• Debido a que los sistemas de aguas están
interconectados, alteraciones en uno de ellos tienen repercusiones
a cientos de kilómetros de distancia, expuso Antonio Lot
Helgueras
• El investigador del Instituto de Biología de la
UNAM recibió un reconocimiento por parte del Gobierno de
México “por su importante contribución al
conocimiento de las plantas acuáticas en los humedales
nacionales”
“Si se conservan los humedales, estamos garantizando
que ni los campos de cultivo ni los poblados se inundarán,
y que habrá suficiente líquido de reserva para todas
nuestras necesidades; pero si los destruimos, deberemos encarar
esos dos problemas, como en la Ciudad de México, que se inunda
y al mismo tiempo, carece de agua”, señaló Antonio
Lot Helgueras, secretario ejecutivo de la Reserva Ecológica
del Pedregal de San Ángel de CU.
El académico recientemente recibió un reconocimiento
por parte del Gobierno de México, a través de la Secretaría
del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), “por su
importante contribución al conocimiento de las plantas acuáticas
en los humedales de México”.
“Soy precursor en este tipo de trabajos, pues hace
40 años, cuando decidí dejar mi vida en el DF e irme
a vivir a Veracruz para estudiar los pastos marinos, no se sabía
casi nada sobre el tema”, recordó el también
investigador del Instituto de Biología.
“En esas épocas, emprender este tipo de proyectos
equivalía a lanzarse a la aventura, y me lancé así,
sin dinero, pero con el apoyo de mis profesores de la UNAM”,
agregó.
Así, con una mochila llena de ropa a espaldas, sus
libros bajo el brazo y mucho entusiasmo, el joven Antonio se mudó
al puerto para conocer de primera mano los pastos marinos “y
obtener el ojo entrenado que sólo tiene la gente que hace
trabajo de campo, porque eso —no importa cuánto se
lea— no se aprende en el aula”.
De finales de la década de los 60, una de las cosas
que más recuerda es el tiempo que pasó haciendo observaciones
al lado del mar, tomando notas y comparándolas con las de
la escueta bibliografía que había en ese entonces.
Esta experiencia no sólo se tradujo en una tesis de licenciatura,
sino en un viaje a Leiden, Holanda, donde Lot Helgueras, con apenas
24 años, representó a México en la Primera
Reunión Mundial sobre Pastos Marinos.
“Fue en esa época cuando el mundo comenzó
a tomar conciencia de la importancia de este tipo de vegetación,
su relación con el entorno e incluso de su impacto en la
industria (en el caso particular de los pastos marinos, en la pesquera)”,
comentó.
“Desde aquel encuentro han pasado 40 años
y en México apenas hemos comenzado a considerar la importancia
de estas especies; hemos ido lento, pero lo bueno es que ya nos
preocupan estos temas”.
Un equilibrio frágil
Durante mucho tiempo los estudiosos no consideraron algo
que hoy es evidente: cuando el hombre altera algún cuerpo
de agua, los efectos negativos se pueden percibir a más de
800 kilómetros de distancia, “porque los ecosistemas
acuáticos, aunque no se aprecie a simple vista, siempre están
intercomunicados”, explicó el ex director del Instituto
de Biología.
“Por ejemplo, si deforestamos la parte alta de una
montaña, el agua no se detendrá ni se filtrará
adecuadamente, y arrastrará una serie de sedimentos de suelo
que llegarán a cuerpos líquidos muy distantes y, finalmente,
al mar”, añadió.
En nuestro país, las acciones predatorias han tomado muchas
variantes y tienen lugar en los sitios más disímbolos,
debido a que México es un país megadiverso con un
complejo sistema de humedales que comprende costas, lagunas costeras,
litorales, arrecifes coralinos, lagos y ríos, entre otros.
“Desafortunadamente, no supimos entender que todo
estaba intercomunicado, ni que las consecuencias de dañar
uno de estos cuerpos de agua tendría consecuencias apreciables
cientos de kilómetros a la redonda”, agregó
Lot Helgueras.
Sin embargo, el biólogo se muestra optimista al
señalar que actualmente están protegidos 55 humedales,
“y eso nos compromete a todos, como sociedad, a cuidarlos
y entender que su valor va mucho más allá de lo estético”.
Guadalajara en un llano, México en una laguna…
“En apenas medio siglo, se han perdido muchos ecosistemas
acuáticos, como el de la Cuenca de Lerma, un entorno lacustre
del centro de México cuya afectación explica, en parte,
los problemas hídricos del DF, aunque tampoco hay que olvidar
que esto se agrava porque la ciudad se construyó sobre un
lago”, advirtió Lot Helgueras.
El académico señaló que desde sus
orígenes, los habitantes de la antigua Tenochtitlan aprendieron
a respetar los humedales y aprovechar los recursos que éstos
reportaban, “pese a lo complicado que resultaba vivir unos
cuantos centímetros por encima del nivel del agua. Pero con
el paso de los siglos, lo que hicimos, en vez de adaptarnos y convivir
con la naturaleza, fue sellar este lago con una capa de concreto”.
