• Científicos del CCA, encabezados
por Irma Rosas Pérez, planean estudiar los diferentes
tipos de alérgenos que flotan en el ambiente y medir
su nivel de concentración
• También, cuantificarán las aeropartículas
y bacterias presentes en el transporte público
Además de las sustancias emitidas por vehículos
automotores como metales pesados, hidrocarburos y hollín,
y la resuspensión de las partículas del suelo, el
aire de la Ciudad de México transporta elementos biológicos
como pólenes, esporas de hongos y bacterias que, igual
que los contaminantes, son nocivas para los habitantes.
De las primeras, se conocen bien sus efectos en la salud
humana, pero de los biológicos, aunque representan una
fuente peligrosa de alérgenos, no se habla mucho.
Por ello, investigadores del Centro de Ciencias de la
Atmósfera (CCA) de la UNAM, encabezados por Irma Rosas
Pérez, trabajan en dos proyectos para estudiar el aire
de la metrópoli.
En uno, analizarán los diferentes tipos de alérgenos
que flotan en el ambiente capitalino y medirán su nivel
de concentración. En el otro, cuantificarán las
aeropartículas y bacterias asociadas presentes en el transporte
público.
El proyecto permitirá analizar y medir alérgenos.
Se instalarán tres monitores en sitios que cuentan con
equipo meteorológico y así se obtendrán datos
relacionados, e información fenológica, es decir,
la que tiene que ver con la biología de las plantas, que
naturalmente producen pólenes, y con las variaciones atmosféricas
(viento, humedad y temperatura) y su relación con la vida
de las personas, explicó Rosas Pérez.
Se contempla instalar un monitor en Ciudad Universitaria
y otro en el Cerro de la Estrella, Iztapalapa, en colaboración
con científicos de la Universidad Autónoma Metropolitana
y de la Coordinación de Investigación y Capacitación
Ambiental del Instituto Nacional de Ecología. La ubicación
del tercer monitor, urbana o rural, aún no se decide. “Por
ahora lo importante es empezar el entrenamiento”, comentó.
Información fenológica
Con la información fenológica, los universitarios
podrán estudiar los cambios en las fechas de floración
y maduración de los pólenes en plantas, así
como la aparición de insectos o la migración de
aves en los que influyen las condiciones meteorológicas.
“Junto con los equipos para calcular el ozono y
otros contaminantes, todas las ciudades europeas cuentan con aditamentos
para analizar y medir alérgenos. En Inglaterra, la información
es recibida sin interrupción en los hospitales, y a partir
de ella, se pronostica cuántos asmáticos llegarán
y se planea el número de camas que deberán estar
disponibles”, refirió.
En países de latitudes medias, la duración
de los ciclos de floración o polinización ha cambiado,
de tal modo que en ellos se puede hacer este tipo de pronósticos,
pero en regiones tropicales resulta más difícil,
acotó.
“Para nuestro país es importante demostrarlas,
porque tenemos bosques de oyamel, de pinos, y queremos ver qué
pasa. Con esta red piloto de monitores, buscamos identificar los
pólenes que circulan en el aire de la Ciudad de México,
porque no sabemos si las vacunas que adquirimos son capaces de
reconocer todos los alérgenos, o sólo una parte
de ellos, en cuyo caso brindarían una protección
relativa”, apuntó.
Rosas Pérez recibió entrenamiento para
detectar partículas biológicas en Rothamsted, una
de las estaciones de aerobiología más antiguas de
Europa, en Harpenden, en el condado de Hertfordshire, Reino Unido.
“Ahí aprendí a detectar, a medir,
a cuantificar las partículas biológicas. En el microscopio
encontrábamos muchos más pólenes y esporas
de hongos que partículas emitidas por vehículos
automotores, porque es una región boscosa en la que casi
no hay coches.
“En cambio aquí, en la Ciudad de México
hay, por un lado, demasiado suelo y partículas negras de
hollín y, por el otro, menos bosques por la urbanización
intensa, por lo que nos cuesta más trabajo cuantificar
e identificar partículas biológicas”, afirmó.
La red piloto de monitores costará poco dinero,
porque hace unos 15 años el Consejo Británico y
el Instituto Mexicano del Petróleo donaron los equipos
a Rosas Pérez. “Únicamente tenemos que instalarlos
y entrenar al personal para su manejo”, aseguró.
En el transporte público
El objetivo del segundo proyecto es cuantificar las partículas
biológicas que hay en el aire y en las superficies inertes
de los vagones del Metro y el Metrobús.
“Nosotros tenemos el equipo y el personal necesarios
para hacerlo. Hemos conversado con autoridades del gobierno capitalino
para que nos brinden las facilidades para tomar muestras en el
transporte público”, informó.
Rosas Pérez y sus colaboradores pretenden saber
si es posible aislar del ambiente esporas de hongos, bacterias
y virus activos, y medir endotoxinas que integran la pared de
las bacterias gramnegativas, causantes de inflamación en
el tracto respiratorio.
20 metros cúbicos de aire al día
Es sencillo instalar el equipo en un vehículo
del transporte público. En cualquier esquina se puede colocar
un muestreador con una bomba para capturar partículas;
se tomarían tres muestras al día: en la mañana,
al mediodía y en la noche, explicó.
En cuanto a las superficies inertes, se pasará
un hisopo por manijas y tubos; en el laboratorio, todas las pruebas
colectadas se pondrán en un medio de cultivo y se someterán
a pruebas bioquímicas y moleculares.
“En superficies inertes esperamos encontrar bacterias
provenientes de personas que defecan y no se lavan las manos,
o virus de la influenza, de quienes estornudan sin cubrirse la
boca con la parte interna del codo”, consideró la
universitaria.
Además de esa labor, los investigadores evaluarán
la concentración de microorganismos en el transporte público,
y calcularán cuántos entran en el organismo de un
usuario por cada metro cúbico de aire.
“Un adulto respira aproximadamente 20 metros cúbicos
de aire al día; con nuestros análisis, podremos
saber aproximadamente cuántas partículas biológicas
se inhalan en esos ambientes, donde el aire por lo general está
encerrado porque las ventanas no se pueden abrir”, finalizó
Rosas Pérez.
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