La leishmaniasis es una afección incurable, causada
por un protozoario intracelular del género leishmania, transmitido
por hembras de moscos del género lutzomyia, muy comunes en
todo el mundo. Destruye tejidos y, en su más letal variante,
órganos internos.
“Cuando la persona infectada atraviesa por un periodo
de supresión inmune por medicamentos, infecciones o edad,
la enfermedad aparentemente eliminada vuelve a surgir. Es algo que
debe tenerse en cuenta, pues quizá se logren eliminar los
síntomas más aparatosos y controlarla, pero persistirá”,
dijo Ingeborg Becker, quien desde hace más de una década
coordina un grupo de investigación en la Facultad de Medicina
(FM) de la UNAM, dedicado a estudiar la etiología, transmisión
y tratamiento de la leishmaniasis en el país.
Los universitarios diseñaron un novedoso método
de diagnóstico molecular que permitirá detectar la
infección en pacientes, el insecto vector, y los reservorios
mamíferos.
En México, la zona comprendida por Tabasco, Campeche,
Chiapas, Oaxaca y Quintana Roo es donde más casos se han
registrado, al grado que se considera endémica. Sin embargo,
recientemente se han reportado en la frontera con Texas, Estados
Unidos.
La situación motivó a los investigadores
a detectar nuevos reservorios (mamíferos infectados) y vectores
(insectos transmisores) que pudieran estar activos en ese territorio;
entonces, lograron descubrir casos de leishmaniasis asociados a
sitios desérticos, como ocurre en otras partes del mundo.
Además, el traslado de zonas de calor y humedad,
como consecuencia del cambio climático, ha ocasionado que
la franja de la enfermedad también se traslade no sólo
en América, sino en Europa, donde se ha observado que moscos
del género lutzomyia pueden contaminar a las mascotas de
quienes vacacionan en el Mediterráneo.
“Una vez infectadas, son reservorios de donde las
hembras de los moscos toman sangre, con lo que se esparce la leishmaniasis”,
explicó Becker.
Un reservorio nuevo
Con la colaboración de distintos grupos de especialistas
de la UNAM, como biólogos, mastozoólogos y entomólogos,
entre otros, y el apoyo de la secretaría de Salud, los investigadores
corroboraron, mediante metodologías de biología molecular,
la presencia de vectores contagiados en las zonas referidas.
Asimismo, con ayuda de expertos del Instituto de Ciencias
Nucleares y del Instituto de Biología de esta casa de estudios,
Becker y su equipo perfeccionaron un método para detectar
el fenómeno migratorio del padecimiento.
Analizan bases de datos geográficos de distintos
nichos ecológicos, donde se ha registrado la leishmaniasis,
para predecir los lugares donde pudiera aparecer un foco de infección.
“Hay muchas especies de moscos del género
lutzomyia, y en este estudio, detectamos cuáles de las existentes
en México están infectadas; a partir de modelos matemáticos
aplicados a la medicina, encontramos un reservorio nuevo, una especie
de murciélago migratorio que estaría esparciendo la
enfermedad más allá de lo que pueden hacer las hembras
de los moscos. Ya alertamos a las autoridades de salud sobre este
nuevo nicho de transmisión”, indicó.
Variantes
La leishmaniasis se presenta con variantes (cutánea,
cutánea diseminada y mococutánea). En el sureste de
México se conoce la cutánea, la menos agresiva, aunque
se ha detectado la cutánea diseminada en otras zonas del
país. Los investigadores se han preguntado si este fenómeno
depende del fondo genético de la población, del reservorio,
del vector, o de las tres cosas.
Para contestar a ese cuestionamiento analizan, junto con
miembros del Instituto Nacional de Medicina Genómica, la
genética de los habitantes.
Además, estudian los componentes de la saliva de
las hembras de moscos, que evolucionaron con el parásito
y han desarrollado una manera de facilitar la infección:
mediante su probóscide (aparato bucal) inoculan en la sangre
analgésicos y vasodilatadores, facilitan la propagación
del parásito y, al mismo tiempo, inhiben algunos componentes
de la respuesta inmune.
Vacuna con una bacteria atenuada
Un objetivo de los científicos universitarios es
desarrollar una vacuna, “no sólo para humanos, sino
también para mascotas, porque son excelentes reservorios
del parásito”, indicó Becker.
Parte del problema para crear una inoculación es
que el protozoario del género leishmania es un parásito
intracelular que permanece oculto. Tradicionalmente, las vacunas
están diseñadas para generar anticuerpos, pero si
éstos se crean, no “ven” al parásito porque
está dentro de la célula.
Por lo tanto, se debe desarrollar una que acabe con el parásito,
matando a la célula que lo alberga, lo que se logra con otra
célula llamada citotóxica, mediante un proceso conocido
como apoptosis (muerte celular).
César González Bonilla, del Centro Médico
La Raza, del IMSS, diseñó una vacuna en la que una
molécula del protozoario se expresa en la superficie de una
bacteria atenuada (Salmonella typhimurium), para que ésta
sirva como acarreadora de moléculas del parásito.
Se aplicará por nebulización, aunque primero se probará
en animales de laboratorio.
Con la utilización de Salmonella typhimurium
se disparará una respuesta inmune. “Estamos convencidos
que ese proceso de vanguardia será el nuevo camino para lograr
protección no sólo contra la leishmaniasis, sino también
contra otras enfermedades, como cánceres, donde es necesario
acabar con una célula infectada”, concluyó.