• En otros países, incluso de América
Latina, se han registrado mayores avances, aseguró Marie
Areti Hers Stutz, académica del IIE de la UNAM
• Por mucho tiempo, los arqueólogos han considerado
poco científico el estudio de ese tipo de expresiones,
aunque son fuente fundamental de información para entender
a las sociedades del pasado, dijo
Aunque México es un país rico en sitios con
arte rupestre, el análisis y estudio de esta expresión
humana, con relación a otras naciones, incluso de Latinoamérica,
ha empezado tarde, consideró Marie Areti Hers Stutz, del
Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE) de la UNAM.
Por mucho tiempo, los arqueólogos han considerado
poco científico su estudio, aunque constituye una fuente
fundamental de información para entender a las sociedades
del pasado, afirmó la especialista.
Los principales peligros que viven estas obras de expresión
cultural son el grafiti o el daño por pintura en aerosol,
el turismo de aventura, la práctica del deporte extremo del
rapel y el saqueo.
El arte rupestre hoy día es de gran relevancia porque
“nos informa, ante todo, de la larga historia del hombre y
su relación con la naturaleza y con el paisaje, uno de los
temas centrales de las inquietudes del ser humano en el futuro”,
apuntó.
De frontera a frontera, y desde el Océano Pacífico
hasta el Atlántico, México tiene incontables manifestaciones
de este arte. “Apenas se comienza a trabajar una región,
cuando uno se da cuenta que está cubierta de sitios de arte
rupestre. Incluso en los volcanes y en el Valle de México
hay muchos”, expuso.
Marie Areti Hers reveló que pese a la riqueza nacional
en esta área, aún hay poca información referente;
no se sabe cuántos sitios subsisten, ni cuántos han
existido.
Si bien están en constante peligro, hay un intento
importante del Instituto Nacional de Antropología e Historia
para defenderlos, en especial el que se localiza en Baja California,
conocido como tradición del Gran Mural, el más antiguo
en México, con casi 10 mil años de antigüedad.
Sin embargo, reconoció, hace varios años
su protección era una tarea más fácil de realizar,
porque había pocas vías de comunicación y,
por ende, pocos visitantes. Pero hoy día, cada vez hay más
presiones y el turismo los pone en constante peligro. Un grupo de
visitantes puede dañar seriamente el sitio en pocos minutos,
sobre todo con aerosoles.
Un lugar de gran importancia es la cueva de Oxtotitlán,
perteneciente a la cultura Olmeca, localizada en el municipio de
Chilapa de Álvarez, Guerrero. Abarca varias piezas de pintura
rupestre relacionadas con la iconografía de esa cultura,
pero ha sido dañado con aerosol. Ahí se realiza una
labor importante del INAH para incorporar a comunidades locales
en el resguardo de esos espacios.
Es decir, abundó, sólo los propios pobladores
pueden defender el patrimonio de su territorio, porque “no
es lo mismo cuidar y proteger una zona arqueológica abierta
al público, que varios sitios de arte rupestre dispersos
en las montañas; sólo la gente del lugar puede hacerlo”.
Arte sobre las rocas
El arte rupestre es el que se aplica sobre las rocas o
en superficies naturales, a cielo abierto o en cuevas. Si bien en
México estas expresiones artísticas más antiguas
se localizan en Baja California, se trata de una actividad que siguió
practicándose hasta el siglo XX.
Incluso, hay evidencias en varias partes del país,
que continuaba todavía en la época del Porfiriato.
Hers Stutz señaló que gran parte de su trabajo
lo ha desarrollado en la Sierra Madre Occidental, en los estados
de Zacatecas, Durango y Jalisco, donde ha podido estudiar este tipo
de expresiones junto con la arqueología, lo que ha permitido
conocer mejor épocas sobre las que se tiene poca información.
Hay una serie de sitios de arte rupestre, que evidencian
relaciones con comunidades muy lejanas, que se encuentran desde
Durango hasta el centro de Chihuahua y más al norte, al suroeste
de Estado Unidos.
Actualmente, la investigadora realiza su labor en Hidalgo,
donde predomina un arte rupestre tardío, de la época
del imperio Mexica, pero sigue durante gran parte de la época
colonial y ofrece la visión otomí de cómo se
insertaron en ese nuevo mundo del Virreinato, tratando asuntos tan
importantes como la relación entre su antigua religión
y la devoción cristiana.
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