La situación actual de la industria cafetalera en
México, si bien tiene un origen y una explicación
complejos, puede resumirse con estas dos realidades inobjetables:
después de alcanzar el tercer lugar como productor mundial,
cayó al noveno, y en el contexto de la economía interna,
tras ocupar el tercer sitio en las exportaciones, descendió
a la posición 127 en el periodo 1980-2009.
De acuerdo con Aurora Cristina Martínez Morales,
del Instituto de Investigaciones Económicas (IIE) de la UNAM,
la actividad cafetalera nacional atraviesa por una profunda crisis,
que empezó a gestarse en 1989, cuando ese producto se convirtió
en una de las primeras mercancías agrícolas liberadas
en el mercado, en el marco de la política de desarrollo neoliberal.
“En los macro indicadores pierde peso en la coyuntura
del reacomodo de la agricultura y de los mercados mundiales, pero
sigue teniendo importancia si se observa como una actividad completa
en las zonas productivas”, dijo.
En los años 90, sobre todo en el primer quinquenio,
el Estado mexicano se retiró como fuerza reguladora del mercado,
y comenzó el proceso acelerado de ajuste estructural y privatizaciones
del sector social.
En ese momento, la industria entró en una crisis
que se manifestó en el comportamiento del precio y, por lo
tanto, en los ingresos que percibían los productores nacionales.
Esto trajo como consecuencia una mayor concentración de la
comercialización del producto.
“En la primera mitad de esa década, el sector
estuvo en una especie de limbo, sin un organismo que asumiera el
papel que tuvo el Inmecafé. Si bien en 1993 se creó
el Consejo Mexicano del Café como una asociación civil,
sus facultades eran restringidas, lo que impidió su desempeño
adecuado para resolver la problemática crítica de
esa actividad; no fue sino hasta diciembre de 2004, que se constituyó
el Comité Nacional del Sistema Producto Café como
parte de la Sagarpa.
“En abril de 2006, una vez aprobado el reglamento
correspondiente, se decretó la creación de la Asociación
Mexicana de la Cadena Productiva del Café, A. C. (Amecafe).
Con todo, ésta carece de facultades económicas para
incidir en la industria y se limita a operar los programas gubernamentales
y conciliar acuerdos entre los diferentes agentes de la cadena”,
señaló Martínez Morales.
Precios bajos
Al consolidarse el capital cafetalero transnacional, los
productores han resentido los precios bajos. Cifras confiables de
autores que han estudiado el movimiento de los costos en los últimos
100 años, aseguran que no se había presentado una
caída como la sucedida en periodos críticos de la
última década.
Por otro lado, hace algunos años la Organización
Internacional del Café (OIC) empezó a impulsar el
consumo interno y ampliar el mercado en los países productores,
lo que propició en éstos, la presencia de marcas extranjeras,
el establecimiento de cafeterías, y la integración
vertical de los productores empresariales.
“No obstante, en este reacomodo de la industria y
del crecimiento del mercado está presente la pauperización
de los campesinos y de los productores directos y pequeños,
por la presión internacional y el carácter especulativo
de los precios”, apuntó.
A esto se suma el manejo del mercado por parte de las grandes
compañías que controlan el flujo mundial del grano.
Además, se debe considerar que esas firmas cuentan o se encadenan
con comercializadoras que adquieren el producto a bajo precio, llenan
sus bodegas y obtienen ventajas para manejar las compras y soportar
la situación a nivel financiero.
Grandes compradores
A la pregunta de quiénes son los grandes compradores,
Martínez Morales respondió: “En sentido estricto,
las transnacionales. Esas empresas, sobre todo las solubilizadoras,
impulsan en el momento actual el café robusta, a
pesar de que la producción característica de México
es de arábiga.
“Aunque el robusta es de menor calidad y,
por lo tanto, más barato, sus propiedades organolépticas
(sabor, textura, olor y color) permiten hacer mezclas de granos
de diferentes calidades, sobre todo en cafés solubles, abaratando
costos de producción en las grandes torrefactoras. Por cierto,
estas mezclas son consideradas un secreto industrial”, comentó.
La universitaria señaló que “probablemente,
aun cuando el macro indicador de las exportaciones y el valor de
las mismas en las zonas cafetaleras repuntara, su impacto sería
menor y no detendría la pauperización de la mano de
obra y del campesino”.
Si se quiere revertir este escenario adverso, Martínez
Morales consideró que sería deseable que se comprendiera
cabalmente el significado socioeconómico de la cafeticultura,
tanto para el país como para el mercado externo.
Además, habría que alentar la organización
de los productores campesinos y empresariales pequeños y
medianos, para hacer frente al deterioro histórico de esta
industria. Desde el punto de vista estrictamente económico,
la salida sería financiarlos directamente, aunque plantear
esto en la coyuntura actual es un tanto utópico.
La fórmula es sencilla y conocida, concluyó:
los costos de producción condicionan el ingreso y éste
impulsa al productor directo.
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