Para Luis Molina no cabe duda, “lo más gratificante
de trabajar en el Servicio de Cardiología del Hospital
General de México es atender a personas que, la mayoría
de las veces, no tienen ni un centavo, y ver cómo se ilumina
su rostro cuando les digo, lo que usted necesita para vivir es
un marcapasos, que cuesta muchísimo dinero, pero yo se
lo voy a dar gratis”.
¿Y cómo no habría de saber el doctor
Molina lo emotivo que resultan esos momentos, si en los últimos
18 años ha dado esta noticia miles de veces? De hecho,
han sido dos mil 100, “cantidad que coincide con el número
de marcapasos que he puesto en ese lapso, y voy por más”.
Hoy, además de coordinar la Unidad de Electrofisiología
Clínica que la UNAM tiene dentro del Hospital General (dependiente
de la Facultad de Medicina), Molina dedica gran parte de su tiempo
a buscar la manera de allegarse recursos para ayudar a cualquiera
que necesite un marcapasos y no tenga capital para costearlo.
Esta historia se remonta 21 años atrás,
cuando el universitario comenzó a dar consulta en el Hospital
General y se dio cuenta de que había muchas personas con
arritmias, pero muy pocos aparatos para corregirlas.
“¿Pero de dónde voy a sacar un marcapasos?,
me pregunté. Primero me inscribí en el Club Rotario,
pero no obtuve nada. Luego exploré con opciones ‘poco
ortodoxas’, hasta que alguien me recomendó ir a la
beneficencia pública”.
Con ciertas reservas, pero ya preparado con un sinfín
de argumentos sobre por qué necesitaba que le donaran la
mayor cantidad posible de marcapasos, el profesor Molina recorrió
la avenida Chapultepec hasta llegar al edificio donde le habían
dado cita.
Claro que podemos ayudarle —le dijo, desde su escritorio,
el hombre que tuvo a bien atenderle—, sólo traiga
la credencial de elector de sus pacientes… “No tienen”…
¿Acta de nacimiento?... “Tampoco”… ¿Y
entonces?... “Los individuos que atiendo tienen tantas carencias
que difícilmente han tramitado esos documentos”,
explicó el médico.
“Sin embargo, todo se solucionó fácilmente;
me pidieron que llevara una carta firmada por mí y una
foto del sujeto que recibiría la donación y eso
fue todo, en menos de 24 horas me entregaron un marcapasos. Al
poco tiempo volví por otro, y por otro, hasta que me dijeron
‘no tenemos tanto dinero, sólo le podemos entregar
uno cada 30 días’… ¡Aquél debió
ser el año más largo del mundo!, porque en 12 meses
me dieron 27”.
Una colaboración que ha salvado miles de vidas
Aunque Molina había conseguido más dispositivos
de los que esperaba, “mucho nunca es suficiente, y tuve
la fortuna de encontrarme en 1992 con Jorge Casablanca, quien
en ese entonces trabajaba como director de distrito para la compañía
de marcapasos más grande el mundo, y me comentó:
‘Luis, tengo un grupo de médicos que quiere aprender
a poner los aparatos que vendemos, ¿qué te parece
si tú les enseñas cómo, y yo te regalo los
que necesites?’”.
“Ese año tuve mucha suerte”, reconoció
Molina, pues poco antes Casablanca había ido al Instituto
Nacional de Cardiología y al Centro Médico Nacional
del IMSS con la misma oferta bajo el brazo, pero en ambos lugares
la rechazaron… “Sin embargo, yo no, en cuanto escuché
la propuesta ni siquiera lo dejé terminar, sólo
le comenté, Jorge, yo, como a las computadoras, te digo
sí a todo”.
Y efectivamente fue un sí a todo; el universitario
comenzó a capacitar médicos y la empresa a donar
marcapasos, y los resultados fueron tan buenos que estos 18 años
de colaboración se han traducido en dos mil 100 individuos
intervenidos; “la paciente más joven que colocamos
en la mesa de operaciones tenía dos años, y la más
grande fue doña Gregoria, quien tenía 107 y vivió
para celebrar su aniversario 111, al lado de sus 67 descendientes”.
Para el investigador, realizar esta labor implica una
gran responsabilidad, especialmente porque el problema de las
arritmias en México es grave: el país tiene 103
millones de habitantes y apenas hay 80 electrofisiólogos
graduados para atender a esa población, “y para agravar
la situación, de estos 80, apenas 17 cumplimos con los
requisitos para recertificarnos”.
