Llevar obras efímeras a parques, playas, fronteras
y plazas públicas, dejarlas apenas unos días
para que los paseantes reaccionen ante su obra y la nutran
con sus comentarios, es uno de los ejercicios que más
disfruta la artista plástica Helen Escobedo y Fulda,
quien recibirá el Premio Nacional de Ciencias y Artes
2009 en el campo de las Bellas Artes.
“Me interesa intervenir, pero no invadir, integrar,
pero no imponer”, dice sobre su trabajo plástico
no sólo en el sentido estético, sino que ejerce
su flexibilidad para agregar a una idea propia a las propuestas
de la colectividad.
Incansable con sus materiales reciclados que muestran
a la vez una preocupación ecológica y un interés
por otorgar a maderas, telas de alambre y paraguas ya utilizados
nuevas interpretaciones, Helen Escobedo, nacida en la Ciudad
de México, de padre zacatecano y madre inglesa, disfruta
enormemente la más grande distinción que otorga
el Estado mexicano.
“Me siento sorprendida, muy contenta, fue totalmente
inesperado, siempre hay muchos candidatos muy merecedores.
Pienso ¿qué hice para merecerlo?”, preguntó.
De la escultura a la instalación, reconoce
en su trabajo un esfuerzo de búsqueda, que recorre
temas de constante preocupación como las migraciones,
la ecología, la transparencia que posibilita comunicarse
con el otro, la arquitectura, el agua y las múltiples
expresiones sobre la muerte.
“Todo mi trabajo creativo lo hago con pasión,
con gusto, soy una persona muy efervescente, estoy siempre
muy llena de ideas, entonces poder seguir creando es siempre
un aliciente”, afirmó.
Aunque estudió filosofía en la Universidad
Motolinía, desde muy temprana edad, mostró interés
hacia el arte, que alentó su madre.
“Mis primeras clases en México fueron
de escultura con Germán Cueto. En 1951, recibí
una beca de tres años para estudiar en el Royal College
of Art de Londres, una de las mejores escuelas de arte de
Europa. Entonces trabajaba el bronce y a mi regreso a México
tuve éxito con ese material”, recordó.
Hacia 1966, abandonó el bronce para investigar
nuevos materiales plásticos, nuevas escalas e interesándose
por un funcionalismo que integra a sus obras escultóricas.
De esa época son sus obras Pez Radio y Lámpara
kalicósmica, y otras que dan luz y emiten sonido.
“El año 1968 fue clave para mí
porque conocí a Mathias Goeritz, quien me invitó
a participar en la Ruta de la Amistad para los Juegos Olímpicos.
Me interesaba la integración con la arquitectura. Diseñé
Puertas al viento, una obra de concreto de 17 metros de altura
que se colocó sobre el Periférico Sur, a la
altura de Cuemanco.
Cuando estaba en construcción, me gustó
mucho cómo la varilla dejaba ver lo que había
del otro lado. Pero después quedó forrada de
concreto, y me gustaba más de varilla. Entonces inicié
mi interés en materiales transparentes, algo que todavía
exploro”, recordó.
Su paso por la UNAM
En 1961, Helen Escobedo se vinculó con la
UNAM, donde fue jefa de Artes Plásticas al frente del
Museo Universitario de Ciencias y Artes (MUCA), ubicado en
el corazón de la Ciudad Universitaria.
Más tarde, en 1974, fue directora de Museos
y Galerías de la UNAM, que incluían dos espacios
en el centro y norte de la ciudad: la Galería Universitaria
Aristos y el Museo Universitario del Chopo.
“La época en la UNAM fue importantísima,
se me abrió el mundo. Nunca había pensado ser
jefa ni directora de un museo ni de nada. Fueron años
de aprendizaje continuo con curadores, historiadores, críticos,
amigos que sugerían el tipo de exposiciones que podíamos
mostrar. Hicimos exposiciones extravagantes, contestatarias,
abiertas al público”, recordó.
Desde entonces, Helen Escobedo se nutre en su interacción
con grupos de estudiantes, de asistentes que le ayudan a sus
instalaciones.
“A veces me invitan a poner una obra efímera
y para mí es importante lo que hay en el sitio. Monto
una obra y lo que me interesa es la reacción del público
ante ella”, señaló.
Instalación, arte efímero
Aunque mucha de su trayectoria la ha desarrollado
en museos como el Nacional de Arte y el de Arte Moderno, prefiere
los espacios públicos, porque puede integrarse a un
espacio ajeno y captar lo que dice la gente.
“Hago obras efímeras porque me las piden
mucho, son de corta duración, no ofendo ni interfiero
lo que estaba antes, en terrenos que no son míos, en
áreas que no me corresponden”, reveló.
Así, en Costa Rica se sumó a una instalación
de 101 tortugas hechas de sombrillas y trozos de llantas,
mientras que en un parque mexicano ubicó en lo alto
de los árboles sillas para mostrar el contraste entre
el bosque y la destrucción para hacer muebles.
En otra ocasión, hizo tres barcas de malla
metálica en la frontera de Tijuana, muy cerca del muro.
“Es escuchando a la gente del sitio a donde
llego para poner una instalación, platicando con quienes
están ahí, como me retroalimento de ideas de
qué voy a poder hacer en ese sitio. A veces voy sin
ninguna idea, pero siempre abierta a todo, a integrarme yo
al sitio sin ofender”, señaló.