• Juan Rocamora, de la Facultad
de Ingeniería de la UNAM, ha desarrollado diversas herramientas
a partir de este aparato, originalmente diseñado para juegos
de video
“Usar el Kinect sólo para videojuegos
es un desperdicio”, aseguró Juan Rocamora, de la Facultad
de Ingeniería, al referirse al nuevo aditamento que permite a
los gamers deshacerse de los mandos a distancia y controlar
los movimientos de sus héroes virtuales ya no con botones y palancas,
sino con el movimiento del cuerpo.
“Se trata de un aparato que lanza un
patrón de rayos láser para detectar todo aquello que tenga
enfrente, a qué distancia está cada objeto y cualquier
modificación en su posición. De esta manera, al insertar
un disco de box en la consola de juegos y dar golpes en el aire, en
la pantalla del televisor observas cómo un púgil reproduce
tus jabs y rectos, hasta noquear al rival”, expuso el
joven.
Sin embargo, más allá de la oportunidad
de divertirse, Rocamora ha visto en el Kinect una gama de posibilidades
no considerada por sus creadores, y ha empleado el aparato y sus algoritmos
para fabricar sillas de ruedas que se mueven con sólo tensar
un músculo, robots que siguen los pasos de su amo y aplicaciones
que permiten manipular computadoras con apenas mover un dedo.
Para averiguar lo que puede hacer el Kinect
tan sólo hay un requisito, “no tener miedo y conectarlo
a la computadora, en vez de hacerlo al Xbox. Las sorpresas pueden ser
muchas, y lo mejor es que, como es una herramienta con entrada USB,
prácticamente todos podemos meterle mano, analizar su
protocolo y crear drivers propios”.
Esto explica por qué, desde noviembre
pasado —fecha en la que salió a la venta— hasta hoy,
muchas cosas han cambiado y surgido prácticamente de la nada,
“en gran parte por el entusiasmo de infinidad de usuarios que
han encontrado nuevas aplicaciones”, dijo Juan, quien parece coincidir
con el Conde de Lautréamont, quien aseveraba: “La poesía
debe ser hecha por todos, no por uno”.
Aunque el poeta uruguayo se refería
a la creación artística, su lema puede aplicarse en otros
campos, pues “justamente así es como se genera el desarrollo
tecnológico y el conocimiento, de forma colectiva. Surge a partir
de una multitud de personas que aunque trabajan individualmente, comparten
sus resultados y los ponen a disposición de quien esté
dispuesto a apropiárselos y mejorarlos, y el Kinect no es la
excepción”, aseguró.
La única limitante para quienes buscan
otros usos del aparato es que Microsoft no permite comercializar las
aplicaciones obtenidas, pero hasta el momento no ha puesto restricciones
al compartir los hallazgos, explicó Rocamora.
Gran parte del entusiasmo que generó
la salida del dispositivo se debió a que, a lo largo de 2010,
las revistas de tecnología se dedicaron a especular sobre este
aditamento que, se decía, cambiaría “de una vez
y para siempre la manera de concebir los videojuegos”, incluso
aunque no supieran a ciencia cierta cómo era este sensor, pues
como consignó una publicación, se trataba “de uno
de los secretos mejor guardados de Bill Gates”.
Fueron pocas personas las que pudieron estar
en contacto con él antes de su lanzamiento, y una de ellas fue
precisamente Juan Rocamora, quien el año pasado realizó
una estancia de investigación en la Universidad del Sur de California,
“sin saber que mi mentor allá, el profesor Gérad
G. Medioni, era uno de los contados individuos con un prototipo de Kinect
en sus manos. Fue así como pude experimentar”.
Mi trabajo era entender cómo funcionaba
y desarrollar algo nuevo, para así llevarlo más allá
de lo que usualmente hace al estar conectado a una consola”.
Mucho más que un juego de niños
“Para empezar, dejemos algo en claro,
el Kinect no es propiamente una cámara, como se piensa, sino
un sensor de distancias capaz de captar objetos en tres dimensiones.
Es un instrumento que, al determinar qué tan lejos está
cada cosa, permite calcular volúmenes. Si entendemos esto, nos
encontramos ya en condiciones de imaginar todo aquello que puede, o
no, hacer”, explicó, para luego añadir, “éste
es el primer paso para echar a andar desarrollos tan diversos como los
que hasta hoy se han generado”.
Por ejemplo, al no funcionar como una cámara
tradicional, expuso el joven ingeniero, no necesita luz “para
ver”, lo que lo hace superior a las herramientas infrarrojas usadas
en misiones nocturnas de rescate.
“De hecho, ya hay quien montó
uno de estos aparatos a un pequeño helicóptero a control
remoto, pues para encontrar a una víctima en la oscuridad, es
mucho más efectivo detectar formas con láser que percibir
colores con una cámara, y ésta es tan sólo una
de sus muchas aplicaciones”.
¿Una máquina que traduzca automáticamente
lo que dice un mudo con sus manos? Ése fue el primer proyecto
de Juan, quien intentó que el aparato discriminara cada uno de
los ademanes que conforman el llamado lenguaje de señas norteamericano.
