Hace 31 años se inauguró el Espacio Escultórico,
obra colectiva ideada por algunos de los creadores jóvenes
más propositivos de México: Helen Escobedo, Manuel
Felguérez, Matías Goeritz, Hersúa, Sebastián
y Federico Silva, quienes sólo tenían una cosa
en mente: “hacer del arte un gran acontecimiento para
todos y para siempre, superando, al menos en esta experiencia,
el voluntarismo individualista, autosuficiente y caduco”.
Estas palabras, tomadas directamente del llamado Manifiesto
del Espacio Escultórico, refleja en gran parte el
espíritu que desde siempre ha animado a la UNAM en lo
que al arte se refiere, pues “desde la construcción
de Ciudad Universitaria los pintores se integraron con los arquitectos
y como resultado tenemos esos inmensos murales. El arte como
algo público”, señaló José
Manuel Covarrubias Solís, tesorero de esta casa de estudios.
Decididos a trabajar en una de las zonas más rocosas
de El Pedregal, en vez de modificar el entorno, los artistas
decidieron respetar las caprichosas superficies forjadas por
la lava de los volcanes Xitle y Ajusco; más que alterar
el ecosistema con elementos extraños, la gran apuesta
fue crear una obra que se adaptara a la topografía y
respetara flora y fauna, y en vez de hacer nuevos paisajes,
el reto fue encontrar las formas que el mismo terreno ocultaba
y que sólo esperaban ser reveladas.
“Si lo pensamos bien, la estructura anular del
Espacio Escultórico no es muy complicada; lo sorprendente
fue que tuvieran la visión de intuir que el lugar albergaba
esas formas”, añadió.
Aunque hoy quede en una anécdota que se cuenta
con facilidad, los artistas pasaron mucho tiempo analizando
el sitio hasta encontrar una hondonada que les permitiera dar
forma a un inmenso círculo que, al final, terminaría
coronado por 64 módulos triangulares, que aún
representan un enigma, pues aunque muchos especialistas han
especulado sobre quién fue su autor, el sexteto de escultores
decidió guardar celosamente el secreto, “pues la
esencia de la obra radica en lo colectivo, no en la mitificación
de individualidades”.
Y qué bueno que las cosas se quedaron así,
expuso el tesorero de la UNAM, porque más allá
de los nombres, lo que importa es que a un costado del Centro
Cultural Universitario, hay un lugar donde el arte está
al alcance de quien quiera apreciarlo, pues “este gran
anillo es una invitación permanente a recorrerlo, porque
se trata de arte transitable, y no sólo en el sentido
más evidente y que se revela en su forma circular, sino
también es transitable en el tiempo”.
De inspiración geometrista, la estructura fue
edificada siguiendo ciertas nociones prehispánicas de
construcción, orientada según los puntos cardinales
y en equilibrio con su entorno, por lo que no resulta raro que,
en su momento, el grupo de escultores solicitara la asesoría
de académicos de los institutos de Biología y
Geología, una colaboración que sólo podía
darse en un espacio tan plural como la Universidad Nacional,
donde arte y ciencia coinciden.
“Lo impresionante es que esta obra respeta la lógica
y la constitución geológica del suelo, que podría
sonar sencillo, pero no lo es tanto, porque para lograrlo, fue
necesario levantar una plataforma circular que consta de un
anillo que en algunas partes tiene hasta nueve metros de altura,
con la única finalidad de dejar una superficie horizontal
donde colocar los tan característicos 64 módulos
de concreto”, expuso.
“Es un gran testimonio universitario, pues sólo
basta recorrerlo para sentir no sólo la llamada del arte,
sino la de la tierra… La esencia misma de El Pedregal,
siempre tan fascinante y siempre tan agreste”, expuso
el también profesor del Departamento de Estructuras de
la Facultad de Ingeniería.
Una obra por la que no pasa el tiempo
Para José Manuel Covarrubias Solís no
queda duda, la obra está tan bien diseñada que
el mantenimiento que requiere es mínimo: de vez en cuando
los muros deben ser liberados de fauna parásita, a diario
es preciso limpiar la basura que dejan los visitantes y, eventualmente,
se deben reparar los 64 módulos, que por estar hechos
de concreto natural, tienden a despostillarse por la humedad,
“pero eso es prácticamente todo”.
Por lo demás, ecologistas de la UNAM apoyan
para mantener la fauna y flora original, “porque no es
extraño ver pasar por ahí a una serpiente o un
tlacuache, tan típicos de la zona”, lo que demuestra
que estamos ante una obra en equilibrio con la naturaleza.
Al respecto, el ingeniero recordó la inauguración
del Espacio Escultórico. “Al caminar en el lugar
cuando recién lo abrieron, me di cuenta que no se equivocaban
al prestarle tanta atención, pues estaba ante algo impresionante”.
La importancia de este espacio no se queda ahí,
señaló Covarrubias Solís, “pues antes
de éste, no había mucha presencia escultórica
en la UNAM, y hoy, en todas las unidades multidisciplinarias,
preparatorias y colegios de Humanidades hay una escultura que
distingue a cada entidad y la llena de orgullo, y el precedente
está en CU”.
Para finalizar, el tesorero de la UNAM invitó
a celebrar estos 31 años del Espacio Cultural, que cristalizan
uno de los grandes ideales universitarios, el de quitarle al
arte el carácter elitista y hacer de éste “algo
público, que pueda ser gozado por la sociedad entera,
sin cláusulas ni distingos”.