• Diversos investigadores participaron
en el IX Coloquio de análisis “Historiografía
de tradición indígena”, organizado por el IIH
de esta casa de estudios
Ocultos en los bosques tropicales del sureste
de México y noroeste de Centroamérica, más de
15 mil textos escritos en altares, anillos para juego de pelota, banquetas,
columnas, estelas, dinteles, jambas, paneles, pilastras, tableros
y tronos, así como vasijas, joyas y otros tipos de objetos
portátiles han sobrevivido por siglos a los avatares de la
devastación humana y natural.
A lo largo del tiempo, las inscripciones
jeroglíficas mayas del periodo clásico han sido objeto
de diversos enfoques y puntos de vista por parte de la comunidad académica
internacional, aseguró Erick Velásquez García,
del Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE), en su participación
en el IX Coloquio de análisis “Historiografía
de tradición indígena”.
La mayoría del corpus textual
ha desaparecido por que sus soportes estaban hechos de materiales
orgánicos o poco resistentes como estuco, madera, papel o piel.
En 1839 el viajero estadounidense John Loyd
Stephenson, emprendió una expedición a Centroamérica,
Chiapas y Yucatán, fue testigo de la gran abundancia de esculturas
grabadas con imágenes y textos jeroglíficos de una enigmática
civilización perdida, que asoció con los ancestros de
los indígenas choles, chortis y yucatecos que en su época
habitaban la región.
En el Salón de Actos del Instituto
de Investigaciones Históricas (IIH), destacó que, durante
más de 50 años, diversos mayistas encabezaron la idea
de que el tema de las inscripciones era el registro de los ciclos
astronómicos y calendáricos, así como las ceremonias
que giraban alrededor de ellos, en una suerte de religión elaborada
alrededor del culto al tiempo.
Al creer que los temas de las inscripciones
eran asuntos impersonales relacionados con los dioses, los astros
y los números, se negaba toda posibilidad de que los textos
jeroglíficos contuvieran datos sobre personajes históricos.
No obstante, recalcó Velásquez
García, la posterior visión de que los textos mayas
abordaban asuntos terrenales de la vida humana, aunada a los avances
simultáneos en el desciframiento fonético de logogramas
y fonogramas, generaron el interés cada vez más creciente
de jóvenes epigrafistas que, en su mayoría, no tenían
formación de historiadores.
Tres décadas de historia
En el coloquio, organizado por el IIH, el
investigador emérito de esa entidad, Álvaro Matute Aguirre
destacó que este tipo de encuentros se comenzó a organizar
hace 32 años, porque el cultivo de la historia de la historiografía
era y continúa como una fortaleza de la Universidad Nacional.
En aquella época, recordó,
la UNAM contaba con ilustres maestros como Edmundo O´Gorman,
y con él una cauda, tal vez no grande, pero sí entusiasta
de cultivadores del género: Juan Antonio Ortega y Medina, Jorge
Gurría Lacroix, y Rosa Camelo, entre otros.
Con esta iniciativa, inspirada por Alejandro
Rossi y apoyada por Jorge Gurría, se organizó el primer
coloquio en 1978 sobre las categorías del análisis historiográfico,
aplicadas a la historiografía mexicana, que arrancaban con
la de tradición indígena, con las aportaciones de Miguel
León-Portilla y José Rubén Romero Galván.
Miguel Pastrana Flores, investigador del mismo instituto, comentó
que el propósito del coloquio es “ofrecer un panorama
general de lo que podemos conocer de esa historiografía, ver
hasta dónde los conceptos que se han utilizado son aplicables
al caso mexicano, no sólo al centro del país, que ha
sido el ámbito privilegiado de estudio, sino entrar a otras
épocas, regiones y ámbitos”.