• Si bien las autoridades aeronáuticas mexicanas tienen
un protocolo estructurado y comunicación con el Cenapred, se
debe pensar más allá de los planes y mejorarlos, consideró
Hugo Delgado, investigador del IGf de la UNAM
México necesita un centro de advertencia
de cenizas volcánicas que permita contar con información
pronta no sólo de la actividad de los colosos mexicanos, sino
de una región amplia que incluya la parte norte de Sudamérica
y Centroamérica, consideró Hugo Delgado Granados, investigador
del Instituto de Geofísica (IGf) de la UNAM.
En el pasado, volcanes como Santa María
(Guatemala), Cosigüina (Nicaragua) e Ilopango (El Salvador) han
tenido una fuerte influencia en el territorio nacional. Por ello, “debemos
estar preparados, pues tarde o temprano se manifestará actividad”.
Si bien las autoridades aeronáuticas
mexicanas tienen un protocolo estructurado, comunicado con el Centro
Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred) para el caso del
volcán Popocatépetl, es importante pensar más allá
de la situación actual de los planes y mejorarlos.
Existen diversos centros en el mundo que atienden
y observan las nubes volcánicas producidas por los diferentes
colosos; no obstante, en el caso de México, el centro correspondiente
es el de Washington, y los otros dos más cercanos, se ubican
en Montreal y Buenos Aires. Entonces, el gobierno mexicano tendría
que establecer uno en el país, recalcó el vulcanólogo.
La ceniza volcánica
Las cenizas, explicó, son partículas
menores a dos milímetros, las finas tienen menos de 10 micrómetros
y son fragmentos de roca, minerales y vidrio que el volcán pulveriza
en sus explosiones, con dureza mayor a la de la mayoría de las
aleaciones de metales fabricados por el hombre.
Las más pequeñas son transportadas
por el viento a miles de kilómetros y pueden permanecer en la
atmósfera por días y formar nubes que en muchas ocasiones
no pueden distinguirse de las meteorológicas, ni siquiera con
el uso de instrumentos de navegación, precisó.
Entonces, si un avión vuela por largos
períodos dentro de una nube volcánica, esas partículas
provocan la abrasión en los parabrisas, lo que provoca una reducción
drástica de la visibilidad. Los pilotos, probablemente, no se
percatan de estos efectos durante el viaje, pero sí al aterrizar.
También, se afecta la pintura y el metal
de las naves, en particular en las alas y cola, pero el principal problema
se registra en las turbinas, que trabajan a más de mil grados
centígrados, temperaturas que sobrepasan las de fusión
de las cenizas, que se introducen en los espacios más pequeños
y reducen el paso de aire y combustible, con la consecuente pérdida
de poder de esas máquinas y su posible paralización.
En la actualidad, enfatizó, las autoridades
aeronáuticas de todo el mundo están conscientes de los
efectos y han tomado medidas de seguridad estrictas, destinadas a proteger
y evitar pérdidas humanas y económicas.
Asimismo, concluyó, es necesario reflexionar
sobre nuestras condiciones reales a la hora de enfrentar estas eventualidades,
para prevenir desastres e instalar un centro de advertencia, que nos
permita actuar de manera más rápida y oportuna.
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