• Para el director del Instituto de Investigaciones
Filosóficas de la UNAM, Guillermo Hurtado, es preciso una
“cruzada educativa” que permita a los mexicanos construir,
de manera conjunta, un nuevo sentido
• El doctor en filosofía por la Universidad de Oxford
expuso que los mexicanos carecen de una brújula que les
indique el rumbo de sus pasos
“Más allá de las crisis surgidas al
calor de las recesiones, la violencia o la política, México
atraviesa una que resulta aún más preocupante porque
impacta directamente en nuestra existencia colectiva: se trata de
una crisis de sentido”, explicó Guillermo Hurtado,
director del Instituto de Investigaciones Filosóficas (IIF)
de la UNAM.
Esto se refleja en que, a diferencia de pueblos como Brasil,
Perú, Francia e incluso Estados Unidos, que parecen intuir
a dónde se dirigen, los mexicanos carecen de una brújula
que les indique el rumbo de sus pasos, explicó el académico.
Hoy resulta difícil imaginar que se repitan escenas
como las de aquella tarde de 1938, cuando miles se volcaron espontáneamente
al Palacio de Bellas Artes con sus joyas familiares, reliquias,
ahorros e incluso cerdos y guajolotes bajo el brazo, para apoyar
a Lázaro Cárdenas y contribuir, aunque fuera con algo,
a liquidar la deuda contraída con las compañías
extranjeras por la expropiación petrolera.
Aunque rara en el México del siglo XXI, ese tipo
de convicción generalizada no era inusual todavía
hace algunas décadas, “porque después de la
Revolución, y a lo largo de casi medio siglo, nuestro pueblo
tenía la mira puesta en ciertos objetivos, ideales y metas.
Además, había consenso sobre qué problemas
se debían resolver y qué acciones llevar a cabo; sin
embargo, con el transcurrir de los años este modelo entró
en crisis y se colapsó, y una vez derrumbado, en vez de construir
uno acorde a los nuevos tiempos, nos quedamos sin nada”, indicó
Hurtado.
Construir la democracia
“Bienestar para tu familia”, “arriba
y adelante”, “empleo para todos” o “despierta,
México”, todos y cada uno son eslóganes políticos
que buscan describir una utopía que, por desgracia, se queda
en meras palabras, pues se trata de frases más encaminadas
a obtener votos que a concretar realidades, y eso genera un extendido
desánimo nacional.
“La gente normalmente sabe cuando se le está
engañando; entonces, lo que se genera es una especie de abismo
entre el discurso y la realidad, y lo que se aprecia en México,
desde hace mucho tiempo, es ese abismo. Una cosa es el discurso
de los políticos y otra la realidad, y ello genera un escepticismo
muy grande y también frustración”, dijo.
Este fenómeno ha hecho que en encuestas de valores
como el Latinbarómetro, la Encup y la Encuesta Mundial de
Valores, los mexicanos figuren entre los latinoamericanos más
insatisfechos con la democracia en que viven.
“Este asunto es preocupante porque la democracia,
y hablo de una genuina, debería ayudarnos a construir ese
sentido de nación del que carecemos; sin embargo, lo que
tenemos es una resignación a que México es un país
sin futuro. Nuestra democracia no ha sido vista como una catapulta
para el desarrollo nacional, pero porque no tenemos la que requerimos”,
acotó.
Para el académico, las semillas de ese nuevo modelo
están en las aulas, por eso es necesario emprender una “cruzada
educativa, porque si queremos cambiar al país, debemos empezar
por cambiarnos nosotros mismos, y en eso la UNAM puede aportar mucho
al recordar a la gente que, como nación, hemos tenido y podemos
tener un espíritu que guíe e impulse a construir un
conjunto de razones, valores e ideales que nos permitan solucionar
problemas”.
En busca del espíritu nacional
Intelectuales como Justo Sierra o José Vasconcelos
intentaron descifrar en qué consistía el llamado espíritu
nacional, pero actualmente las circunstancias han cambiado. “Por
ello, tenemos que recobrarlo, aunque yo lo que haría sería
sustituir la palabra espíritu por sentido, y pensar a fondo
qué queremos de México, quiénes somos, qué
hemos sido y qué queremos ser”, consideró.
Sin embargo, en esta búsqueda de rumbo hay dos peligros,
la de ser excesivamente optimistas, como cuando México se
hizo independiente y se sentía llamado a ser un gran imperio,
o la de ser pesimista, como hoy, cuando en las calles los ciudadanos
se sienten agobiados por violencia, recesión y falta de dirección
política.
“El pesimismo y el optimismo son dos suertes de fatalismo.
El primero, sostiene que, no importa qué hagamos, estamos
condenados al fracaso; el segundo, consiste en la creencia de que
nuestros problemas se van a resolver por sí solos. Lo ideal
es apostarle al meliorismo, que sostiene la idea de que sí
podemos estar mejor, pero para eso debemos trabajar, porque nuestro
futuro no está escrito por los astros o los dioses, porque
no hay astros ni hay dioses, el futuro lo hace cada uno”,
expuso Hurtado.
Para comenzar a dar estos pasos, añadió el
filósofo, los ciudadanos deben comenzar a despojarse de esa
desconfianza y alienación que caracteriza a los mexicanos
del siglo XXI, y remitirse a valores que son típicos de los
mexicanos, como la solidaridad.
“Lo primero que necesitamos es recuperar la credibilidad
en nosotros mismos, porque actualmente, el que quiere cambiar se
va del país bajo la creencia de que México no tiene
futuro, y esa es una idea que debemos romper”, concluyó.
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