• Por su trabajo con sistemática
molecular para el estudio de esos anfibios, Gabriela Parra Olea,
del IB de la UNAM, obtuvo el Premio de Investigación 2010
para Científicos Jóvenes de la AMC, en el área
de Ciencias Naturales
• México es el segundo país con mayor riqueza,
pero muchas especies aún se desconocen, dijo
México es el segundo país del
mundo con mayor riqueza de salamandras, sólo después
de Estados Unidos, pero muchas de las especies que viven en diversas
regiones del país aún se desconocen, afirmó Gabriela
Parra Olea, investigadora del Instituto de Biología (IB) de
la UNAM.
Al norte del territorio nacional, estados
como Tamaulipas, Nuevo León y Baja California, comparten con
la Unión Americana algunas especies, pero la variedad se incrementa
en la zona centro; son abundantes en Chiapas, Oaxaca, Veracruz y Guerrero,
donde existen muchas endémicas, especialmente del grupo de
las terrestres, que habitan en bosques y selvas.
En su laboratorio del Departamento de Zoología
del IB, Gabriela Parra, doctora en biología especializada,
particularmente en el análisis genético y evolutivo
de esos anfibios, desarrolla dos líneas de investigación
basadas en la sistemática molecular, técnica que, mediante
la secuenciación de material genético (ADN), permite
desentrañar las relaciones evolutivas de estas especies.
Por este trabajo, que ofrece datos evolutivos
y poblacionales de las salamandras mexicanas, la académica
obtuvo el Premio de Investigación 2010 para Científicos
Jóvenes, en el área de Ciencias Naturales, que otorga
la Academia Mexicana de Ciencias (AMC).
El galardón, que se entrega cada año
en cinco rubros —ciencias Exactas, Naturales, Sociales, así
como Humanidades, e Ingeniería y tecnología— distingue
a científicos con edades máximas de 40 años,
en el caso de los hombres, y de 43, de las mujeres, cuyo trabajo destaque
por su rigor, originalidad, independencia, liderazgo e impacto.
“Me siento contenta porque uno nunca
hace una evaluación de la labor global realizada a lo largo
de los años”, señaló.
Sistemática molecular
Desde 1994, cuando empezó su tesis
de doctorado en la Universidad de California en Berkeley (tras estudiar
la licenciatura en Hidrobiología en la Universidad Autónoma
Metropolitana Iztapalapa), Parra desarrolló un proyecto de
sistemática molecular para estudiar las salamandras de México.
“La sistemática molecular significa
saber cuáles son las relaciones evolutivas de las especies
con base en la secuenciación de ADN”, resumió.
Este estudio requiere el análisis
de, al menos, cuatro genes (dos nucleares y dos mitocondriales), que
se obtienen de tejido de branquia, falange o dedo, áreas que
se regeneran en ellas.
“A todas las salamandras que colectamos les tomamos un pedacito
de tejido, hicimos la secuenciación de un gen específico
y comparamos todas las especies o poblaciones. Encontramos grandes
diferencias entre especies iguales en apariencia, que se distribuyen
en la misma región, por ejemplo, en el Eje Neovolcánico”,
explicó.
Con este análisis y la ayuda de programas
de cómputo, la universitaria estima el porcentaje de divergencia
genética en diferencias de millones de años. “Usamos
esos datos y luego vemos la morfología de cada especie para
distinguir si son distintas”, prosiguió.
Así, con el uso de genes específicos
como marcadores moleculares, además de las diferencias invisibles
entre una especie y otra, la investigadora conoce la diversidad real
de estos anfibios en un sitio específico de México.
“Esto es posible porque la sistemática
molecular permite seguir la huella evolutiva y hacer una diferenciación
de especies y poblaciones. El resultado, es un árbol filogenético
robusto”, precisó la experta.
“Con ese procedimiento, también
podemos hacer hipótesis biogeográficas, es decir, relacionamos
patrones genéticos con el nacimiento de volcanes y glaciaciones.
Son eventos históricos que impactaron a estos animales, así
que rastreamos cómo afectaron a poblaciones de sitios específicos”,
detalló.
A diferencia de aves y mamíferos,
especies migratorias que con frecuencia se movilizan en grandes territorios,
las salamandras permanecen en microecosistemas muy compactos, y casi
no se mueven.
“Esto ayuda al estudio de poblaciones,
pero las hace muy vulnerables, pues al deforestar un bosque, es casi
un hecho que desaparezca el grupo que ahí habita”, destacó.
Genética de la población
Gabriela Parra también realiza estudios
de genética de población para observar especies más
recientes en la evolución, como el ajolote (Ambystoma mexicanum).
“Para ellos utilizamos otros marcadores,
llamados microsatélites, que son fragmentos cortos de bases
de ADN que se buscan en todos los individuos de una población.
Así se detecta si hay parentesco, si son hermanos, padres e
hijos”. Estos fragmentos de ADN utilizan material de mutación
más rápida, útil para obtener resultados más
recientes, indicó.
Aunque los estudios genéticos han
permitido avanzar a grandes pasos en la observación de las
salamandras, Gabriela Parra destacó que aún falta mucho
por saber de ellas, tanto en su grupo acuático, de mayor tamaño,
que vive en lagos y ríos, como en el terrestre, que se ubica
en bosques, se entierra en épocas de sequía y de menor
talla.
A partir de 1980, la abundancia de esos anfibios
se redujo de cientos a decenas de individuos en algunas regiones del
país.
“Las afectan especialmente la destrucción
de bosques y de todos los ecosistemas donde viven; el cambio climático
global, pues requieren de humedad porque respiran por la piel, y una
enfermedad de la piel, llamada quitridiomicosis, que afecta a también
a otros anfibios y es causada por el hongo Batrachochytrium dendrobatidis”,
finalizó.