• Entre sus proyectos está la creación de la Biblioteca
Virtual de las Letras Mexicanas
• Abrió sus puertas hace 127 años, recordó
su coordinadora, Belem Clark de Lara
La Biblioteca Nacional de México (BNM),
encomendada a la UNAM y administrada por el Instituto de Investigaciones
Bibliográficas, constituye el patrimonio de la nación
en esta materia. Cuenta con una tradición y un cometido de resguardo
de la historia de las letras mexicanas, de su literatura en el sentido
amplio, porque alberga lo que se escribe en el país acerca de
todas las disciplinas.
Entre sus proyectos, figura la creación
de la Biblioteca Virtual de las Letras Mexicanas. Se cuenta, para ello,
con la colaboración de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
Tenemos la digitalización de mil 80 obras en proceso para subirse
a Internet; ésta es la manera en que se ha podido avanzar para
contar con un portal en línea y dar a conocer parte del acervo,
explicó la coordinadora de la BNM, Belem Clark de Lara.
Su misión, desde su fundación
hace 127 años –abrió sus puertas el dos de abril
de 1884–, ha sido custodiar, conservar y difundir los impresos
que se producen en México, o extranjeros que se refieran a nuestro
territorio.
Cuenta con un Fondo Contemporáneo, conformado
por las salas de Consulta (con un área de recursos electrónicos,
como discos compactos), y Especiales: Bibliografía, Mapoteca,
Tiflológico, Fonoteca, Materiales didácticos, y Videoteca,
creadas entre 1959 y 1982.
Su Fondo Reservado es el más importante
a nivel nacional y su objetivo primordial es preservar y organizar las
colecciones que, por su rareza, antigüedad, alto valor o lo limitado
de las ediciones, requieren de cuidados especiales.
El recinto, ubicado en el Centro Cultural Universitario,
en Ciudad Universitaria, recibe anualmente alrededor de 22 mil usuarios.
“Tenemos materiales que no se encuentran en ningún otro
lado; además, los visitantes son atraídos por la diversidad
que pueden encontrar en un sólo lugar”, añadió.
El catálogo de la BNM se puede consultar
por Internet; el Fondo Contemporáneo está abierto para
estudiantes desde los 16 años, y el Reservado sólo para
investigadores o tesistas respaldados por su obra o una institución.
Se estima en más de un millón
y medio la cifra de unidades documentales (libros, manuscritos, folletos,
fotografías y discos compactos, entre otros) que la conforman,
pero podrían ser muchos más por el incremento de años
recientes, reconoció Clark de Lara.
Por ello, dijo, el año pasado se creó
el Departamento de Formación de Colecciones e Inventarios, para
avanzar en el conocimiento de la riqueza verdadera de este espacio.
Del Fondo de Origen a la era digital
Desde la primera mitad del siglo XIX, hubo
intentos de constituir la BNM (1833 y 1846), que se concretó
hasta 1867. El presidente Benito Juárez emitió el decreto
de su fundación, el 30 de noviembre, y también se dispuso
que el edificio del ex convento de San Agustín fuera su recinto,
y que los libros y fondos que pertenecieron a los conventos, suprimidos
por las Leyes de Reforma, fueran trasladados a la Biblioteca Nacional.
Esas unidades documentales conforman hoy el
llamado Fondo de Origen, constituido por las bibliotecas de los ex conventos
del Carmen, San Joaquín, San Ángel, San Francisco, San
Fernando, Santo Domingo, San Agustín, San Diego, San Felipe Neri,
La Merced, San Pablo, Porta Coeli y Aranzazu. Asimismo, la Biblioteca
Turriana, de la Catedral.
El recinto, ubicado entonces en las calles
de Venustiano Carranza e Isabel La Católica, en el Centro Histórico,
abrió sus puertas al público el 2 de abril de 1884, con
aproximadamente 90 mil volúmenes, y pasó a custodia de
la Universidad en 1929, al decretarse la autonomía de la institución.
Permaneció en el sitio hasta que, con
el terremoto de 1985, el edificio se dañó y se contempló
la posibilidad de construir instalaciones específicas. En la
década de los 70 se erigieron las que hoy albergan al Fondo Contemporáneo
y los libros fueron trasladaron a finales de ese lapso.
Años después, se cimentó
el inmueble del Fondo Reservado, que comenzó a funcionar a finales
de 1993. Ahí, se colocaron los libros impresos en el país
entre 1554 y 1821, en la llamada Sala Mexicana que, desde hace poco
tiempo, lleva también el nombre de Ernesto de la Torre Villar.
Además, se guardan los incunables o
libros impresos en Europa entre 1469 y 1500; asimismo, la colección
que José María Lafragua reunió a lo largo de su
vida y que está totalmente microfilmada porque es la más
consultada de este Fondo; contiene alrededor de 18 mil folletos y documentos
del siglo XIX.
A ello, se han unido diferentes archivos, generalmente
por donación, como los de Benito Juárez, Francisco I.
Madero, Ángel María Garibay y el Doctor Atl, entre otros,
junto con manuscritos del siglo XVI al XX.
También, crece poco a poco por compra,
apuntó. El año pasado se adquirió el volumen Decreto
constitucional para la libertad de la América Mexicana de
1914, y el impreso mexicano Nágera Yanguas, Diego. Doctrina
y enseñança en lengua maçahva de cosas mvy vtiles,
y prouechosas para los Ministros de Doctrina… de 1637.
De igual manera, el Fondo Reservado es responsable
de la Sala Especial de Iconoteca, que cuenta con alrededor de 250 mil
fotografías, carteles, estampas, tarjetas postales, daguerrotipos,
grabados y todas aquellas imágenes que no necesitan proyectarse.
En tanto, el Fondo Contemporáneo se
alimenta por el depósito legal, instituido desde 1846, mediante
el que se obligaba a los impresores de la Ciudad de México y
los “territorios” a enviar a la Biblioteca Nacional un ejemplar
de todo lo publicado en sus talleres.
Actualmente, por decreto del 23 de julio de
1991, “los editores deben entregar dos ejemplares, uno para su
conservación y otro para su consulta”. Además, se
compran publicaciones extranjeras que refieren a México.
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