• En el Instituto de Biología, Laura
Trejo Hernández reconstruye las historias poblacionales
de una de las plantas más cultivadas del planeta, originaria
de México y Guatemala
• En su trabajo doctoral, la académica aplica técnicas
moleculares para indagar la genética y domesticación
de las variedades silvestres y cultivares
En México existen 13 variedades genéticas
o haplotipos de la flor de Nochebuena (Euphorbia pulcherrima),
y solamente dos de ellas se han convertido en cultivares; ante
ello, el país tiene un gran potencial para proteger y reproducir,
en forma controlada, esta planta originaria de México y
Guatemala.
Así concluyó el estudio doctoral de la
bióloga y maestra en ciencias, Laura Trejo Hernández,
del Instituto de Biología (IB) de la UNAM, quien ha dedicado
tres años de investigación científica a rastrear
y mapear el origen de las poblaciones de una de las plantas más
sembradas en el mundo.
“Mi interés principal en este trabajo fue
saber de dónde vienen las especies domesticadas, comprobar
si la Nochebuena es nacional y ubicar las variedades silvestres
y cultivares en el país”, explicó Trejo Hernández
en entrevista.
Para su estudio de campo y laboratorio, recorrió
la costa del Pacífico para colectar hojas verdes y rojas
(llamadas brácteas), y utilizó herramientas de biología
molecular, ecología molecular y filogeografía para
hacer un mapa que relacionara las variedades a nivel genético.
“Solamente se distribuye en México y Guatemala,
desde la costa del norte de Sinaloa hasta la nación vecina,
por la costa del Pacífico, y algunas poblaciones del la
flor llegan al centro, a Morelos y a Taxco, Guerrero”, indicó.
La bióloga comprobó que las 13 variedades
se dividen en tres grandes grupos, ubicados geográficamente
en el norte, centro y sur de nuestro territorio. La reproducción
de la Nochebuena es de temporal (en el invierno) y muchas veces
germinan bajo la sombra, en barrancas húmedas, aunque hay
grupos resistentes al Sol, que crecen como árboles, incluso,
en muchos jardines.
De México para el mundo
En su estudio, Laura Trejo comprobó que en 1825
el primer embajador de Estados Unidos en México, Joel Roberts
Poinsset, se llevó una Nochebuena del centro del país
y la introdujo a su patria, actualmente el mayor productor de
la planta en el mundo.
Poinsset vio una Nochebuena en la sierra camino a Taxco
y se la llevó a la Unión Americana, donde se le
conoce como Poinsseta. A partir de ella se generaron
los cultivares de Estados Unidos, que hoy llegan a 170 patentados,
que incluyen modificaciones transgénicas que hacen posible
su registro, señaló.
Con gran potencial comercial, también hay sembradíos
de Nochebuena en Holanda, Italia y Alemania, mientras en México
de las 13 variedades silvestres sólo hay dos cultivares
registradas, llamadas Valenciana y Rehilete.
Trejo Hernández comprobó que los indicios
de la planta se remontan a la civilización náhuatl,
de donde proviene su nombre original Cuetlaxochitl, que
significa “flor que se marchita”.
“Ubicamos registros de Nochebuena en el Códice
Florentino, donde se describen usos medicinales y simbólicos,
como el regalo de una flor a guerreros después de una batalla.
Encontramos un documento de 1813 donde también se describe”,
añadió.
En la civilización náhuatl, se utilizaba
en los altares dedicados a la diosa Tonantzin. Se cultivó
en los jardines de Moctezuma y se asoció con la nobleza
por su color rojo, que significaba poder.
“Cuentan que los franciscanos, en la Conquista,
vieron que se ofrendaba esta flor a Tonantzin y la dedicaron a
la Virgen María. Una Navidad, llenaron la capilla de Taxco
con ellas y desde entonces las asociaron con el nacimiento de
Jesús”, explicó la investigadora.
Actualmente, estas plantas son un símbolo de la
Navidad en todo el mundo y también se conocen como flores
de la paz.
Muestreo y análisis de laboratorio
Trejo Hernández comenzó su trabajo en diversos
herbarios, donde ubicó las poblaciones de Nochebuenas a
partir de mapas.
“Fuimos a cada localidad porque era importante
tener todas las variantes posibles para comparar con los cultivares.
Comenzamos en Sinaloa, bajamos a Nayarit, Guerrero, Morelos y
llegamos Guatemala.
En cada sitio hicimos un muestreo intenso. Recolectamos
una hoja verde y una bráctea (hoja roja) de cada individuo
cada dos metros. Trajimos hasta 60 de cada comunidad, tomamos
fotos, hicimos mediciones morfológicas y ubicamos los sitios
con coordenadas”, detalló.
Cada hoja se guardó en silicagel, un compuesto
químico secante que absorbe la humedad y las deshidrata.
Ya en e laboratorio del IB, se molieron con nitrógeno líquido,
se extrajo su ADN y se indagó en sus genomas.
“Exploramos en muchos genomas para encontrar variaciones
que nos permitieran reconstruir la historia de las poblaciones
y su domesticación. Buscamos aquellos fragmentos del genoma
que fueran variables y así pudimos rastrear su historia
a nivel genético y molecular”, comentó.
Tras analizar el núcleo y el cloroplasto, se ubicaron
dos fragmentos de este último para identificar variaciones.
“Obtuvimos mil 561 pares de bases, y a partir de
ellas, generamos árboles donde vemos el parentesco entre
las plantas silvestres y los cultivares”, señaló.
Después utilizó la teoría de la
filogeografía, que dibuja en el espacio cómo se
encuentra la variación y si tiene una asociación
según el lugar geográfico.
“Así identificamos los cultivares que vienen
del centro del país y las 11 variantes genéticas
que debemos proteger y de donde pueden hacerse nuevos plantíos,
siempre que se tengan las precauciones adecuadas. Entre éstas
hay nochebuenas que abarcan ambientes más secos, fríos,
y algunos resistentes al calor”, añadió.
Con estos resultados, Trejo tiene un mapa de los grupos
nacionales. “Ya conocemos las variantes genéticas
de México, las cuales hay que proteger como patrimonio
biológico y cultural”, concluyó
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