Andrés Bautista y Luis Alberto Lechuga nacieron
hace 22 años en la sierra de Puebla, en comunidades no muy
lejanas una de la otra, aunque tuvieron que viajar más de
150 kilómetros para conocerse. Andrés es un indígena
totonaco, Luis es náhuatl, y aunque pertenecen a etnias que
en algún momento se declararon odio, tan sólo bastó
que coincidieran en un salón de clase para que ambos terminaran
siendo los mejores amigos.
“Venir a estudiar Ingeniería a la FES-Aragón
no fue nada fácil, la Ciudad de México es muy grande
y la gente aquí es muy diferente a lo que yo estaba acostumbrado.
Vengo de un pueblo muy pequeño, Santiago Ecatlán,
de menos de mil personas, donde la gente se ayuda y no es raro que
deje abiertas las puertas de su casa día y noche, mientras
que aquí es todo lo contrario. Me han asaltado cuatro veces
en el microbús e incluso ya me acostumbré a mirar
por encima de mi hombro para ver si alguien me sigue”.
Pero en realidad, aquello que acecha a Andrés en
cada esquina no son los carteristas, sino la nostalgia por casa,
que de vez en vez llega cuando menos lo espera.
“Por eso, una vez terminada la carrera y trabajar
un rato aquí, planeo regresar y aplicar lo que he aprendido
para ayudar a mi comunidad, que se dedica a la siembra de café,
porque siento que me sería difícil vivir sin el verde
de las montañas o el olor a vegetación”.
Calles y avenidas que son un laberinto, un afán
casi contagioso por llegar rápido a no importa qué
lugar y un tránsito cada vez más intransitable fue
la bienvenida que el Distrito Federal le dio a Andrés, quien
en algún momento llegó a sentirse como Claudio Magris
cuando visitó por primera vez la Ciudad de México.
“Es el único lugar donde he temido perderme para siempre”,
dijo en aquella ocasión el escritor italiano.
“Afortunadamente apareció Luis, con quien
me identifiqué desde el principio, no sólo porque
conocemos los mismos paisajes, sino porque tenemos costumbres y
gustos parecidos. Aunque aquí vivo con mi hermana, con él
fue como hallar a alguien más de mi familia”.
Aprendiendo juntos
Para Luis, viajar a la Ciudad de México es la travesía
más larga que ha realizado hasta ahora. De hecho, pocas veces
había salido de su pueblo, al que ha visto crecer tanto que
tuvo que ser rebautizado. “Cuando era niño se llamaba
Villa Juárez, hoy es Xicotepec de Juárez”.
“¿Y si el pueblo se transformó, por
qué yo no?”, se preguntó Luis un día
y, sin conocer a nadie en el Distrito Federal, se aventuró
a hacer examen de admisión en la UNAM.
“Para mí eso implicó muchos cambios,
pues originalmente yo quería estudiar medicina y lo más
probable es que lo hubiera hecho en la ciudad de Puebla o en Pachuca,
como la mayoría de mis conocidos que decidieron hacer una
carrera, pero en algún momento me dije, quiero hacer algo
diferente”.
Sabiéndose bueno para las matemáticas y las
ciencias exactas, “y habiendo pasado el examen de admisión
con uno de los promedios más altos”, viajó a
la capital para inscribirse en una disciplina muy diferente a la
que había pensado en un principio: Ingeniería.
“En la ciudad puede haber más de 20 millones
de personas, pero cuando llegué nunca me sentí tan
solo”, recordó el joven, quien confesó que durante
los primeros meses consideró seriamente desertar y regresarse
en el primer camión con destino a Villa Juárez.
“Pero después encontré a Andrés
y las cosas fueron diferentes. Al principio no sabíamos que
veníamos de comunidades tan cercanas. Entré en contacto
con él porque me di cuenta de que era una persona muy dedicada
al estudio, pero pronto, platicando, nos dimos cuenta de que teníamos
mucho en común y que crecimos prácticamente en la
misma zona”.
La amistad que comenzó hace cuatro años se
ha transformado en una relación fraterna, “y es que
hemos pasado muchas cosas juntos para sobrevivir aquí en
el DF, hemos trabajado como meseros, buscado becas y cuando hemos
necesitado dinero y nuestras familias no han podido apoyarnos, he
compartido lo poco que tengo con él, y también él
lo ha hecho conmigo”.
Hoy, a punto de graduarse, ambos están escribiendo
la tesis juntos y ya tienen planes de, más adelante, poner
un negocio y aprovechar lo que aprendieron en la carrera.
“Resulta raro, porque cuando salí del pueblo
esperaba volver con un título bajo el brazo” comentó
Andrés, para inmediatamente agregar “nunca esperé
regresar con un nuevo hermano”.
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