• Sólo
sobrevivirán los organismos que se adapten, advirtió
Rosa María Prol Ledesma, del IGf
La presencia de bióxido de carbono
(CO2) en los océanos va en aumento; el
pH diminuye y la acidificación modificará los ecosistemas
submarinos, y sólo sobrevivirán los organismos que se
adapten, como los que no tienen concha. Otros, como almejas, caracoles,
erizos o corales podrían no acostumbrarse, advirtió
Rosa María Prol Ledesma, investigadora del Instituto de Geofísica
(IGf).
Al participar en la mesa Geofísica
y Biología de las Ventilas Hidrotermales, organizada en
el Instituto de Ciencias del Mar y Limnología (ICMyL), refirió
que éstas son salidas en el fondo oceánico de sistemas
convectivos, donde se registra agua de mar que se calienta, interacciona
con las rocas y sale a diferentes temperaturas, desde 20 ó
50 grados, hasta más de 400.
Existen someras o costeras, de temperaturas
menores; otras son profundas. También hay cold seeps
o emanaciones frías donde, junto con el agua, emana una gran
cantidad de gas natural, metano y otros compuestos.
Casi 90 por ciento del gas es bióxido
de carbono, explicó la experta. También metano, ácido
sulfhídrico, hidrógeno y helio. A eso se suma que una
gran cantidad del CO2 atmosférico, casi
30 por ciento, se disuelve en el océano.
En algunos sitios estudiados, dijo Prol Ledesma,
integrante del Departamento de Recursos Naturales del IGf, hay agua
de mar muy caliente, pero no es pura, tiene una gran cantidad de metales:
hierro, plomo, zinc, en algunos casos oro, sulfuros, y componentes
de origen magmático. Otras ventilas arrojan agua “limpia”,
es decir, sin sal, porque entra en ebullición (se produce vapor
que no lleva nada disuelto).
También, refirió que las ventilas
sostienen comunidades muy diversas porque en ellas hay presencia de
nutrientes.
Por su parte, Guadalupe Cordero, del Departamento
de Ciencias Espaciales del Instituto de Geofísica, habló
del caso del satélite de Júpiter llamado Europa,
donde comenzaron las observaciones desde Tierra en los años
60; entonces, se percataron que su superficie era de hielo de agua.
Para 1977, ya se tenían algunos modelos de su interior y se
mencionaba que podría haber agua líquida debajo de esa
capa helada.
La vida, como la conocemos, necesita de tres
elementos: agua líquida, compuestos orgánicos y una
fuente de energía, todos ellos presentes en Europa, sostuvo
Cordero.
Con datos obtenidos por la misión
Galileo, se empezaron a hacer modelos más finos del interior
de ese satélite: para determinar qué es lo que había
debajo de la corteza de hielo, los geólogos comenzaron a fijarse
en las estructuras externas, como los cráteres de impacto,
más someros que otros.
“Esto indica que la onda de choque
que forma este tipo de estructuras se encontró con una capa
muy poco viscosa, lo que refiere que puede haber agua líquida
allá abajo, pero también una especie de hielo tibio
(lodoso)”.
Luego, se encontraron estructuras llamadas
lentículas que son hoyos o domos, en forma más o menos
elíptica que tienen un diámetro o longitud de entre
siete y 15 kilómetros. También, se halló criovulcanismo,
donde la lava no es de silicato, sino de hielo; eso revela que este
material fue fluido en algún momento, que salió del
interior, e indica que en el interior hay cierta cantidad de calor
y, abajo, magma de agua.
En el sistema solar se reconocen cinco fuentes
de energía, pero en los satélites de los planetas exteriores
sólo actúan dos: decaimiento por elementos radioactivos
y las fuerzas de mareas –en este caso, la que ejerce Júpiter
sobre sus satélites, entre ellos Io y Europa –
que producen fracturas a partir de las que se forman las crestas que
caracterizan a esta última “luna”.
La observación importante que aclaró
lo que había dentro de Europa fue el estudio del campo
magnético. La nave Galileo notó al pasar cerca que ese
campo no es intrínseco del satélite, sino que variaba
con el de Júpiter, es decir, era magnético inducido,
para lo que se requiere un conductor: agua salada, presente debajo
de la corteza.
Después de observar que no sólo
Europa tenía un océano de agua, sino Ganímedes
y Calisto, se trató de ver cómo es y caracterizarla.
Así nació la oceanografía planetaria, relató
Guadalupe Cordero.
Ahora, se prueba un instrumento que pueda
ser llevado para atravesar la corteza de hielo y ver que hay debajo;
se espera encontrar ventilas hidrotermales, dijo.
Hasta ahora, hay más preguntas que
respuestas sobre Europa, como determinar los parámetros
físicos de las plumas hidrotermales y si éstas son consistentes
con la formación de las regiones caóticas que se registran
(hielo que parece que se rompió y se movió).
Además, si existe una circulación
horizontal en gran escala, el efecto de la topografía del fondo
oceánico y cómo es la interacción de las rocas
con el fluido, entre otras.
Las ventilas hidrotermales son importantes
porque pueden producir agua al estado líquido, funden hielo
y producen su ascenso desde acuíferos profundos; pueden crear
un ambiente donde exista mezcla de fluidos, desequilibrio químico
y nutrientes favorables a la síntesis de compuestos orgánicos,
además de la cristalización a bajas temperaturas de
carbonatos y silicatos que pueden fosilizar y preservar organismos
microbianos. En Europa, “los sistemas hidrotermales
podrían ser más de los que existen en la Tierra”.
Por último, Cordero mencionó
que la NASA tiene un proyecto que consta de una misión con
dos orbitadores, uno alrededor de esa luna de Júpiter, y otro
en torno a Ganímedes, para caracterizar el océano
debajo de las cortezas de hielo.
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