes
gogles?, ¿no?, ¡yo te los compro!’”.
Un kilo de nueces, un pastel, toallas. Para ella no es inusual recibir
regalos de todo tipo, tanto de compañeros de trabajo y alumnos,
como de completos desconocidos, quienes, al constatar que no recibe
apoyos gubernamentales o privados, deciden compartirle aunque sea un
poquito de lo que tienen.
¿Qué
si le gustaría tener un patrocinio oficial?, ¡por supuesto!,
dice. “A veces sueño con que en mi traje de baño
venga impreso el nombre de una gran refresquera, pero después
recuerdo a la dueña de la Sastrería MG, quien no sólo
me regaló una chamarra, sino que todas las noches me telefonea
para preguntar, ‘¿cómo estás?’, ‘¿qué
tal tu día?’, entonces recapacito y me doy cuenta que una
compañía que venda bebidas de cola jamás tendría
esos detalles… ¿Cómo podrías pagar eso?
Nadar
por una buena causa
En
2008, justo un año después de cruzar el canal por primera
vez, y a un año de hacerlo por segunda, Raquel fue diagnosticada
con distonía de torsión, un padecimiento que provoca que
los músculos se contraigan de manera involuntaria.
“De
repente se me torció el cuello y quedé así por
meses, con la cabeza de lado, como si mirara, permanentemente, por encima
de mi hombro. Estar así me hizo reflexionar sobre la enfermedad
y la salud, sobre los límites del cuerpo, así que me involucré
con una asociación que trataba a niños con cáncer,
y me preparé para nadar por ellos… Para apoyarlos con un
trasplante de médula ósea”.
En
aquella ocasión, vendió en 200 pesos cada una de las 60
mil brazadas que planeaba dar durante el trayecto. En esta ocasión,
tiene pensado algo más.
Convencida
de que lo que en un principio fue un reto personal, puede transformarse
en estandarte de una causa social, en éste, su tercer cruce,
nadará para apoyar a pequeños con distonía de torsión,
como parte de la campaña Brazada Abrazada.
“Se trata de una enfermedad rara. Nadie sabe por qué da
ni cuándo se manifestará, y su tratamiento consiste en
inyecciones de toxina botulinum, la misma que usan los cirujanos
plásticos al aplicar bótox en el rostro, pero en cantidades
mayores. Es un procedimiento muy caro, de aproximadamente 12 mil pesos
al trimestre. En este ocasión, haré lo que pueda para
que el mayor número de pequeños reciba esta sustancia”.
En
un Canal de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme
“¿Qué
se siente entrar al Canal? Frío, mucho frío, el agua está
a 14 grados, de noche pega un viento helado y cortante y además,
todos mis intentos los he empezado sin Sol. La primera vez fue a las
nueve de la noche, la segunda a las seis de la madrugada”.
Por
esta razón, Raquel dice no estar preocupada por la hora en la
que empezará su singladura, pues, explica, le pueden avisar de
último momento que el instante óptimo para lanzarse al
agua ya llegó, esto en el lapso comprendido entre el 20 y el
26 de agosto.
“Durante
esta ventana de tiempo, la gente de la embarcación que me acompañará
en el intento, evaluará cómo está el clima y el
estado las corrientes y, a partir de eso, me dirán, ¡ahora!
Y no importará si estoy a mitad del sueño más profundo
o más despierta que nunca, en cuanto ellos lo señalen
no me quedará de otra que saltar”.
Sin
embargo, antes de entrar al agua Raquel sabe que realizará su
ritual de siempre, hablar con el mar, y en esta ocasión hará
algo más: encargar a la tripulación dos banderas, una
de México y otra de la UNAM, para que las coloquen en un sitio
donde pueda tenerlas siempre a la vista.
“Serán
mi aliciente para seguir adelante. En mi primer cruce, si me sentía
agotada, con ganas de dejarlo todo, alguien sacó, no sé
de dónde, una toalla de Pumas, y desde el bote comenzó
a agitarla. Saber que alguien que le iba a mi equipo estaba tan cerca
hizo que me saliera la ‘garra’… Sé que la bandera
azul y oro me servirá en esta ocasión, como me sirvió
hace cuatro años”.
Raquel
cuenta con impaciencia los días que le faltan para adentrarse
en el Pacífico “porque, ¿sabes?, no hay mayor sensación
de libertad que la de nadar en aguas abiertas. La de constatar que cada
brazada es testigo de una historia diferente, porque das una y ya pasó
una gaviota, das otra y el paisaje ya cambió”.
Pero
a una semana de distancia, dice que por el momento aprovechará
los días que le quedan para hablar con el mar, para observarlo
calladamente y después decirle, casi en secreto, “por favor
cuídame, por favor sé bueno conmigo”.
--o0o--