Boletín UNAM-DGCS-317
Ciudad Universitaria.
06:00 hrs. 26 de mayo de 2010

 


LUIS MOLINA, 21 AÑOS DE “MARCARLE EL PASO” A LAS ARRITMIAS

 


• En apenas 18 años, el profesor universitario ha puesto dos mil 100 marcapasos de la más alta calidad, sin cobrar un centavo a sus pacientes
• El problema de las arritmias en México es preocupante, porque apenas hay 80 electrofisiólogos graduados en el país para 103 millones de habitantes, “y de éstos, apenas 17 tenemos la recertificación”, expuso el cardiólogo

Para Luis Molina no cabe duda, “lo más gratificante de trabajar en el Servicio de Cardiología del Hospital General de México es atender a personas que, la mayoría de las veces, no tienen ni un centavo, y ver cómo se ilumina su rostro cuando les digo, lo que usted necesita para vivir es un marcapasos, que cuesta muchísimo dinero, pero yo se lo voy a dar gratis”.

¿Y cómo no habría de saber el doctor Molina lo emotivo que resultan esos momentos, si en los últimos 18 años ha dado esta noticia miles de veces? De hecho, han sido dos mil 100, “cantidad que coincide con el número de marcapasos que he puesto en ese lapso, y voy por más”.

Hoy, además de coordinar la Unidad de Electrofisiología Clínica que la UNAM tiene dentro del Hospital General (dependiente de la Facultad de Medicina), Molina dedica gran parte de su tiempo a buscar la manera de allegarse recursos para ayudar a cualquiera que necesite un marcapasos y no tenga capital para costearlo.

Esta historia se remonta 21 años atrás, cuando el universitario comenzó a dar consulta en el Hospital General y se dio cuenta de que había muchas personas con arritmias, pero muy pocos aparatos para corregirlas.

“¿Pero de dónde voy a sacar un marcapasos?, me pregunté. Primero me inscribí en el Club Rotario, pero no obtuve nada. Luego exploré con opciones ‘poco ortodoxas’, hasta que alguien me recomendó ir a la beneficencia pública”.

Con ciertas reservas, pero ya preparado con un sinfín de argumentos sobre por qué necesitaba que le donaran la mayor cantidad posible de marcapasos, el profesor Molina recorrió la avenida Chapultepec hasta llegar al edificio donde le habían dado cita.

Claro que podemos ayudarle —le dijo, desde su escritorio, el hombre que tuvo a bien atenderle—, sólo traiga la credencial de elector de sus pacientes… “No tienen”… ¿Acta de nacimiento?... “Tampoco”… ¿Y entonces?... “Los individuos que atiendo tienen tantas carencias que difícilmente han tramitado esos documentos”, explicó el médico.

“Sin embargo, todo se solucionó fácilmente; me pidieron que llevara una carta firmada por mí y una foto del sujeto que recibiría la donación y eso fue todo, en menos de 24 horas me entregaron un marcapasos. Al poco tiempo volví por otro, y por otro, hasta que me dijeron ‘no tenemos tanto dinero, sólo le podemos entregar uno cada 30 días’… ¡Aquél debió ser el año más largo del mundo!, porque en 12 meses me dieron 27”.

Una colaboración que ha salvado miles de vidas

Aunque Molina había conseguido más dispositivos de los que esperaba, “mucho nunca es suficiente, y tuve la fortuna de encontrarme en 1992 con Jorge Casablanca, quien en ese entonces trabajaba como director de distrito para la compañía de marcapasos más grande el mundo, y me comentó: ‘Luis, tengo un grupo de médicos que quiere aprender a poner los aparatos que vendemos, ¿qué te parece si tú les enseñas cómo, y yo te regalo los que necesites?’”.

“Ese año tuve mucha suerte”, reconoció Molina, pues poco antes Casablanca había ido al Instituto Nacional de Cardiología y al Centro Médico Nacional del IMSS con la misma oferta bajo el brazo, pero en ambos lugares la rechazaron… “Sin embargo, yo no, en cuanto escuché la propuesta ni siquiera lo dejé terminar, sólo le comenté, Jorge, yo, como a las computadoras, te digo sí a todo”.

Y efectivamente fue un sí a todo; el universitario comenzó a capacitar médicos y la empresa a donar marcapasos, y los resultados fueron tan buenos que estos 18 años de colaboración se han traducido en dos mil 100 individuos intervenidos; “la paciente más joven que colocamos en la mesa de operaciones tenía dos años, y la más grande fue doña Gregoria, quien tenía 107 y vivió para celebrar su aniversario 111, al lado de sus 67 descendientes”.

Para el investigador, realizar esta labor implica una gran responsabilidad, especialmente porque el problema de las arritmias en México es grave: el país tiene 103 millones de habitantes y apenas hay 80 electrofisiólogos graduados para atender a esa población, “y para agravar la situación, de estos 80, apenas 17 cumplimos con los requisitos para recertificarnos”.

