Tras el sismo que sacudió a Chile el pasado
27 de febrero, y que provocó un tsunami, la UNESCO-ITST
(International Tsunami Survey Team–Post-tsunami
Survey Rapid Response) convocó a un grupo de investigadores
para analizar los daños ocasionados por esos fenómenos
naturales, en el que participó María Teresa Ramírez
Herrera, del Centro de Investigaciones en Geografía Ambiental
(CIGA) de la UNAM.
Después de dos semanas de mediciones y observaciones
a lo largo de 500 kilómetros en la costa chilena, se
concluyó que el tsunami fue devastador y provocó
mayor daño que el temblor, porque algunas olas alcanzaron
más de 19 metros de altura, aunque, en promedio, tuvieron
una elevación de 11 metros, “lo que equivale a
un edificio de más de tres pisos”, explicó.
El equipo, conformado por Ramírez Herrera, de
la UNAM; Marcelo Lagos, de la Pontificia Universidad Católica
de Chile, y Diego Arcas, experto de la NOAA (National Oceanic
and Atmospheric Administration), también determinó
que algunas edificaciones construidas por el ser humano, una
especie de bermas, y los bosques, lograron proteger a los pobladores
de la región.
En una visita a la parte central de Chile, entre Bahía
Concepción y Llolleo, también se observó
que el tsunami provocó más erosión
en la zona costera que la arena depositada durante la inundación,
pues ésta lleva consigo no sólo agua, sino arena
proveniente de la parte submarina y playa.
“Se estima que este fenómeno provocó
más de 500 víctimas y hoy en día, continúan
desaparecidas 70 personas, debido a que las pequeñas
comunidades costeras resultaron muy afectadas”, acentuó.
Asimismo, se buscó evidencia de las capas de
arena que dejó esta catástrofe, difíciles
de hallar porque no son continuas y desaparecen con el tiempo.
“Esta experiencia permitirá rastrear pruebas de
antiguos tsunamis en la costa del Pacífico mexicano,
desde Jalisco hasta Oaxaca, zona que actualmente estudio”,
comentó.
Estas investigaciones representaron una oportunidad
para aprender más sobre estos fenómenos, por lo
que su próximo objetivo será aplicar ese conocimiento
en nuestro país; mientras, continúa su labor en
Chile sobre los efectos del tsunami en la morfología
de la costa.
La nación sudamericana ha sufrido grandes terremotos;
en mayo de 1960 registró el de mayor magnitud, de 9.5,
y también estuvo acompañado de un tsunami.
Los antecedentes de desastre han permitido la creación
de un sistema organizado de prevención; varias comunidades
cuentan con señales de evacuación, rutas para
ubicarse en un lugar seguro y la práctica de simulacros.
En ese sentido, explicó Ramírez Herrera,
los habitantes contaban con algunos conocimientos precautorios;
el problema se debió en parte a una falla humana, porque
oficialmente se descartó la llegada del tsunami
y, por otro lado, algunas personas ignoraron las señales
de la naturaleza.
“La gente debió considerar la gran magnitud
del temblor, porque fue la mejor señal de alerta, sobre
todo en el campo cercano donde el tsunami llegó
unos 15 minutos después del terremoto”, indicó
la especialista.
No se puede saber cuándo ocurrirá un
terremoto de gran magnitud, pero sí es factible tomar
medidas a partir de los antecedentes, pues en esa misma zona
de Chile, ya se había registrado un terremoto y tsunami
similar en 1835.
En México deben continuarse los estudios en
la Brecha de Guerrero, porque desde 1911 no ha ocurrido un gran
temblor; además, documentos históricos refieren
que en 1787, en la costa de Oaxaca, ocurrió un movimiento
que provocó un tsunami.
Es importante analizar la región, porque seguirán
presentándose estos fenómenos naturales, lo que
hace necesario educar a la población a partir de los
conocimientos científicos, que deben aplicarse a la vida
real a través de políticas gubernamentales para
prevenir futuras catástrofes, concluyó Ramírez
Herrera.