Hasta ahora, las investigaciones en torno al concepto de
inteligencia emocional (IE) aún son vagas, y si bien lo escrito
sobre el tema en los últimos años se ha vuelto popular,
no significa que sea válido en los ámbitos académicos,
laboral e incluso como aplicación a la vida cotidiana, afirmó
Ricardo Trujillo Correa, profesor de la Facultad de Psicología
(FP) de la UNAM.
La gente toma cursos para aprender a ser “inteligentes
emocionalmente”, pero este concepto no se ha investigado seriamente
y, además, no se tiene una definición clara de lo
que es, subrayó.
Se afirma que la IE puede ayudar a conducir las emociones
y contribuir a establecer vínculos más sólidos
con otras personas, y que en las organizaciones favorece que los
empleados sean más asertivos, comunicativos y líderes,
pero esto aún no tiene un sustento científico sólido,
añadió.
En todo caso, detrás de este discurso se encuentra
el ideal de sujeto posmoderno: independiente, activo, sano, civilizado,
emancipado, hedonista. El cuestionamiento académico refiere
estos contenidos a una lectura ideologizada como condición
del “mundo de la técnica”, donde se
busca controlar todo, hasta las emociones, para ser mejores e incidir
en los demás.
Entonces, este concepto se relaciona más con la
influencia social y las estructuras de poder, y no con la inteligencia
emocional, recalcó.
Emociones e inteligencia
Anteriormente, se vinculaba el constructo (algo que se
sabe que existe, pero su definición es difícil o controvertida)
de inteligencia como una capacidad universal; no obstante, hoy se
sabe que esa característica no proporciona una claridad completa
para entender su vínculo con el éxito social, la asertividad
o la felicidad.
Por el contrario, abundó, muchas veces sujetos brillantes
tienden a ser poco sociables, con muchas limitaciones y un tanto
ineptos en la vida cotidiana.
Entonces, se comenzó a pensar que era mejor no tener
una inteligencia tan alta, sino saber controlar las emociones y,
de este modo, generar una mejor forma de relacionarse con los demás,
mencionó.
Tiempo después se propusieron las inteligencias
múltiples como una alternativa a la explicación de
los fenómenos de adaptación del individuo a ciertas
situaciones y, finalmente, el psicólogo estadounidense Daniel
Goleman, popularizó el concepto de inteligencia emocional
cuando publicó, en 1995, el libro del mismo nombre. Sin embargo,
el éxito editorial no fue acompañado de un sustento
teórico ni empírico convincente.
Quienes hablan de este concepto aseguran que quien posee
este tipo de inteligencia es capaz de regular sus emociones y resolver
los problemas que la vida le presenta; sin embargo, no hay evidencia
científica satisfactoria que reafirme esa percepción.
Éste es un tema que aún requiere maduración
teórica, abundó, y muestra de ello son las dudas al
respecto, que cuestionan cómo se debe evaluar la IE; si se
mide por ejecución o por autoreporte; cuál es su definición,
las dimensiones o variables que la componen; cuál su vínculo
con el coeficiente intelectual, la emoción y la cognición,
con la felicidad o el bienestar subjetivo.
En los ámbitos laborales, quienes proponen la teoría
afirman que la IE es una estrategia de predicción, que permite
seleccionar y capacitar personal, saber cómo elegir a los
individuos indicados, y aumentar las habilidades sociales con una
mejor productividad. Sin embargo, “no hay sustento de esta
afirmación”, concluyó.