• El objetivo, informar con datos científicos
sobre la futura erupción o colapso de colosos activos
en el país, explicó Lucía Capra Pedol,
del Centro de Geociencias de la UNAM
• Su investigación incluye trabajo de campo, análisis
de laboratorio y simulación por computadora
Para prevenir con la mayor anticipación científica
los riesgos que un volcán activo en México puede
causar en asentamiento humanos cercanos a su ubicación,
Lucía Capra Pedol, del Centro de Geociencias (CGeo) de
la UNAM, desarrolla mapas de amenaza de riesgo volcánico.
Sintetizar en un solo documento gráfico los
eventos que pueden ocurrir en esas formaciones naturales implica
para la geóloga física trabajo de campo, indagar
el comportamiento pasado de colosos, análisis de laboratorio
para identificar depósitos anteriores a nivel microscópico,
y simulaciones en computadora sobre los posibles colapsos que
podrían sucederse de acuerdo a la historia particular
de cada uno.
“Mi labor principal es la de realizar mapas geológicos
para entender cómo se ha comportado el volcán,
cuál ha sido su estado eruptivo y cuál podría
ser el comportamiento con base en las simulaciones”, comentó.
De las 12 estructuras geológicas activas que existen
en el país, hasta ahora Capra ha publicado mapas de riesgo
del Chichón y del Nevado de Toluca, y actualmente, trabaja
en un mapa para flujos de lodo, llamados lahares, en el volcán
de Colima.
México, país volcánico
En México, 40 por ciento de la superficie está
cubierta de rocas de origen volcánico. Una parte de la
península de Baja California, la Sierra Madre Occidental
y el Cinturón Volcánico Transmexicano (CVTM),
se conforman por esas sustancias minerales, según documentan
Capra y su colega José Luis Macías Vázquez
–investigador del Instituto de Geofísica–
en el libro “Los volcanes y sus amenazas” (FCE,
2005).
La mayor parte del vulcanismo activo de la nación
se concentra en el CVTM, que se formó debido a la subducción
de la placa oceánica de Cocos por debajo del territorio
continental mexicano. Ese cinturón cruza el centro del
país y se extiende por más de mil 100 kilómetros
desde las costas de Jalisco y Nayarit, hasta las de Veracruz.
En esa franja, existen muchos “volcancitos”
conocidos como conos de escoria, ubicados sobre todo en Michoacán
y Guanajuato, y también hay estratovolcanes, algunos
alineados en cadenas montañosas orientadas norte-sur,
como el Cántaro, el Nevado de Colima y el volcán
de Colima, en su porción oeste; Tláloc, Talapón,
Iztaccíhuatl y Popocatépetl, en el centro, y Cofre
de Perote, las Cumbres y Pico de Orizaba, en el oriente.
Además, el CVTM tiene aparatos volcánicos
más amplios conocidos como calderas, cuyos cráteres
pueden tener un diámetro mayor a dos kilómetros.
Destacan La Primavera, en Jalisco; Los Azufres, en Michoacán,
y Los Humedales, en Puebla. Por su gran actividad hidrotermal,
son explotadas para generar electricidad.
“No todos los volcanes mexicanos están
en el cinturón. En el noroeste está la caldera
de Cerro Prieto; el volcán activo La Virgen, ubicado
en Baja California, y el campo volcánico El Pinacate,
en Sonora. En la zona oriental de Veracruz está el campo
volcánico Los Tuxtlas, que incluye al coloso activo San
Martín, y en el sudeste, en Chiapas, están el
Chichón y Tacaná”, detalló.
Análisis de depósitos pasados
Para hacer un mapa, Capra estudia a detalle la evolución
de los volcanes activos para entender su estilo eruptivo y saber,
en caso de una futura emisión, cuál sería
el tipo de peligros que podrían enfrentar las ciudades
aledañas, qué productos volcánicos podría
generar y cuál sería la zona de afectación.
“Se inicia con trabajo de campo en el sitio,
con un análisis estratigráfico, estudiando los
depósitos asociados a actividad pasada, que pueden ser
coladas de lava, flujos piroclásticos, corrientes turbulentas
de material muy caliente o depósitos de caída,
asociados a lluvia de cenizas durante erupciones de tipo pliniano,
que son cataclísmicas”, señaló.
Tras establecer el alcance de esos depósitos
y con qué frecuencia ocurrieron (cada 100, mil ó
10 mil años), se hace un mapa geológico, donde
se visualiza la distribución de esos depósitos
y la relación entre ellos.
“Se hacen simulaciones para estudiar cuál
podría ser el escenario eruptivo de un volcán.
Si vemos que tuvo erupciones plinianas, con los vientos actuales,
se evalúa hacia dónde se iría el material
expulsado, y qué alcance podrían tener las caídas
de cenizas”, explicó la investigadora.
En el caso del Popocatépetl, se analiza la posible
ocurrencia de una erupción pliniana, como la que tuvo
hace 13 mil años. Se simula con los vientos actuales
hasta dónde podrían llegar las cenizas, si irían
hacia la cuenca de Puebla o hacia la de la Ciudad de México.
“Lo que más he estudiado es el Nevado
de Toluca, que hace 10 mil años tuvo una erupción
pliniana que generó columnas eruptivas de 40 kilómetros
de altura, y sus cenizas se encontraron hacia la Ciudad de México.
He generado con simulaciones la misma columna y hacia dónde
podría llegar la ceniza, y otra vez afectaría
a la capital del país. Pero hace 10 mil años no
había la misma concentración de gente, así
que ahora sería catastrófica”, advirtió.
La investigadora también realiza simulaciones de flujos
piroclásticos, que son corrientes turbulentas de nubes
de gas y partículas muy calientes, que pueden llegar
a cuatro mil 500 grados Celsius.
“Los flujos piroclásticos se meten en
las barrancas principales. El volcán de Colima, que es
muy activo, tiene un domo de lava en su cima, que comenzó
a crecer en 2007 y sigue haciéndolo. En caso que una
explosión destruya el domo, se produciría una
avalancha caliente en las laderas y se formarían flujos
piroclásticos con nubes turbulentas muy calientes”,
señaló.
En una animación sobre una potencial ruptura
del domo del volcán de Colima, la universitaria calculó
que esos flujos de material caliente podrían llegar a
unos ocho kilómetros de la cima.
“Si se destruyera el edificio volcánico
se formarían avalanchas de escombros y se afectaría
la ciudad de Colima, que tiene unos 300 mil habitantes”,
advirtió.
En su representación por computadora, nutrida
de datos científicos, se pueden simular colapsos parciales
del edificio volcánico y saber hasta dónde podría
llegar la lava, los flujos puroclásticos y las cenizas,
así como su espesor y distancia.
“Un mapa de peligro ilustra las áreas
de posible afectación, según los distintos estilos
eruptivos: flujos de ceniza, piroclásticos, de lava y
lahares, corrientes de lodo que se originan en una parte repentina
de agua, como lluvias abundantes”, advirtió.
Además de conocer a detalle cómo se comporta
un coloso, una parte fundamental del trabajo de Lucía
Capra y sus colegas es interactuar con las autoridades de protección
civil, para que usen los mapas de riesgo, ponerlos en marcha
y desalojar a la gente en caso necesario, añadió.
La investigadora confirmó que en todo el mundo
es común que existan asentamientos humanos cerca de los
volcanes, debido a la fertilidad que producen en la tierra.
Debemos aprender cómo se comportan, y la población
cercana tiene que saber qué hacer en caso de actividad
volcánica, recomendó.
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