Si los Estados iberoamericanos se proponen lograr formas
de desarrollo sustentable, contribuyendo a la vez a la solución
de apremiantes urgencias, es absolutamente necesario que apoyen
y fortalezcan la educación superior. La premisa supone
que los respectivos estados nacionales reconozcan jurídicamente
y en la práctica su compromiso económico, afirmó
el investigador emérito de la UNAM, Miguel León-Portilla.
Al participar en el II Encuentro Internacional de Rectores
“Universia 2010”, que se realiza en esta ciudad, añadió
que los argumentos al respecto abundan. “Es una realidad,
de acuerdo con indicadores internacionales, que los países
con desarrollos más aventajados son aquellos que destinan
mayor atención y recursos a la educación superior
y a la investigación. Son naciones en las que hay confianza
en las instituciones públicas; hay calidad y logros en
los programas que llevan a cabo; hay generación de empleos
adecuadamente remunerados; se elevan los niveles de vida y hay
abatimiento de la pobreza”.
Presentado por el rector José Narro Robles, León-Portilla
sentenció que los grados de marginación social y
económica, las lacerantes desigualdades que han perdurado
a través de los siglos en muchos de los países iberoamericanos,
requieren mayor interés en estos rubros.
En la conferencia magistral ¿Qué es la
Universidad para Iberoamérica?, el historiador agregó
que en un mundo en acelerado proceso de globalización,
tan sólo la educación superior, la realización
de investigaciones y la difusión cultural pueden satisfacer
los requerimientos de la sociedad. “Si se descuida la educación
superior, el país corre el riesgo de que la mayor parte
de su fuerza laboral se emplee en trabajos de mano de obra mal
remunerados, convirtiéndose en un escenario de maquiladoras”.
A pesar de que las enormes desigualdades que existen
en muchos de nuestros países sólo podrán
reducirse abriendo las puertas de la universidad a los jóvenes
interesados en obtener una adecuada formación, en distintas
ramas científicas, técnicas y humanísticas,
sólo un porcentaje muy bajo de ellos -aproximadamente dos
de cada diez, entre los 18 y los 20 años¬- tiene la
posibilidad de acceder a ese nivel de estudios, cuando en naciones
desarrolladas la posibilidad supera al 50 por ciento de la población
juvenil.
La universidad es el más eficiente motor en el
desarrollo de un país, opinó Miguel León-Portilla.
“En sí misma y abierta a intercambios y toda suerte
de relaciones con otras instituciones nacionales e internacionales
de educación superior, la universidad pública es
la única entidad no lucrativa que hace posible la capacitación
profesional de calidad”.
El porcentaje del Producto Interno Bruto (PIB) que destinan
muchos países de Iberoamérica a la educación
superior, se halla lejos del recomendado por los organismos internacionales.
Por ello, “una respuesta a la necesidad de incrementar los
requeridos presupuestos sería elevar los mismos en dos
décimas anuales de punto del correspondiente PIB, hasta
alcanzar un porcentaje satisfactorio”.
Es la universidad un “gran espejo” en el
que se reflejan los requerimientos y posibilidades de la sociedad
a la que pertenece. Y es ella como un caleidoscopio en el que
se contemplan imágenes múltiples y cambiantes figuras
multicolores, que llevan a imaginar un mundo que puede concebirse
de muchas formas. “La moderna universidad, dicho en pocas
palabras, es la creación laica por excelencia, fuente del
saber y apoyo de la sociedad”.
Su misión, no siendo sencilla ni fácil,
es aportar lo mejor del saber para hacer realidad entre nosotros
los ideales por los que vale la pena vivir, finalizó Miguel
León-Portilla.
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