Hoy padecemos los efectos de esa decisión y enfrentamos
muchos problemas derivados del hecho que, como el agua se encuentra
a apenas unos metros bajo la urbe, tarde o temprano ésta
se abre camino a la superficie, provocando las inundaciones que
recurrentemente padecemos los capitalinos, expuso el ambientalista.
De tomarse las medidas pertinentes, se podrían “matar
dos pájaros de un tiro”, y solucionar el asunto de
las inundaciones y la falta recurrente de agua para consumo humano,
pero en este afán por deshacerse rápidamente del líquido
que provoca estancamientos, se obra de manera equivocada y se desperdicia
un recurso que sería muy útil en época de sequía.
“Esto equivale a cometer dos errores, pues lo conveniente
sería modificar los sistemas de captación natural
de agua. Si lográramos esto, podríamos echar mano
del líquido en tiempos de escasez, y resolveríamos
tanto los problemas ocasionados por las inundaciones como los de
falta de suministro que padecen muchas colonias”, indicó.
“Lo primero que debemos recordar es que vivimos sobre
un lago, que no es el mejor lugar para construir una ciudad, sobre
todo si no manejamos de manera inteligente el agua, porque eso agrava
nuestros problemas”, advirtió.
Diagnósticos y ecosistemas enfermos
Como pasa con todos los seres vivos, los ecosistemas pueden
estar sanos o enfermos, y para saber qué tan bien o mal se
encuentran, es necesario realizar un diagnóstico, “y
eso es a lo que me dedico”, compartió Lot Helgueras.
Por ello, como si se tratara de un médico, el científico
analiza los cuerpos de agua, pero en vez de estetoscopio, abatelenguas
y rayos X, Lot Helgueras se vale del estudio de la composición
florística para determinar qué tan bien conservado
está un lugar, “pues a fin de cuentas, la vegetación
es uno de los mejores termómetros del estado de salud de
los humedales”.
“A veces es difícil detectar la afectación,
pero uno de los síntomas más claros es la presencia
de especies exóticas y agresivas —como el lirio acuático
en el Valle de México— que compiten y terminan por
ganarle terreno a la vegetación originaria, fenómeno
que altera la biota del sitio y provoca pérdida de biodiversidad”,
expuso el biólogo.
Este deterioro se da gradualmente, y los diferentes estadios de
sucesión permiten señalar cuándo el ecosistema
se encuentra en una etapa temprana de perturbación y cuándo
está en una fase de daño extremo.
“Este tipo de observaciones nos ha permitido intervenir
oportunamente en lugares como la laguna de Tecocomulco, a donde
llevamos chinampas para fomentar el cultivo de ciénega entre
los lugareños, tarea en la que nos ayudó gente de
Xochimilco y que permitió a la comunidad aprovechar recursos
generados a orillas del lago”.
Aunque parezca difícil, aún se puede hacer
mucho por los humedales, la clave radica en estar al tanto de sus
malestares para intervenir a tiempo, “pero esto requiere la
participación de las comunidades y un monitoreo por parte
del gobierno, ya sea estatal o municipal, porque sin este tipo de
apoyos, la tarea resulta sumamente complicada”, sugirió
el doctor en Ciencias Biológicas.
Alertas tempranas
Con el conocimiento que se tiene hoy de las plantas acuáticas
mexicanas y su relación con el entorno (gran parte de éste
generado por el mismísimo Lot Helgueras y su equipo de colaboradores),
es posible prever algunos escenarios a futuro, “claro, si
se comienzan a tomar medidas preventivas desde ahora”.
El problema es que, con frecuencia, pesan más otro
tipo de intereses —principalmente económicos—,
los cuales ponen trabas a los esfuerzos de preservación,
“como cuando a principios de los años 90 un grupo de
hoteleros me consultó sobre si resultaba adecuado dejar los
pastos marinos en la costa de Cancún y yo les respondí
que sí, porque se trataba de una planta que fijaba el suelo
costero, haciendo que los daños provocados por los ciclones
se minimizara, además de que evitaba que ciertos sedimentos
llegaran al mar, lo que le da a los mares del Caribe su característica
transparencia”.
Sin embargo —recuerda el académico—,
a los empresarios les pareció que estas plantas no lucían
muy acorde con lo que suponían debía ser una playa
de descanso, pese a que pisar el pasto marino no es muy diferente
a posar la planta del pie sobre el césped.
“No se hizo caso y acabaron con esa vegetación,
y ahora, 20 años después, se comienzan a ver las consecuencias
de ello, pues cada vez hay menos arena debido a que ésta
ha sido barrida por los fenómenos meteorológicos,
y las aguas oceánicas han comenzado a perder su típico
color turquesa”.
Éste es apenas un ejemplo de muchos similares, apunta
el profesor, quien señala que lo que corresponde ahora es
tomar medidas para, en la medida de lo posible, revertir las condiciones
actuales, o por lo menos evitar que éstas se agraven, concluyó.
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