• Los padres minimizan los problemas de los niños y no
saben identificar si se sienten solos, están tristes, o si
no se perciben como populares o importantes, advirtió Patricia
Andrade, de la FP de la UNAM
La depresión, y las fobias de tipo social,
constituyen los principales problemas psicológicos internalizados
que más presentan los preadolescentes; muchas veces son minimizados
por los padres y, por ello, no son motivo de consulta, señaló
Patricia Andrade Palos, académica de la Facultad de Psicología
(FP) de la UNAM.
Se trata de conductas poco conocidas y aceptadas,
presentes en menores de nueve a 12 años y a las que los progenitores
no ven como un inconveniente, destacó.
En cambio, los problemas externalizados -como
el bullying, la rebeldía y otras actitudes desafiantes
–, por lo regular son motivo de alarma, pues son comportamientos
que sí se manifiestan; “incluso, considero que ha habido
un sobre diagnóstico de ellos”, expresó.
La especialista en psicología social
comentó que hay pocas investigaciones sistemáticas a nivel
nacional que reporten realmente las dificultades por las que atraviesan
niños y jóvenes en la actualidad.
Sin embargo, en el año 2000 se empezó
a observar que sí existen y que no eran atendidas. “Por
ejemplo, no se aceptaba la depresión en los menores, y ahora
hay registro de decenas de adolescentes en hospitales psiquiátricos”,
expresó.
Ante esta problemática, precisó,
“en los últimos años hemos hecho estudios para conocer
los factores familiares que influyen en el desarrollo de esos problemas
y diseñar programas de prevención, dirigidos a los padres,
que permitan consolidar habilidades de apoyo y control”.
El objetivo principal de la investigación,
acotó, es determinar qué elementos de la relación
padre-hijo inciden para tener las herramientas empíricas y diseñar
planes adecuados.
Con ese fin, aplicamos un cuestionario a padres
de alrededor de 380 niños; la respuesta de los menores fue favorable,
y en muchos casos, se obtuvieron datos de ambos progenitores, en lo
referente a problemas internalizados y externalizados.
Con base en ello, los especialistas se percataron
que ambos padres minimizan los problemas internos de los niños
y no saben identificar cuando se sienten solos, tristes, o que no se
les perciba como populares o importantes. Por otra parte, muchas madres
solo advierten que sus hijos tienen dificultades si son conflictivos
en la escuela, si los reportan o si bajan en sus calificaciones.
En cambio, agregó, los infantes respondieron
que tienen más problemas internalizados de los que sus papás
piensan, y por otro lado, no ven tan graves algunas conductas externas
como burlarse de algún compañero.
También, “descubrimos que el apoyo siempre es importante
y que el control, además de ser necesario, tiene una parte positiva:
la guía y la supervisión”. Asimismo, “determinamos
que en este rubro lo importante es ver cómo guiar a los hijos
sin menoscabar su autonomía, sobre todo en la etapa de la preadolescencia,
en la que hay cambios sexuales, sociales y de cognición”,
indicó.
Los padres deben convencerse que es necesario
cambiar su manera de controlar, guiar, supervisar e, incluso, de expresar
su cariño y afecto a medida que sus descendientes crecen, consideró.
Aparentemente, son cuestiones simples, pero afectan la relación
y pueden distanciarlos, subrayó.
Tras hacer el análisis de los datos,
prosiguió, “también nos percatamos que el control
psicológico ejercido por la madre es el factor de mayor peso
en los niños con depresión. Es decir, si ella descalifica,
si aplica mecanismos de inducción de culpa, devalúa o
es chantajista, afecta de manera importante el desarrollo de los menores.
Por lo regular, las madres no se percatan de
la situación, porque creen que esas acciones son correctas. Además,
abundó, “hemos podido ver que en la preadolescencia, la
imposición y el control psicológico afectan de manera
negativa a los pequeños”.
Programa interactivo
Con base en los resultados, se diseñó
un programa de cinco sesiones, cuyo objetivo es que los padres reflexionen
sobre las conductas de sus hijos, informó.
No se trata de dar recetas mágicas,
sino de trabajar de manera interactiva para cambiar esos comportamientos,
que dañan el desarrollo de los infantes, aclaró.
Las sesiones son grupales, lo que propicia
mayor dinamismo e intercambio de ideas y que lleva a mejorar la relación
entre padres e hijos; además, otra ventaja del trabajo colectivo,
es que los padres advierten que no son los únicos que sufren
y enfrentan ese tipo de problemas, lo que reduce su estrés.
Se busca que al final del taller reconozcan sus fortalezas y debilidades;
asimismo, se les pide que elijan una conducta específica que
quieran cambiar con su progenitor para trabajar en ella. De esta manera,
pueden ver que son capaces de aplicar los conocimientos adquiridos,
precisó.
Otro aspecto importante de este tipo de programas,
es que se puede evaluar su efectividad; por ello, “el siguiente
paso será reunirnos nuevamente con los padres y comentar sus
experiencias, para evaluar los cambios, concluyó.
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