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El escritor y dramaturgo egresado de la Facultad de Filosofía
y Letras de la UNAM recibirá el máximo galardón
del Estado mexicano en Lingüística y Literatura
• El teatro es una adicción, es pasar de algo que
uno imagina a una puesta en escena que causa placer, dijo quien
fuera profesor del Centro Universitario de Teatro
Recurre siempre
a elementos fantásticos para narrar historias con algún
pasaje de la realidad. Entreteje el drama y la comedia en obras
de teatro, novelas y ensayos. Es Hugo Hiriart y Urdanivia, dramaturgo
que será galardonado con el Premio Nacional de Ciencias
y Artes 2009 en el campo de Lingüística y Literatura.
Al escritor
y filósofo, egresado de la Facultad de Filosofía
y Letras (FFL) de la UNAM y maestro de varias generaciones en
el Centro Universitario de Teatro (CUT) de esta casa de estudios
lo perturba recibir la máxima distinción que otorga
el Estado mexicano.
“Es
imposible describir las sensaciones, no son continuas, son oscilantes.
Por un lado, el premio me da gusto, y por otro, me incomoda. No
se oculta que es un premio a la persistencia, pero es un premio
de viejos, como diciendo ‘es tu jubilación’”,
reflexionó.
Aunque ha
obtenido distinciones como el Premio Xavier Villaurrutia en 1972
por su primera novela, Galaor, a este hombre de teatro le aturden
la popularidad, las fotografías y el protagonismo.
“Nunca
me ha gustado la notoriedad, encabezar nada ni estar a la vista
de nada. Siempre he preferido estar a un lado, en un rincón,
así he sido desde niño. Entonces verme de pronto
así no es algo que me guste o disfrute, me intranquiliza,
me inquieta”, reveló.
Le gusta mucho
viajar, porque le place estar entre desconocidos. Pero su gran
pasión, el teatro, es visible, la mejor de las veces luminoso,
cubierto de gente arriba y abajo del escenario.
Adicto al
teatro
“El teatro es una adicción, es pasar de algo que
se imagina un buen día al caminar por la calle, a una puesta
en escena que me produce un placer tremendo. Allí es distinto,
porque casi no salgo a escena, no tengo la intuición del
actor”, reveló.
En una noche
de estreno, Hiriart no logra estarse quieto ni sentarse un momento.
“Creo
que camino kilómetros paseando por ahí, voy de las
butacas a atrás del escenario. No puedo estar sentado porque
estoy inquieto como un sentenciado a muerte”.
Pero en esa
primera función, aquella historia que imaginó al
ver entrar a un viejito en una miscelánea se torna viva.
“La
atención del público se siente muy directamente,
si lo está uno haciendo mal o bien es una percepción
inmediata. Pero una vez que se estrenó la obra ya sabe
uno si clavó la espada hasta la empeñadura o si
pinchó en hueso, como dicen los toreros”, señaló.
De la mente
a la escena
Casi siempre, en la mente de Hugo Hiriart las obras se piensan
en forma de teatro.
“A mi
no me gustaba teatro, nunca fui al teatro ni leí teatro,
pero hacía muchos juegos de imaginación, era un
niño y un adolescente completamente distraído, iluso,
siempre estaba imaginando cosas. Cuando de joven tenía
un trabajo que me distraía, para hacer algo que me gustara
decidí escribir y montar una obra de teatro, sin haber
estudiado con nadie, y lo hice como si hubiera estudiado, como
si supiera qué hacer”, recordó.
Esa primera
obra de Hiriart se montó y fue al festival de Caracas,
el mejor festival latinoamericano de teatro. Después siguió
escribiendo, se acercó a unas pocas clases de José
Luis Ibañez y regresó a la UNAM, donde había
estudiado la preparatoria y la carrera de filosofía.
“A partir
de la segunda obra, me vinculé al teatro universitario.
Yo había estudiado en la UNAM, filosofía y antes
la preparatoria. Era mi casa, regresé y conocí a
mucha gente. La UNAM me produjo varias obras, más que cualquier
otra institución, que Bellas Artes o el Cervantino. Estando
ahí empecé a dar clases en el CUT, conocí
a los actores jóvenes, ahí ensayaba, iba a los montajes
de los muchachos y los maestros”, evocó.
De su actividad
docente, lo que más disfruta es estudiar algo hasta entenderlo,
y después explicarlo a los demás.
Al trabajar,
el dramaturgo casi no hace trabajo de mesa. “A veces paso
directo a escena. Guío a los actores, pero les dejo que
sugieran. Creo que el dramaturgo debe de trabajar para la escena
inmediatamente, no en su casa, debe estar visualizando lo que
pasa en el escenario”, señaló.
Hiriart recordó
que la mayoría de los buenos autores de teatro han sido
directores, productores o actores.
“O las
tres cosas. De entrada todos los grandes del teatro griego, Molière,
Shakespeare, Ibsen, Strindberg. Y es que el teatro es una noción
del tiempo en escena, de la velocidad o lentitud de los movimientos,
de la claridad y expresividad de los diálogos, para que
la gente entienda lo que está pasando”, señaló.
Hiriart consideró
que tras el montaje hay que ser autocrítico, pues algunas
obras funcionan, y otras no.
“Un
promedio de bateo bueno es darle al bat tres de diez veces, cuatro
hits ya es una genialidad. Así es con las obras”,
comparó.
Además
de montajes como Ámbar, Hugo Hiriart es autor, entre otras,
de las novelas Cuadernos de Gofa y La destrucción de todas
las cosas, así como de los ensayos Vivir y beber y Disertación
sobre las telarañas.
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