• Los trayectos largos, la exposición
al tráfico, la presión económica, el ruido y
los constantes estímulos de iluminación repercuten en
el funcionamiento emocional, cognoscitivo, y en la salud física
de los citadinos
• Por ello, académicos de la Facultad de Psicología
realizaron un estudio en Nezahualcóyotl, para evaluar los resultados
de la interacción con la naturaleza urbana intra y extra vivienda
¿Tiene algún efecto la naturaleza
en el funcionamiento social cotidiano de los seres humanos? Un estudio
realizado por académicos del Laboratorio de Ecología Social
y Desarrollo Comunitario de la Facultad de Psicología (FP) de
la UNAM concluyó que sí, y que es de gran relevancia,
sobre todo en algunos ambientes urbanos, donde la oportunidad de tener
contacto de zonas con vegetación es limitada.
Los trayectos largos, la exposición
al tráfico, la presión económica, el ruido y los
constantes estímulos de iluminación repercuten en el funcionamiento
emocional, cognoscitivo y en la salud física de los citadinos.
En contraparte, las áreas verdes tiene resultados restauradores,
funcionales y psicológicos, dijo María Montero y López
Lena, coordinadora de ese laboratorio.
“La psicología ambiental ha documentado
que pacientes psiquiátricos muestran mejoría en sus patrones
de comportamiento si son expuestos a áreas soleadas con elementos
de vegetación”, apuntó.
Con base en este tipo de hallazgos, María Montero y Joel Martínez-Soto
propusieron el concepto restauración psicológica,
asociado a la restauración ambiental, para documentar el
efecto de la naturaleza urbana.
Estímulos suaves
Martínez-Soto planteó como tesis
doctoral un estudio en una comunidad de la colonia Prados de Aragón,
en Nezahualcóyotl (el municipio más poblado de México,
con escasez de áreas verdes), para evaluar los efectos del contacto
con la naturaleza urbana intra vivienda (la que cada individuo puede
observar desde las ventanas, incluidas plantas y árboles domésticos
y foto-murales) y con la naturaleza urbana externa (la que se localizan
a una determinada distancia).
“Las áreas verdes son incitaciones
suaves que hacen que la atención dirigida hacia diferentes estímulos
descanse. La persona, entonces, se recupera mediante un mecanismo denominado
atención involuntaria o fascinación; en ella,
también se observa la restauración de la atención,
que ocurre en el aspecto cognoscitivo”, explicó.
Asimismo, se ha observado que la exposición
a esos entornos ayuda emocionalmente a personas que muestran fatiga
mental, condición que puede derivar en irritabilidad y, algunas
veces, agresividad.
Aspecto atencional
En esa colonia se valoró principalmente
el aspecto atencional de cada individuo, es decir, qué sucedía
a nivel cognitivo.
“Esperábamos que hubiera una mejora
en la capacidad atencional al estar en contacto con ese escenario
y, a nivel emotivo, que tuvieran una sensación de tranquilidad,
una menor distracción y una mayor concentración”.
En el plano familiar, el supuesto del estudio
era que la gente en contacto con ambientes restauradores (áreas
verdes) tendría una mayor percepción de recuperación.
“Creíamos que este tipo de estímulos visuales agradables
influiría en la armonía, lo que a su vez repercutiría
en la familia. A nivel comunitario, pensábamos que percibiríamos
una mayor seguridad pública vecinal, porque la bibliografía
dice que las personas rodeadas de esas zonas interactúan más
y pueden sentirse tranquilas”, abundó.
Desde el punto de vista de Montero, cabría
contextualizar el concepto restauración ambiental y
abordarlo a partir de una perspectiva ecológica social, que permita
documentar la influencia de ciertos factores y, al mismo tiempo, identificar
potenciales consecuencias del déficit restaurativo a nivel individual,
familiar y comunitario.
Para emprender su estudio, los académicos
diseñaron ciertas escalas para cuantificar la naturaleza en la
casa de los encuestados. “Elaboramos registros que denominamos
‘directos’: desde el interior de la vivienda tomamos fotografías
del exterior para saber lo que sus habitantes veían. Cada toma
era dividida en cuadrantes con un valor en función de la cantidad
de área verde visible. Posteriormente, jueces externos analizaron
cada cuadrante, lo que constituyó uno de los cinco registros
directos desarrollados ex profeso”.
Además, se tomaron en cuenta los datos
obtenidos por los entrevistadores, relacionados con las zonas de vegetación
y sus referencias en el hogar (macetas, jardineras, foto-murales), así
como la propia valoración del entrevistado. Los tres aspectos
se triangularon y se obtuvo una medida de potencial de restauración.
Funcionalidad
En cuanto a la naturaleza urbana extra vivienda,
se midió con un podómetro la distancia que separaba a
las casas objetivo de las zonas verdes; posteriormente, para precisar
la ubicación y el tamaño de éstas últimas,
con respecto a las moradas encuestadas, se utilizó tecnología
satelital. Otro aspecto que consideraron los universitarios fue la funcionalidad
de las destinadas a la vegetación.
“Sin esta cualidad, aquéllas no servirían para cumplir
la función buscada. Por eso diseñamos una escala que nos
permitiera una medición, que se concentró en varios aspectos:
mantenimiento, mobiliario, iluminación, visibilidad adecuada
(de afuera hacia adentro, y viceversa)”, comentó Montero.
Los universitarios asignaron a cada espacio
una categoría, como “funcional” o “estéticamente
agradable”, entre otras, para clarificar el concepto área
verde benéfica emocionalmente, o ambiente restaurado.
Conclusiones
En este estudio, desarrollaron 14 instrumentos
para dar cuenta del impacto nocivo de la carencia de esos espacios en
el individuo, así como en su familia y en su comunidad.
Los instrumentos de observación, registro
y medición fueron probados, validados y confiabilizados, por
lo que es posible disponer de ellos en el contexto nacional para valorar
problemas de salud mental.
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