El cardiólogo no duda al decir que la situación
es preocupante, “somos muy pocos los que estudiamos electrofisiología
y encima de eso, los pocos que habemos no nos dedicamos a lo que
deberíamos. Esto se debe en gran parte a la tristísima
ilusión de muchos médicos graduados —generales,
especialistas y subespecialistas— de tener una plaza en
el Seguro Social, en el ISSSTE o en Pemex, en vez de ir a dónde
más falta hacen, lo que hace que desaprovechan su potencial”.
Explorar nuevas posibilidades
Desde muy joven, Luis Molina estaba convencido que él
no sería uno de esos médicos que desaprovechan su
potencial. Por ello, ya en 1972, aún siendo estudiante
en el Hospital General, comenzó a construir un oxigenador
de circulación extracorpórea, “y a partir
de esa experiencia comencé a aprender sobre biomateriales,
pero también se avivó mi interés por los
aparatos electrónicos, pues me di cuenta que necesitaba
un aparato que midiera el ritmo cardiaco”.
“Así llegué a la Universidad Iberoamericana,
con el director de Ingeniería Eléctrica y Electrónica,
y le comenté que necesitaba un dispositivo de ciertas características.
Ahí se me hizo evidente el gran abanico de posibilidades
que la tecnología ofrecía a la medicina, por lo
que la siguiente vez que lo vi, le propuse, ¿y por qué
no creamos entre los dos la carrera en Ingeniería Biomédica?
Y así fue como se comenzó a impartir esta disciplina
en México”.
A inicios de los 70, Molina aún no estaba muy
seguro de lo que haría en el futuro, pero sí tenía
muy en claro dos cosas: que era cardiólogo y que le gustaba
la electrónica, “y la pregunta que me hacía
es, ¿qué hago con esto? ¡Pues estudiar electrofisiología!
Por eso me aventuré a irme a Francia, sin siquiera hablar
el idioma, y regresé en 1979 como el primer electrofisiólogo
en México entrenado en arritmias”.
Tras su retorno de Europa, lo primero que hizo el doctor
Molina fue poner su primer marcapasos. “Eso tuvo lugar en
el Instituto de Cardiología y lo hice bajo la tutela del
coronel Efrén Gutiérrez Fuster, y así han
transcurrido estos últimos 31 años; me especialicé
en estos aparatos, y a su vez, estos aparatos se especializaron
muchísimo”.
Anatomía de un marcapasos
“¿Qué es un marcapasos moderno?”,
pregunta Luis Molina. “Más que una definición,
daré un ejemplo: a principios de los años 70 se
crearon las unidades coronarias, donde había un paciente
colocado a un monitor, una enfermera y un médico; cuando
el paciente presentaba una arritmia, el monitor disparaba una
alarma, la enfermera corría a llamar al doctor y, éste,
desfibrilador en mano, administraba al individuo descargas eléctricas
en el pecho. Un marcapasos actual hace lo mismo que la enfermera,
el médico y el desfibrilador. Es una unidad coronaria interna”.
Desde el primer marcapasos, que se conectaba con cables
a un enchufe eléctrico, hasta estos dispositivos capaces
de sustituir a toda una unidad médica (también conocidos
como desfibriladores implantables), ha pasado poco tiempo.
“De hecho, la historia de los marcapasos empezó
hace poco, en 1957, en Estados Unidos, en una cochera”,
recuerda Molina.
“Todo inició cuando a Earl E. Bakken se
le murió un amigo por ritmo lento. Preocupado por este
padecimiento, e inspirado en el funcionamiento de los metrónomos,
el ingeniero diseñó el primero de estos aparatos,
a partir de unas pilas y un acumulador. Al principio el paciente
estaba conectado a un transformador. Después, ideó
un artefacto externo que funcionaba con baterías y, finalmente,
uno interno. De esta manera, Bakken fundó la compañía
de marcapasos más grande del mundo (y la que me dona los
dispositivos), e inició una verdadera revolución
médica”.
Marcapasos de dos cámaras, desfibriladores automáticos
internos o implantables, dispositivos que tratan las taquicardias
auriculares y las taquicardias ventriculares… “Parece
que su evolución no va a detenerse. En apenas 53 años
estos aparatos se han sofisticado mucho, sobre todo si los comparamos
con aquel artefacto que Bakken construyó en el interior
de su cochera… y el resultado ha sido muy interesante, porque
como siempre, todas las aventuras interesantes de los gringos,
comienzan en el garaje”.