• En la historia sísmica del país hay registros
de maremotos en las costas del Pacífico, refirió Carlos
Valdés González, jefe del SSN, adscrito al IGf de la
UNAM
• El evento del 7 de abril fue muy profundo y ocurrió
a 167 kilómetros, lo que aminoró el movimiento en la
superficie; debemos estar preparados, pues no es factible detenerlos
ni predecirlos, dijo
En México, un país sísmico,
debe considerarse que varios de estos fenómenos vienen acompañados
de olas muy grandes, especialmente en la costa del Pacífico,
advirtió Carlos Valdés González, jefe del Servicio
Sismológico Nacional, adscrito al Instituto de Geofísica
(IGf) de la UNAM.
“Después de ver la tragedia de
Japón, observamos que el tsunami fue devastador; en una nación
altamente preparada no consideraron que podía ser tan grande.
Aquí, también los temblores en la costa, por su mecanismo
y tipo de subducción, producen grandes olas”, señaló
Valdés en entrevista.
Eventualmente, podemos tener un temblor fuerte
en México. Enfrentamos movimientos un poco mayores y debemos
estar preparados, pues no es factible detenerlos ni predecirlos, consideró.
El terremoto de 1985, en la Ciudad de México,
produjo un tsunami en la costa del Pacífico; mientras
que uno ocurrido en 1932, frente a las costas de Colima y Jalisco, también
originó que el agua entrara por la playa para arrasar con lo
que encontró a su paso. “Además, Colima tuvo otro
en 1995, en la zona conocida como La Manzanilla. En el Pacífico
han ocurrido varios de este tipo”, añadió.
En los litorales mexicanos se han creado desarrollos
turísticos en los que deben revisarse las estructuras y contar
con planes de protección civil. Una de las acciones efectivas
es que los residentes, si sienten un sismo fuerte, busquen resguardo
en sitios altos o alejados de la ribera, recomendó.
Actualmente, en las playas mexicanas se comienza
a trabajar para marcar los límites en las costas y evitar tragedias.
“El efecto del agua es brutal. Si algo aprendimos es el concepto
de tsunami, que no es una ola, sino una lámina de agua,
que entra con un paso no muy rápido, pero nada la detiene”,
explicó Valdés.
El sismo del 7 de abril
El pasado 7 de abril ocurrió en México
un sismo que no causó mayores daños, pero se sintió
en varias regiones del país. “Fue importante, de magnitud
6.7, y profundo para las características del territorio. Típicamente,
en el Pacífico hablamos de sismos de 40 kilómetros de
profundidad, y el del 7 de abril tuvo una profundidad de 167 kilómetros.
Su potencial disminuyó por eso, y sus movimientos fueron fuertes,
pero de poca duración”, indicó.
El epicentro, ubicado en Las Choapas, Veracruz,
se sitúa a sólo 12 kilómetros de Oaxaca, cerca
de la frontera con Chiapas. “Hay un punto donde se tocan los tres
estados, pues Tabasco también está cerca. A ese sitio
se le conoce como Zona del Istmo, y ahí son comunes los temblores
de este tipo”, acotó.
Aunque provocó sorpresa que el epicentro
fuera en Veracruz, el experto recordó que apenas el 25 de febrero
hubo otro sismo en esa entidad, aunque de menor magnitud, y se sintió
en Villahermosa y Tuxtla Gutiérrez; en el DF, apenas se percibió.
En general, los que vienen de la costa del
Pacífico son más someros y su duración es mayor,
con magnitud de alrededor de 7.5. El evento telúrico de abril
es un recordatorio que el nuestro es un país sísmico,
y que eventualmente, puede tener un movimiento fuerte, como el de 1957,
que provocó la caída del Ángel de la Independencia;
como el de 1979, que derribó tres edificios de la Universidad
Iberoamericana, o como el de 1985, denominado de “la Ciudad de
México” por los daños causados en la urbe.
Finalmente, el universitario recordó
que aunque el 7 de abril hubo microsismos en varios estados del país
y uno fuerte en Japón, no hay indicios científicos de
alguna relación entre ellos. “El fenómeno natural
no cambia, los temblores no son más grandes ni más frecuentes;
el desastre lo causa el ser humano, con zonas más habitadas,
industrias, plantas nucleares y sobrepoblación en sitios de riesgo”.
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