• Los colosos están ligados
a procesos geológicos, como la tectónica de placas,
pero no están conectados y no se activan uno tras otro, explicó
Gerardo Carrasco Núñez, director del CGeo de la UNAM,
campus Juriquilla
• El monitoreo es fundamental para la prevención; se
pueden elaborar mapas de peligro para evitar daños a la población,
consideró
Los registros de actividad del Pacaya, en
Guatemala; del Monte Merapi, en Indonesia; de los volcanes activos
en Ecuador, en la isla de Montserrat, en la península de Kamchatka,
en Rusia, y algunos más “son coincidencias; los colosos
están ligados a procesos geológicos, como la tectónica
de placas, pero no están conectados y no se activan uno tras
otro”, explicó Gerardo Carrasco Núñez,
director del Centro de Geociencias (CGeo) de la UNAM, campus
Juriquilla.
Lo anterior, aclara las cadenas de correos
electrónicos conocidas como hoax (del inglés, engaño),
que circulan en Internet con cierta regularidad, donde se muestran
fotografías de colosos en erupción y ciudades devastadas,
con información descontextualizada acerca del “despertar
de los volcanes” y alerta sobre “las erupciones en cadena”,
como signo inminente “de una gran catástrofe en el Distrito
Federal”.
México cuenta con la faja volcánica,
una provincia con orientación este-oeste que se extiende más
de mil 200 kilómetros, y cuyo ancho varía de 20 a 150
kilómetros, y se extiende desde Tepic hasta Veracruz, con aproximadamente
12 volcanes, todavía activos, dijo.
De éstos, el de Colima, ubicado entre
los estados de Jalisco y Colima, está en extrema vigilancia,
“ha tenido, desde los años 70, mucha actividad, con períodos
de reposo: se construye un domo en el cráter, que se vuelve
inestable conforme asciende y se colapsa”, detalló el
experto.
Hasta el momento, prosiguió, los colapsos
han sido “relativamente pequeños” y los materiales
no han llegado a las poblaciones cercanas. Actualmente, su actividad
está monitoreada “muy de cerca”, porque hay un
domo en la cima, y es muy posible que se vuelva inestable.
El monitoreo del también denominado
“Gigante de Fuego” es constante, pues “una alta
explosividad podría generar una erupción de dimensiones
mayores, y representaría un gran peligro, pues alcanzaría
áreas más distantes”, explicó.
En tal escenario, parte del edificio se colapsaría
y el volumen de material volcánico sería tan grande,
que afectaría áreas extensas. Se espera que esto ocurra
en el lado sur del volcán, pues al norte está reforzado
por estructuras geológicas más antiguas, añadió
Carrasco Núñez.
En otra proyección de peligro, se
registraría actividad volcánica muy explosiva. “El
problema sería la formación de nubes de ceniza, que
descenderían a gran velocidad y no darían tiempo suficiente
para alertar a la población”, advirtió.
Por último, el domo “podría
sufrir un colapso pequeño que, por gravedad, se canalizaría
en las barrancas cercanas; sólo las poblaciones colindantes
sufrirían daños y, en tal caso, se les movilizaría
para evitar su afectación”.
El gigante de Sicilia
El Etna es el volcán más activo
de Europa, es un complejo edificio que mide tres mil 342 metros, localizado
en Italia, al este de Sicilia, y formado por la sucesión de
diferentes erupciones. Es uno de los más documentados en el
mundo, con registros de su actividad que datan del año 1500
antes de Cristo.
“Es muy particular, no sigue los modelos
tradicionales. Tiene un comportamiento que a veces es muy tranquilo,
con emisión de lava y, a veces, erupciones explosivas, con
duraciones breves, pero peligrosas”, abundó Carrasco.
Es un estratovolcán que cuenta con
varias bocas eruptivas, por las cuales expulsa enormes masas
de gas, humo, cenizas y rocas incandescentes, que se pueden proyectar
por diversas zonas de su estructura. Por esta característica,
se debe “monitorear muy bien su actividad, porque no siempre
estará concentrada en su cráter central”, añadió.
El pasado 3 de enero incrementó su
actividad, con emisión de material incandescente. Es algo “relativamente
común, no sale del patrón que lo caracteriza. Lo más
apropiado es continuar con el monitoreo, para detectar alguna manifestación
que salga de los parámetros conocidos y sugiera algún
cambio en su comportamiento eruptivo”.
Los mapas de peligro
No es posible realizar predicciones certeras
respecto a la actividad volcánica; sin embargo, con el monitoreo
se pueden elaborar mapas de peligro para evitar daños a la
población, consideró.
Con escenarios construidos a partir de esos
datos, se indican las zonas de peligro en diferentes niveles y los
daños que pueden sufrir; con ese conocimiento, es posible la
coordinación efectiva y eficiente de los recursos humanos y
técnicos y, en consecuencia, la reducción del riesgo.
La elaboración de los planes de prevención,
se toman en cuenta las características de cada estructura geológica.
“Se ha tratado de conceptualizarlos con modelos generales de
funcionamiento, y al estudiarlos con detalle, encontramos particularidades
de un volcán a otro”, detalló.
Los mapas de peligro se sustentan en la historia
eruptiva de cada coloso y en la frecuencia e intensidad de la misma.
Es fundamental conocer con precisión cada estructura geológica
para determinar los parámetros de magnitud y periodicidad de
su actividad.
Los productos volcánicos
Son varios los productos que lanza un volcán
en cada erupción; las cenizas y la lava constituyen lo más
común. Es posible proyectar, de acuerdo a la topografía
de cada estructura, la trayectoria que seguirá el material
incandescente, uno de los productos volcánicos “menos
peligrosos”, porque se puede predecir con mayor certeza las
áreas que podría afectar en su camino.
La ceniza se genera por la fragmentación
producida por actividad volcánica explosiva. Puede causar molestias
a niños, ancianos y personas con enfermedades respiratorias;
desgasta y atasca la maquinaria; contamina y obstruye la ventilación,
suministros de agua y drenajes; causa cortos circuitos eléctricos
en las líneas de la transmisión, en computadoras, y
componentes electrónicos. A largo plazo, la exposición
de la ceniza húmeda puede corroer los metales.
Las nubes de ceniza, que bajan por las laderas
de los volcanes representan mayor peligrosidad. Viajan a temperaturas
y velocidades muy altas, carbonizan todo a su paso y son letales para
el ser humano, pues “roban” el oxígeno en su trayectoria.
Los flujos de lodo, en particular, son altamente
destructivos. Se forman al mezclarse el agua ubicada en las laderas
de los volcanes con cenizas y otros materiales volcánicos;
forma torrentes de gran volumen que pueden destruir todo lo que encuentran
a su paso.
Un ejemplo actual es la erupción del
Nevado de Ruiz, en Colombia, en 1985. La cumbre del volcán
estaba recubierta por un casquete de hielo y al ascender el magma
se fundió el glaciar, lo que formó avalanchas de lodo
que invadieron el valle del río Lagunilla y sepultaron la ciudad
de Armero.
“Las nubes de ceniza y las avalanchas
de lodo son las que más muertes causaron el siglo pasado”,
concluyó el experto.
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