El cardiólogo no duda al decir que la situación es preocupante, “somos muy pocos los que estudiamos electrofisiología y encima de eso, los pocos que habemos no nos dedicamos a lo que deberíamos. Esto se debe en gran parte a la tristísima ilusión de muchos médicos graduados —generales, especialistas y subespecialistas— de tener una plaza en el Seguro Social, en el ISSSTE o en Pemex, en vez de ir a dónde más falta hacen, lo que hace que desaprovechan su potencial”.

Explorar nuevas posibilidades

Desde muy joven, Luis Molina estaba convencido que él no sería uno de esos médicos que desaprovechan su potencial. Por ello, ya en 1972, aún siendo estudiante en el Hospital General, comenzó a construir un oxigenador de circulación extracorpórea, “y a partir de esa experiencia comencé a aprender sobre biomateriales, pero también se avivó mi interés por los aparatos electrónicos, pues me di cuenta que necesitaba un aparato que midiera el ritmo cardiaco”.

“Así llegué a la Universidad Iberoamericana, con el director de Ingeniería Eléctrica y Electrónica, y le comenté que necesitaba un dispositivo de ciertas características. Ahí se me hizo evidente el gran abanico de posibilidades que la tecnología ofrecía a la medicina, por lo que la siguiente vez que lo vi, le propuse, ¿y por qué no creamos entre los dos la carrera en Ingeniería Biomédica? Y así fue como se comenzó a impartir esta disciplina en México”.

A inicios de los 70, Molina aún no estaba muy seguro de lo que haría en el futuro, pero sí tenía muy en claro dos cosas: que era cardiólogo y que le gustaba la electrónica, “y la pregunta que me hacía es, ¿qué hago con esto? ¡Pues estudiar electrofisiología! Por eso me aventuré a irme a Francia, sin siquiera hablar el idioma, y regresé en 1979 como el primer electrofisiólogo en México entrenado en arritmias”.

Tras su retorno de Europa, lo primero que hizo el doctor Molina fue poner su primer marcapasos. “Eso tuvo lugar en el Instituto de Cardiología y lo hice bajo la tutela del coronel Efrén Gutiérrez Fuster, y así han transcurrido estos últimos 31 años; me especialicé en estos aparatos, y a su vez, estos aparatos se especializaron muchísimo”.

Anatomía de un marcapasos

“¿Qué es un marcapasos moderno?”, pregunta Luis Molina. “Más que una definición, daré un ejemplo: a principios de los años 70 se crearon las unidades coronarias, donde había un paciente colocado a un monitor, una enfermera y un médico; cuando el paciente presentaba una arritmia, el monitor disparaba una alarma, la enfermera corría a llamar al doctor y, éste, desfibrilador en mano, administraba al individuo descargas eléctricas en el pecho. Un marcapasos actual hace lo mismo que la enfermera, el médico y el desfibrilador. Es una unidad coronaria interna”.

Desde el primer marcapasos, que se conectaba con cables a un enchufe eléctrico, hasta estos dispositivos capaces de sustituir a toda una unidad médica (también conocidos como desfibriladores implantables), ha pasado poco tiempo.

“De hecho, la historia de los marcapasos empezó hace poco, en 1957, en Estados Unidos, en una cochera”, recuerda Molina.

“Todo inició cuando a Earl E. Bakken se le murió un amigo por ritmo lento. Preocupado por este padecimiento, e inspirado en el funcionamiento de los metrónomos, el ingeniero diseñó el primero de estos aparatos, a partir de unas pilas y un acumulador. Al principio el paciente estaba conectado a un transformador. Después, ideó un artefacto externo que funcionaba con baterías y, finalmente, uno interno. De esta manera, Bakken fundó la compañía de marcapasos más grande del mundo (y la que me dona los dispositivos), e inició una verdadera revolución médica”.

Marcapasos de dos cámaras, desfibriladores automáticos internos o implantables, dispositivos que tratan las taquicardias auriculares y las taquicardias ventriculares… “Parece que su evolución no va a detenerse. En apenas 53 años estos aparatos se han sofisticado mucho, sobre todo si los comparamos con aquel artefacto que Bakken construyó en el interior de su cochera… y el resultado ha sido muy interesante, porque como siempre, todas las aventuras interesantes de los gringos, comienzan en el garaje”.


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Fotos

El profesor Luis Molina fue el primer electrofisiólogo mexicano entrenado en arritmias y el creador de la carrera de Ingeniería Biomédica.

En apenas 53 años, los marcapasos han evolucionado a tal grado, que los más modernos son capaces de cumplir con funciones que requerían de una unidad coronaria entera.