“Sin embargo, desarrollar los algoritmos
(es decir, indicaciones) para que el aparato distinga la diferencia
entre movimientos sutiles, como la elevación de un índice
o la flexión de un pulgar, implica mucho trabajo, por eso no
pude concluir esa iniciativa, lo que no implica que no pueda ser retomada
después”.
Lo que sí logró fue desarrollar
los algoritmos suficientes como para que el Kinect discriminara ciertos
gestos, que aprovechó para crear un programa que permitiera manejar
un ordenador a distancia.
“¿Quién al dar una presentación
en PowerPoint no se ha visto obligado a inclinarse a la laptop
para pasar o regresar las imágenes? Lo que hice fue desarrollar
una herramienta para que cualquiera pueda hacer esto a distancia, con
tan sólo mover la mano. Quizá no suene tan ambicioso como
crear un aparato que traduzca lo que dice un sordomudo, pero fue un
primer paso, que condujo a muchos más”.
Más allá de la ficción
Hay algunas disciplinas que, en vez de tener
su origen en teorías y descubrimientos científicos, surgen
de la literatura; tal es el caso de la robótica, una materia
que hoy se enseña en la Facultad de Ingeniería, pero que
nació de la pluma del escritor Isaac Asimov. Por ello, muchos
de los objetivos que se plantea suenan a ficción, aunque sus
logros sean tangibles.
“¿Decir que de aquí a unas
décadas tendremos un equipo de androides capaces de vencer en
un partido de fútbol a los mejores 11 jugadores del mundo, suena
a cuento. No obstante, ése es el propósito del concurso
RoboCup, en el que participantes de todos los países diseñan
robots que dominan la pelota, y los resultados son tan alentadores que
quizá esta meta sí llegue a cumplirse”.
Por ello, al enterarse de que algunos de sus
compañeros de la facultad participarían en la contienda,
Juan ofreció su ayuda, “y por supuesto, nuestra arma secreta
será el Kinect”, explicó el joven, quien adaptó
uno de estos aparatos para que el prototipo de sus amigos sea capaz
de seguir a un individuo por donde quiera que éste camine, y
que además improvise, a diferencia de aquellos artefactos programados
para seguir rutas específicas.
“Esto es una novedad y esperemos nos ayude a ganar. Me emociona
mucho este proyecto, aunque en realidad lo que quiero es aplicar todo
lo aprendido en el campo de la medicina; por el momento, ya tengo una
silla de ruedas que se mueve con sólo tensar un músculo,
lo que ayudaría a minusválidos a no tener que mover las
llantas con sus brazos”.
Aunque suene extraño, es posible usar
las mismas estrategias empleadas para vencer a un futbolista mecánico,
que para ayudar a una persona lisiada, “porque los saberes no
son cosas aisladas, sino vinculadas”, comentó Juan, quien
añadió que incluso, con un poco de imaginación,
podrían mezclarse características de ambos desarrollos,
el de la RoboCup y el de la silla, y construir un transporte rodante
que siguiera a la enfermera o al médico en turno en su camino
hacia el consultorio o la sala de operaciones, algo de mucha utilidad
en un hospital.
Pensar el futuro
La palabra Kinect es producto de la fusión
del verbo inglés connect, ‘conectar’, con
la voz griega ‘movimiento’, y ambos vocablos describen a
la perfección lo que Juan Rocamora intenta hacer en el más
ambicioso de sus proyectos: crear una silla que se desplace ya no con
la tensión de los músculos, sino con pensamientos.
“Sé que plantear esto suena a
ciencia ficción, a algo que ni siquiera Asimov escribiría.
Sin embargo, actualmente en todo el mundo hay grupos de científicos
que trabajan en la llamada BMI (Brain-Machine Interfase, o Interfase
Cerebro-Máquina), área enfocada precisamente a generar
aparatos activados por la mente y sus deseos”.
Después de construir en el Laboratorio
de Mecatrónica de la FI aquella silla de ruedas que se movía
con sólo tensar un músculo, Juan se enfrentó a
un reto que no había considerado: manufacturar una para un niño
sin piernas ni brazos, “es decir, sin manera de enviar señales
musculares a los sensores del aparato”.
“Si consideramos que los encefalogramas
detectan ondas de pensamiento específicas, probablemente podríamos
determinar cuál es la señal exacta cuando alguien quiere
ir a la izquierda o a la derecha. De determinar eso, es muy factible
lograr algo que para muchos parecería imposible: mover cosas
con la mente”.
Rocamora sabe que se trata de un proyecto arriesgado,
pero espera le dé buenos resultados. Por lo pronto, para lograr
esto, el joven decidió deshacerse del Kinect, pero quedarse con
sus algoritmos, “porque para leer un pensamiento, un aparato que
determina distancias resulta inútil. He comenzado a usar sensores
que se colocan en la cabeza del sujeto, como los usados en un electroencefalograma.
Ahora lo que resta es probar, ensayar y esperar para ver los resultados”.
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