Algunas cenizas eyectadas por los volcanes durante una
erupción podrían afectar las vías respiratorias
y los ojos, incluso a plantas y manantiales cercanos, afirmó
Ana Lillian Martín del Pozzo, investigadora del Instituto
de Geofísica (IGf) de la UNAM.
“No solamente dañan al ser humano, sino
a otros animales como las vacas, que se alimentan de vegetación
cubierta con ceniza proveniente del volcán y se enferman
del estómago”, añadió.
Los perjuicios de las cenizas sobre animales, plantas
y ecosistemas cercanos dependen de su tamaño, composición
y cantidad, pero en general, las consecuencias negativas en las
vías respiratorias ocurren con partículas menores
a 10 micras.
En México, la ceniza volcánica generalmente
contiene más de 50 por ciento de sílice, y en proporción
menor, óxidos de aluminio, calcio, sodio, potasio, magnesio,
fierro, titanio y manganeso.
“Existen dos tipos: las gotitas y los pedacitos
de rocas. Las partículas de mayor tamaño caen cerca
del volcán, mientras que las más pequeñas
se distribuyen en la atmósfera y son desplazadas por los
vientos”, dijo la científica adscrita al Departamento
de Vulcanología del IGf.
En estudios conjuntos con especialistas del Instituto
Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER), con la Facultad
de Medicina, estudiantes de la Facultad de Ciencias, y del posgrado
en Ciencias de la Tierra, Martín del Pozzo ha analizado
los efectos de las cenizas en la salud humana y el entorno.
Las afecciones dependen de la concentración, cantidad
y frecuencia con que se presentan. Por ejemplo, en poblaciones
cercanas al Popocatépetl, como Ozumba y Amecameca, los
habitantes han estado frecuentemente expuestos, pues ese coloso
ha tenido numerosas emisiones desde 1994.
“Los estudios sobre efectos en la salud se incrementan
cuando hay un volcán, como el Popocatépetl o el
de Colima, con mucha actividad, pero después dejan de hacerse.
Es importante continuar investigaciones conjuntas para tener información
suficiente y aportar datos que sean útiles para el diseño
de planes de contingencia, en caso de una erupción”,
consideró.
Del muestreo al laboratorio
Los estudios de vulcanología analizan el tipo
de actividad de los colosos para reconstruir la historia volcánica,
la distribución de sus depósitos (desde rocas, hasta
cenizas y gases) y sus edades, la influencia en el relieve y en
las poblaciones actuales y antiguas.
“Las cenizas pueden alcanzar decenas de kilómetros
de altura y dispersarse en zonas lejanas, dependiendo a dónde
las lleven los vientos” En 2001, durante la erupción
de enero del Popocatépetl, la columna llegó a los
17 kilómetros, acotó.
Además de rocas y cenizas, durante un evento de
ese tipo también pueden surgir nubes ardientes, una mezcla
gaseosa con fragmentos y pómez, que fluyen por las laderas.
Los estudios de las cenizas se realizan en directo, durante
la erupción, o de forma indirecta, midiendo a distancia
la composición de los gases, su concentración y
trayectoria.
En ambos casos, los vulcanólogos combinan el trabajo
de campo (que incluye muestreo) con el monitoreo, que efectúan
mediante equipos ubicados en, o cerca del volcán, y que
emiten señales magnéticas relacionadas con el comportamiento,
imágenes sobre los materiales eyectados y la sismicidad.
Esos datos se completan con análisis de laboratorio
de las rocas y cenizas, que incluyen investigaciones de textura
y de microscopía electrónica para conocer su forma
y composición.
Finalmente, Martín del Pozzo señaló
que los volcanes también contribuyen a la fertilidad de
los suelos, a la diversidad del clima y ecosistemas, y a la recarga
de agua en el planeta.