• Como parte de un estudio con personas en situación
económica precaria, un grupo de académicos de la FP
de la UNAM se percataron que los pequeños encuestados experimentan
esa sensación
• Descubrieron que la realidad de los infantes y la percepción
de sus madres estaban completamente disociadas, pues ellas creían
que aquéllos no se sentían solos
• La soledad es resultado de carencias afectivas y puede aparecer
en cualquier momento de la vida; es importante aprender a identificarla
para desmitificarla y facilitar la prevención de problemas
de disfunción psicológica
Como fenómeno potencialmente estresante,
la soledad tiene su parte positiva y negativa, y es usual que se ponga
énfasis en esta última. Si una persona afirma que nunca
se ha sentido sola, se podría sospechar que disfraza o niega
esa experiencia. Asimismo, dentro del contexto social, su posible reconocimiento
puede sugerir una incapacidad para establecer relaciones afectivas funcionales.
“La soledad es normal; de hecho, se podría
afirmar que es inescapable como parte del desarrollo humano. Por ello,
es importante aprender a identificarla para desmitificarla”, dijo
María Montero y López Lena, de la División de Investigación
y Posgrado de la Facultad de Psicología (FP) de la UNAM, quien
en un estudio aplicado a personas en situación económica
precaria, se percató que niños de entre ocho y 10 años
experimentan sentimientos de abandono.
La soledad infantil
Aunque los pequeños de cinco años
aún no han estructurado del todo su lenguaje y, por lo tanto,
no se han adueñado del concepto o del significado de soledad,
algunos estudios han demostrado que ya experimentan esa sensación,
señaló.
A partir de una serie de ocho preguntas aplicadas
a niños de entre ocho y 10 años y a sus madres, como parte
del estudio con personas en situación económica precaria,
la académica universitaria y sus colaboradores se percataron
que la realidad de los pequeños y la percepción de sus
progenitoras estaban completamente disociadas, pues estas últimas
creían que aquéllos no se sentían solos ni abandonados.
En un rango de 0 a 4 –donde 0 significa
que no se sienten en absoluto abandonados, y 4 que se sienten todo el
tiempo abandonados–, los infantes alcanzaron, en promedio, un
2, que en población abierta es un sugerente para proseguir con
la investigación.
“Es entendible que los menores tuvieran
ese puntaje, porque es normal que lleguen a ese sentimiento. Ese es
el punto, si se habla de desmitificación. El límite que
se pensaría como grave sería 3 ó 4. En tanto, los
niños que no padecen pobreza tienen un promedio más bajo,
pues experimentan con menos frecuencia, o verbalizan menos la soledad”,
puntualizó Montero.
Fenómeno estresante
Más que una emoción (en presencia
de la que hay una reacción fisiológica), es un sentimiento,
es decir, algo más elusivo y subjetivo. Así, alguien puede
vivir solo, aislado y, sin embargo, sentirse bien; en contraste, un
individuo puede estar rodeado de gente, de su familia, incluso tener
relaciones extraconyugales, pero experimentar la sensación de
vacío, añadió.
En 1999, se recibió como doctora en
psicología, y la universitaria definió la soledad como
un fenómeno potencialmente estresante, resultado de carencias
afectivas reales o percibidas, y que emerge en cualquier momento del
desarrollo, desde la niñez hasta la senectud.
“Puede decirse que la gente la siente
si tiene conciencia de sí misma, pues entonces es capaz de identificar
algún desequilibrio entre lo que, en términos afectivos,
percibe como satisfactorio e insatisfactorio. Por eso, es esencialmente
una percepción muy personal y subjetiva”, apuntó
Montero.
Fuentes y manejo de la soledad
La académica ha identificado cuatro
fuentes deficitarias de afecto que conducen a la experiencia de la soledad:
la primera es la carencia de bienestar emocional, que implica la satisfacción
o insatisfacción con uno mismo y con los logros alcanzados; la
segunda, de amistades, que se vincula con la percepción de la
lejanía afectiva o con la creencia de traición por parte
de quien se consideraba amigo.
La tercera, la pareja, enfocada a cómo
es la relación y cercanía sentimental, y la cuarta, los
compañeros de trabajo, concerniente a qué tanto el individuo
se siente apoyado o identificado con quienes labora.
En la secuencia que Montero supone viable,
no para resolver la soledad, sino para manejarla, el primer paso es
reconocerla. “Este sentimiento atraviesa todas las etapas de la
vida y, a veces, se presenta en la transición de una edad a otra.
Por eso, primero debemos enseñar a los niños, jóvenes
y adultos cómo identificarla mediante ciertas preguntas: cómo
se sienten, qué creen que les hace falta, por qué creen
que se sienten solos.
“Después, mostrarles cómo
manejarla, porque la soledad nos sirve, en alguna medida, igual que
el miedo, para sobrevivir. Si conocemos y sabemos llevarla, estamos
en posibilidad de reflexionar y preguntarnos qué pasa con nosotros,
cuáles son nuestros recursos y cómo podemos aprovecharlos
de una manera óptima”, explicó.
Entre las “estrategias” para enfrentarla están el
beber alcohol, consumir drogas, gastar dinero de manera absurda o tener
relaciones sexuales sin sentir deseos. De ahí que sea básico
identificarla antes de cometer excesos, abundó. Asimismo, consideró,
una persona que no sabe lidiar con la soledad difícilmente sabrá
amar, porque ello implica una proyección. “Para amar hay
que quererse a uno mismo”, concluyó.
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