• El emérito y académico
del Instituto de Astronomía fue reconocido por su trayectoria
y sus investigaciones sobre la composición química
de los objetos en el universo
Timbres, fotografías de iglesias,
placas fotográficas de nebulosas. Ahí, desde muy joven,
Manuel Peimbert Sierra descubrió, por un lado, lo importante
del placer visual de las imágenes y, por otro, su vocación.
Hoy, el distinguido astrónomo universitario es reconocido con
el Premio Ciudad Capital Heberto Castillo Martínez que
otorga el Gobierno del DF a través de su Instituto de Ciencia
y Tecnología.
Ganador en la categoría de Ciencias
básicas, en el área de Científicas y
científicos consagrados mayores de 45 años, el
investigador emérito del Instituto de Astronomía (IA)
recordó que proviene de una familia “totalmente”
universitaria. Su bisabuelo, don Justo Sierra, fundó la Universidad
Nacional; su padre fue médico y su madre estudió historia
y dio clases en la Facultad de Ciencias Políticas. Él,
por su parte, desde niño asistía a los juegos de fútbol
americano a gritar “desaforadamente” en contra del equipo
del Politécnico... y coleccionaba timbres.
Al terminar el segundo año de secundaria
le pidió a su madre trabajar en la Universidad; tendría
alrededor de 13 años. Ella era amiga del director del Instituto
de Investigaciones Estéticas, Manuel Toussaint, y con él
colaboró alrededor de mes y medio; “me pagaba de su bolsa
20 pesos a la semana y me dio 80 pesos de aguinaldo. Eso, respectivamente,
significaba la compra de siete y 30 libros”. De ese modo, en
las librerías “de viejo” conseguía historias
para leer, como las de Salgari.
En Estéticas su trabajo consistió
en clasificar miles de fotografías en blanco y negro de fachadas
de iglesias barrocas de los siglos XVI al XVIII. Estaban revueltas;
tenía que separarlas y averiguar de qué templos se trataba.
Para eso, contó con la ayuda de renombrados investigadores
como Justino Fernández, Francisco de la Maza y Elisa Vargaslugo.
Luego de egresar del plantel 5 de la Escuela
Nacional Preparatoria, Peimbert Sierra, a los 16 años, entró
a la Facultad de Ciencias, pero aún sin vocación. Incluso,
tenía la idea de cambiarse a otra facultad; por aquel entonces,
y aún ahora, gustaba de la historia, la literatura, la ingeniería
petrolera y la geología.
Pero su historia dio un giro. Con su compañero
Gerardo Batíz, fue de aventón al Observatorio de Tonantzintla.
Era sábado y llegaron a las 12 del día; un jardinero
les informó que los astrónomos estaban dormidos, así
que esperaron con paciencia en la entrada. A las 3 de la tarde salió
el director, Guillermo Haro, quien les propuso buscar nebulosas planetarias
¬-que son objetos en transición entre gigantes rojas y
enanas blancas-, en placas fotográficas del cielo, cada una
con unos dos mil espectros.
En esa ocasión, su labor consistió
en buscar objetos distintos a los demás por ciertas características
(como un espectro diferente, que tuviera líneas de emisión
en lugar de las de absorción) y observar si estaban catalogados
o no.
“Fuimos muchos fines de semana. Encontramos
alrededor de 100; 90 ya estaban en los catálogos de la época,
pero 10 no. Tuvimos la fortuna de que por ahí pasó un
astrónomo checoslovaco que hacía un inventario de esos
objetos e incluyó los nuestros que, desde entonces, se conocen
como nebulosas Peimbert-Bátiz”.
Entonces surgió su vocación.
No importó que las matemáticas fueran difíciles
o que no entendiera la física; al contrario, se requerían
esas disciplinas para entender el cosmos y eso lo motivó y
lo “encarriló” hacia la investigación en
astronomía, refirió.
Se recibió como físico en 1962;
al siguiente año se fue a la Universidad de California en Berkeley,
donde estudió el doctorado en astrofísica, que terminó
en 1967. Se quedó un año más con un puesto posdoctoral
y regresó a México en mayo de 68. Comenzó a dar
clases en la Facultad de Ciencias, aún imparte Astronomía
general y Física moderna 2, en el momento en que inició
el movimiento estudiantil.
Por ello, “me conmueve que este premio
lleve el nombre de Heberto Castillo, pues tuve la fortuna de conocerlo
en 68; los dos éramos representantes de nuestras facultades
ante la ‘Coalición de Profesores de Enseñanza
Media y Superior Pro Libertades Democráticas’, que apoyó
al movimiento”.
Luego, continuó en el IA haciendo
su investigación, “y en esas estoy. Estoy inventariado,
me van a sacar a rastras de mi oficina”, aseguró. También
sigue apasionado por la composición química de los objetos
en el universo, fundamentalmente de las regiones donde se forman estrellas
y de las nebulosas que rodean soles en proceso de extinción.
“El universo comenzó a expandirse,
hubo reacciones nucleares y se produjo 75 por ciento de hidrógeno
y 25 por ciento de helio, llamado helio primordial; este es uno de
los pilares en los que descansa la teoría de la gran explosión”.
El emérito ha viajado a una gran cantidad
de observatorios del mundo; ha observado con telescopios muy grandes,
instalados en Chile o Japón, o con satélites espaciales.
Ahora, por ejemplo, forma parte del comité que asignará
los tiempos de utilización del Hubble en 2011.
A la enorme cantidad de distinciones recibidas,
entre ellas, el Premio de la Academia Mexicana de Ciencias, a los
30 años, y el Premio Nacional de Ciencias a los 40, convirtiéndose
en el investigador más joven en obtener ambos reconocimientos,
su nombramiento como miembro de la National Academy of Sciences de
EU y de The Royal Astronomical Society, de Inglaterra, hoy suma el
Premio Ciudad Capital.
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