• En la cueva Los Riscos, enclavada en la Sierra Gorda de esa
entidad, Juan Morales Malacara, de la Facultad de Ciencias, indaga
las particularidades de la vida en esos ecosistemas subterráneos,
húmedos y oscuros
• En ese hábitat singular, afectado por los daños
humanos en la superficie terrestre, murciélagos, arañas,
insectos, ranas, reptiles y ratones conviven con bacterias, protozoarios,
ácaros y hongos
Ecosistemas singulares, las cavernas son laboratorios
naturales en donde vive una gran diversidad de especies animales, así
como algunas vegetales; en ellas, escasea el aire y los recursos energéticos,
y abundan la oscuridad, humedad y temperaturas extremas.
Indagar la variedad de organismos cavernícolas
que incluyen a especies macroscópicas como murciélagos,
arañas, insectos, ranas, reptiles y ratones, y a otras microscópicas,
como bacterias, protozoarios, hongos y ácaros, es la labor de
Juan Morales Malacara, profesor e investigador de la Facultad de Ciencias
(FC) de la UNAM.
“Hago estudios biológicos en cavernas,
bioespeleología o espeleobiología”, resumió
el académico, que hace años imparte un taller sobre esa
especialidad en la FC, donde es profesor e investigador.
Morales Malacara, que actualmente trabaja en
el campus Juriquilla de la UNAM, donde coordina las tareas
para poner en marcha la Unidad Multidisciplinaria de Docencia e Investigación
(UMIDI) de la FC en Querétaro, describe a las cuevas como sitios
vulnerables que no son ajenos a los daños ambientales.
Equilibrio vulnerable
Aunque parezca que están más
protegidas, por su ubicación relativamente aislada y un microclima
húmedo y relativamente estable que, según la zona puede
ser muy caliente (áreas volcánicas) o muy frío
(sitios templados), las cuevas son sensibles a las modificaciones que
ocurren en la superficie.
“Lo que pasa arriba puede afectar lo
que hay abajo: si llueve mucho, si hay sequías, si se tala, si
hay contaminación; a la larga, todo penetra por filtración
a las cuevas, de ahí que sea un laboratorio evolutivo y de especies
que podemos detectar como bioindicadoras de contaminación y perturbación
ecológica”, describió.
A diferencia de ambientes externos, donde existe
gran diversidad, en esos espacios hay menos organismos, que tienen que
adaptarse a los pocos recursos energéticos, “y al hacerlo,
cualquier modificación de ese equilibrio se refleja en la fauna
de las cavernas”, destacó.
Algunos cambios adaptativos son drásticos,
con especies que pierden pigmentación y otras que no desarrollan
ojos, pues sobreviven en la oscuridad.
En esos sitios, Morales Malacara y sus colaboradores
observan la parte taxonómica, que se dedica a conocer qué
especies hay y cuáles son sus características, así
como la parte ecológica, que registra cómo el ser humano
y diversos fenómenos naturales afectan a las cuevas y sus habitantes.
Exploración en Los Riscos
Desde hace cuatro años, el universitario
y su equipo indagan en la cueva Los Riscos, enclavada en la Sierra Gorda
de Querétaro. Se desarrolló hace miles o millones de años
sobre roca sedimentaria caliza, tiene una longitud de 500 metros, una
profundidad de 25 metros bajo la superficie del suelo y es mixta, pues
tiene formación horizontal y vertical.
“Consta de varias entradas. Por una,
se puede avanzar con caminata y descenso por rocas, mientras otras,
tienen tiros pequeños. Posee una boca, donde se formó
una especie de puente natural. En una parte se cayó el techo,
que también era de roca sedimentaria, y por ahí, entra
luz y se han desarrollado varias plantas endémicas”, explicó.
Los científicos estiman que hace mucho
tiempo el río Jalpan entraba en la caverna, donde comenzó
a degradar la roca. Después se formó la gruta y se desvió
de forma natural el curso de la corriente, que actualmente pasa a un
lado y filtra la humedad.
“Hay estalactitas y estalacmitas. Hemos
trabajado más de cuatro años en el sitio y determinamos
parte de la fauna, que suma más de 60 especies diferentes, además
de las plantas”, relató el biólogo.
Mientras la vegetación crece en la boca
de la cueva, en la zona de luz, en las partes de penumbra y oscuridad
se han desarrollado varios tipos de bacterias, hongos, protozoarios,
anfibios y una ranita (Eleutherodactylus longipes) de escasos
tres centímetros, que aunque no está del todo adaptada,
es afín al ambiente, tiene un ciclo de vida nocturno y se alimenta
de insectos.
“Le llamamos troglófila,
de filos, que significa amigo, y troglos, caverna;
es decir, amiga de las cavernas”, detalló el investigador.
En Los Riscos, donde abundan los murciélagos,
también se han encontrado dos de las tres especies de vampiros:
Desmodus rotundus y Diphylla ecaudata.
“Los murciélagos salen de las
cuevas a comer, y al defecar aportan nutrientes; mueren adentro y su
cadáver es alimento para otros organismos. En las cavernas se
aprovecha todo, pues es un ambiente extremo”, finalizó.
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