• La investigadora del Instituto
de Astronomía de la UNAM fue reconocida por su trayectoria
y sus estudios sobre hoyos negros y astrofísica relativista
“La próxima revolución
en la física vendrá de la astronomía”,
asegura Deborah Dultzin Kessler, investigadora que recientemente obtuvo
el Premio Ciudad Capital Heberto Castillo Martínez
en la categoría Científicas Mexicanas.
“¿Que cómo lo sé?”,
pregunta la integrante del Instituto de Astronomía de la UNAM,
“simplemente porque no hay ninguna disciplina científica,
salvo la genética, que haya evolucionado de manera tan vertiginosa
y acelerada en los últimos 50 años, así que de
seguir a este ritmo, lo que hallemos dentro de poco sospecho que cambiará
nuestra manera de ver las cosas de manera definitiva y para siempre”.
Evidencias de la expansión acelerada
del universo, el avistamiento de sistemas planetarios alrededor de
soles muy distantes del nuestro… mucho ha cambiado en el cielo
desde que la profesora Dultzin supo que quería consagrarse
al cosmos.
“Y no podía ser de otra manera,
pues descubrí mi vocación muy temprano, cuando era una
niña de tres años que aún no hablaba bien, pero
que se embelezaba al levantar la mirada y ver esas cositas brillantes
ahí arriba, pegadas en el firmamento. Por eso, cuando alguien
me preguntaba ‘¿qué quieres ser de grande?’,
como no conocía la palabra astrónomo inventé
una para expresar mis deseos; ‘quiero ser estrellífera’,
solía responder, y ésta era mi manera de decir que quería
dedicarme a estudiar las estrellas”.
“Desde que era niña hasta el
día de hoy, la astronomía se ha hecho sumamente compleja.
Para dar una idea de qué tan rápido avanza, sólo
podría decir que cuando entré a estudiar Física,
apenas se habían descubierto los quasares, y hoy me dedico
al estudio de los hoyos negros, eso es un salto enorme en muy poco
tiempo”.
Una estudiante tímida, una investigadora
audaz
“Me inscribí en la carrera de
Física sin que me gustara mucho, pero sabía que ese
era un paso necesario para llegar a la astronomía; por ello,
tomaba materias optativas en ese campo. Sin embargo, cuando tenía
oportunidad de acercarme a los grandes del área, como Guillermo
Haro o Arcadio Poveda, me intimidaba y los veía como algo inalcanzable;
pero eso se me quitó al conocer a Paris Pishmish”.
Al lado de la profesora Pishmish, la joven
no sólo escribió su tesis, sino que aprendió
una lección que la animó a dedicarse de lleno al cosmos.
“Ella me enseñó que era posible ser científica
y mujer. Y no hablo en sentido sexista, sino que me demostró
que se puede llevar una vida plena, más allá de los
libros, pues ella, al tiempo que era una de las precursoras de la
astronomía en México, se daba tiempo para ser madre,
viajar, divertirse, cantar, bailar e incluso hacer alarde de cierta
coquetería. Fue un ejemplo para mí en muchos aspectos”.
Con la convicción de que ser astrónoma
y mujer son dos cosas que implican compromiso, pero también
riesgos, Dultzin aceptó una beca para hacer una maestría
en la Unión Soviética, “algo inusual, pues mis
colegas mexicanos que deseaban continuar preparándose solían
moverse a Estados Unidos o Inglaterra, pero no a donde yo estaba dispuesta
a ir, y eso me dio una formación distinta a la de cualquiera”.
En la URSS, Dultzin comenzó a prepararse
como astrofísica relativista, a explorar asuntos del cosmos
que apenas se comenzaban a investigar y además logró
lo que ninguna otra mujer consiguió jamás, que la supervisara
académicamente Yakov Borisovich Zel’dovich.
“Él fue uno de los mejores científicos
del régimen soviético y además era un hombre
muy rígido que se negaba a ser tutor de mujeres; solía
decir ‘no hay un Einstein con faldas’, pero yo fui la
excepción. Zel’dovich me introdujo en la que actualmente
es mi área de trabajo, el estudio de los hoyos negros, y terminé
como la única alumna de posgrado a la que asesoró y
le dirigió una tesis”.
Sin embargo, el regreso a México,
en 1973, no fue sencillo, pues aunque inmediatamente fue aceptada
en el Instituto de Astronomía, no encontró con quien
compartir lo aprendido en tierras socialistas.
“Aquí, el doctor Haro se había
dedicado al estudio de las estrellas jóvenes; Peimbert al medio
interestelar, y Pishmish a la dinámica de galaxias, pero nadie
manejaba la astrofísica relativista”.
Pero las cosas no podían seguir así
por siempre, ¿no?, pregunta Dultzin, quien añade que
“una de las maravillas de la UNAM es que aquí el conocimiento
nunca queda aislado, siempre se comparte, y poco a poco, me fui haciendo
de alumnos que después se volvieron colegas, colaboradores
y amigos. Ellos son mis hijos universitarios, y no te creas, sé
que por ahí ya vienen mis nietos académicos”.
Mirar el cielo, una experiencia estética
Deborah es hija de una pintora y de ahí
su gusto por las artes, sin distingo alguno, aunque ella a lo que
se dedica es a cantar con el Coro Filarmónico Universitario,
una agrupación que lo mismo se ha presentado en la Sala Nezahualcóyotl
que en el Auditorio Nacional, pues sólo después de la
observación del espacio, a lo que ella reserva sus noches es
a la música, al menos las del martes y el jueves, y de siete
a nueve.
“Pocos científicos tienen tanta
proclividad por la música como los astrónomos”,
comenta Dultzin, y no lo dice sólo en referencia a William
Herschel, aquel famoso trompetista inglés del siglo XVIII que
al tiempo que se ganaba la vida copiando partituras, perfeccionaba
los grandes telescopios, sino por sus compañeros de instituto,
que a la par de sus investigaciones lo mismo se dedican al piano o
a cantar ópera o rock.
¿Coincidencia o predisposición
artística? “Sólo sé que de pequeña
me ponía a contemplar el cielo por una mera atracción
estética”, y en eso, la doctora Dultzin se parece aún
a la pequeña que soñaba con ser estrellífera,
“porque una de las cosas más impresionantes que he experimentado
es lo que me provoca ir al observatorio de San Pedro Mártir
en una noche sin nubes, ver cómo se abre esa enorme cúpula
y mirar el negro del firmamento salpicado de estrellas. Eso me hace
pensar que no puede haber una obra de arte tan perfecta en ningún
lugar, pero sobre todo hace que me den ganas de gritar, ¡el
cielo es mío, el cielo es mío!”.
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