Boletín UNAM-DGCS-251
Ciudad Universitaria.
12:00 hrs. 23 de abril de 2010

José Manuel Covarrubias


EL ESPACIO ESCULTÓRICO DE LA UNAM CUMPLE 31 AÑOS

 

• Inaugurado el 23 de abril de 1979, este lugar nació como uno de los proyectos de arte colectivo más importantes e innovadores de México
• Fue edificado con respeto a la topografía, flora y fauna del lugar, expuso el tesorero de esta casa de estudios, José Manuel Covarrubias Solís
• El sitio cristaliza uno de los ideales de la Universidad, hacer del arte algo público y accesible a la sociedad entera, añadió

Hace 31 años se inauguró el Espacio Escultórico, obra colectiva ideada por algunos de los creadores jóvenes más propositivos de México: Helen Escobedo, Manuel Felguérez, Matías Goeritz, Hersúa, Sebastián y Federico Silva, quienes sólo tenían una cosa en mente: “hacer del arte un gran acontecimiento para todos y para siempre, superando, al menos en esta experiencia, el voluntarismo individualista, autosuficiente y caduco”.

Estas palabras, tomadas directamente del llamado Manifiesto del Espacio Escultórico, refleja en gran parte el espíritu que desde siempre ha animado a la UNAM en lo que al arte se refiere, pues “desde la construcción de Ciudad Universitaria los pintores se integraron con los arquitectos y como resultado tenemos esos inmensos murales. El arte como algo público”, señaló José Manuel Covarrubias Solís, tesorero de esta casa de estudios.


Decididos a trabajar en una de las zonas más rocosas de El Pedregal, en vez de modificar el entorno, los artistas decidieron respetar las caprichosas superficies forjadas por la lava de los volcanes Xitle y Ajusco; más que alterar el ecosistema con elementos extraños, la gran apuesta fue crear una obra que se adaptara a la topografía y respetara flora y fauna, y en vez de hacer nuevos paisajes, el reto fue encontrar las formas que el mismo terreno ocultaba y que sólo esperaban ser reveladas.

“Si lo pensamos bien, la estructura anular del Espacio Escultórico no es muy complicada; lo sorprendente fue que tuvieran la visión de intuir que el lugar albergaba esas formas”, añadió.

Aunque hoy quede en una anécdota que se cuenta con facilidad, los artistas pasaron mucho tiempo analizando el sitio hasta encontrar una hondonada que les permitiera dar forma a un inmenso círculo que, al final, terminaría coronado por 64 módulos triangulares, que aún representan un enigma, pues aunque muchos especialistas han especulado sobre quién fue su autor, el sexteto de escultores decidió guardar celosamente el secreto, “pues la esencia de la obra radica en lo colectivo, no en la mitificación de individualidades”.

Y qué bueno que las cosas se quedaron así, expuso el tesorero de la UNAM, porque más allá de los nombres, lo que importa es que a un costado del Centro Cultural Universitario, hay un lugar donde el arte está al alcance de quien quiera apreciarlo, pues “este gran anillo es una invitación permanente a recorrerlo, porque se trata de arte transitable, y no sólo en el sentido más evidente y que se revela en su forma circular, sino también es transitable en el tiempo”.

De inspiración geometrista, la estructura fue edificada siguiendo ciertas nociones prehispánicas de construcción, orientada según los puntos cardinales y en equilibrio con su entorno, por lo que no resulta raro que, en su momento, el grupo de escultores solicitara la asesoría de académicos de los institutos de Biología y Geología, una colaboración que sólo podía darse en un espacio tan plural como la Universidad Nacional, donde arte y ciencia coinciden.


“Lo impresionante es que esta obra respeta la lógica y la constitución geológica del suelo, que podría sonar sencillo, pero no lo es tanto, porque para lograrlo, fue necesario levantar una plataforma circular que consta de un anillo que en algunas partes tiene hasta nueve metros de altura, con la única finalidad de dejar una superficie horizontal donde colocar los tan característicos 64 módulos de concreto”, expuso.

“Es un gran testimonio universitario, pues sólo basta recorrerlo para sentir no sólo la llamada del arte, sino la de la tierra… La esencia misma de El Pedregal, siempre tan fascinante y siempre tan agreste”, expuso el también profesor del Departamento de Estructuras de la Facultad de Ingeniería.

Una obra por la que no pasa el tiempo

Para José Manuel Covarrubias Solís no queda duda, la obra está tan bien diseñada que el mantenimiento que requiere es mínimo: de vez en cuando los muros deben ser liberados de fauna parásita, a diario es preciso limpiar la basura que dejan los visitantes y, eventualmente, se deben reparar los 64 módulos, que por estar hechos de concreto natural, tienden a despostillarse por la humedad, “pero eso es prácticamente todo”.

Por lo demás, ecologistas de la UNAM apoyan para mantener la fauna y flora original, “porque no es extraño ver pasar por ahí a una serpiente o un tlacuache, tan típicos de la zona”, lo que demuestra que estamos ante una obra en equilibrio con la naturaleza.

Al respecto, el ingeniero recordó la inauguración del Espacio Escultórico. “Al caminar en el lugar cuando recién lo abrieron, me di cuenta que no se equivocaban al prestarle tanta atención, pues estaba ante algo impresionante”.

La importancia de este espacio no se queda ahí, señaló Covarrubias Solís, “pues antes de éste, no había mucha presencia escultórica en la UNAM, y hoy, en todas las unidades multidisciplinarias, preparatorias y colegios de Humanidades hay una escultura que distingue a cada entidad y la llena de orgullo, y el precedente está en CU”.

Para finalizar, el tesorero de la UNAM invitó a celebrar estos 31 años del Espacio Cultural, que cristalizan uno de los grandes ideales universitarios, el de quitarle al arte el carácter elitista y hacer de éste “algo público, que pueda ser gozado por la sociedad entera, sin cláusulas ni distingos”.


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Fotos

El Espacio Escultórico es un gran testimonio universitario, pues sólo basta recorrerlo para sentir no sólo la llamada del arte, sino la de la tierra, relató José Manuel Covarrubias.

El Espacio Escultórico de la UNAM cumple 31 años.

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