En México no existe una política sustentable
en torno al plástico, y su alto impacto ambiental se debe
a que se recicla muy poco, afirmó Benjamín Ruiz
Loyola, académico de la Facultad de Química (FQ)
de la UNAM.
Ese material, en sí, no es malo, y depende de
las manos de quien lo maneje. Si aparece en los océanos
–en el estómago de un delfín o enredado en
la cabeza de un ave– es porque alguien, de manera irresponsable,
lo dejó donde no debía, dijo.
Ha sido injustamente vilipendiado, pero debemos ser responsables
en su uso y, “en la medida de lo posible, usar bolsas que
no sean de plástico, tampoco de papel, sino de materiales
reutilizables”.
El universitario señaló que no se le debe
“satanizar”, sino hacer una serie de análisis
de costo-beneficio, y antes de prohibir su empleo en los establecimientos
comerciales (como lo hizo la Asamblea Legislativa del DF al aprobar
modificaciones a la Ley de Residuos Sólidos, en marzo de
2009), se debe fomentar la cultura del reciclaje.
“Sería muy conveniente obligar a los comercios
a tener contenedores donde la gente pueda depositar sus artículos
plásticos y ofrecer incentivos fiscales a quien quiera
poner una industria de reciclado”, opinó.
Ventajas y desventajas
Ruiz Loyola recordó que cuando el consumidor llega
a una panadería le preguntan si desea bolsa de papel o
plástico. “Si pides la segunda, te ven feo, porque
contamina, pero es necesario desmitificar esa idea”.
Es verdad que el papel se degrada rápidamente;
además, los productos de celulosa se separan desde la recolección,
y los que llegan a un relleno sanitario, en unos cuantos meses
ya no se ven; en contraste, el plástico dura mucho más
tiempo, y es lo que resalta en los tiraderos.
El papel se puede reciclar hasta ocho veces, para obtener
más papel, cartón y hasta papel sanitario. El plástico,
en cambio, es reutilizable en, aproximadamente, 20 ocasiones,
antes de tornarse débil o quebradizo, y aún así,
se puede reconvertir con procesos químicos.
“Entonces, si tuviéramos la cultura del
reciclado de plástico, dejaríamos de matar árboles”,
sentenció el experto.
El problema no es que sea contaminante, o que dure mucho
tiempo; de hecho, esa es una de las ventajas que se buscó:
si una camisa de algodón duraba seis meses, se creó
una de fibra de poliéster que lo hiciera dos o tres años.
El inconveniente es que, a escala mundial, y México
no está alejado de las cifras, se recicla alrededor de
20 por ciento del papel, y sólo cinco por ciento del plástico.
Además, acotó Ruiz Loyola, más allá
de bolsas y botellas, el plástico también sirve
para fabricar venas y corazones artificiales; huesos, y anteojos
de policarbonato –que pesan menos, duran más y, si
se rompen, se corre un riesgo menor de cortarse–, entre
otros productos.
También, es necesario saber con cuál de
los dos procesos se genera menos contaminación. La celulosa
se puede obtener a partir de papel reciclado y desechos de tela
de fibras naturales como el algodón, el cáñamo,
el lino y la seda.
Pero estas fuentes no bastan para satisfacer la demanda,
así que no queda más remedio que cortar árboles,
secarlos (durante un mínimo de tres años), quitarles
la corteza y triturarlos para obtener la pulpa, agua y productos
químicos para blanquear. El impacto ambiental es grande.
Los plásticos son derivados del petróleo,
y también implican un costo ambiental porque se necesita
“limpiar” (alterar) la zona donde se pone el pozo
y la refinería; pero se consume 40 por ciento menos energía
que en la fabricación de papel.
El reciclado de papel requiere grandes volúmenes
de agua y productos químicos; el plástico se debe
acumular, limpiar y volver a fundir para obtener lentejas o pequeños
trozos que se derriten para obtener nuevos productos. Su impacto
es menor, aunque también significativo, aclaró.
El espacio y peso de las bolsas de papel es 15 y 10 veces
mayor, respectivamente, que las derivadas del petróleo;
transportar éstas últimas exige menos combustible
y genera menos contaminación.
El plástico, biodegradabe a largo plazo
El plástico, prosiguió, es biodegradable
por acción del ambiente: el agua, la radiación ultravioleta
y el viento; sin embargo, la mayoría tiene una larga duración.
En la actualidad, se han desarrollado plásticos
“biodegradables” o hechos a partir de productos naturales,
por lo que los microorganismos los pueden usar, por lo menos parcialmente,
como parte de su alimentación. Un ejemplo es el ácido
poliláctico, es decir, el ácido láctico de
la leche que se polimeriza.
Sin embargo, es un polímero con usos limitados,
porque no tiene la misma resistencia, elasticidad o plasticidad
del convencional. Para utilizarlo se tendría que garantizar
que salga del anaquel en cierto periodo, y que se utilice en un
tiempo definido, antes que se “autodestruya”. Dura
poco, y por eso no tiene un uso difundido; además, apenas
se realizan pruebas piloto.
Otro tipo de plástico “biodegradable”,
de oxo-polímeros, es el empleado en bolsas de pan. En este
caso, explicó Ruiz Loyola, se insertan entre cadena y cadena
de polietileno, pequeños fragmentos que tienen oxígeno,
y que reaccionan con ese mismo elemento químico que se
encuentra en el aire.
De ese modo, las cadenas largas se descomponen en otras
más pequeñas, tanto, que ya no se ven, pero siguen
estando ahí. “Eso es complicado, porque si se quisiera
reciclar ese material, no se encontraría, y tampoco se
degrada”.
Ante esta problemática, opinó, las autoridades
no deberían emitir una normatividad sin antes realizar
estudios.
Mientras, añadió, al ir a la tienda, la
panadería, el mercado o el supermercado es recomendable
llevar bolsas reusables. “Vayamos a eso, a los artículos
reutilizables en la medida de lo posible, pero sin dejar de aprovechar
las ventajas que la modernidad nos da en cuanto al papel y el
plástico”.